Capítulo 3 - Principios

915 104 195
                                    

Agoney agradece a Dios, al destino, al universo o a quien quiera que lleve el mundo haber encontrado aparcamiento nada más llegar a la residencia, pues lo último que necesita es perder el poco tiempo que tiene dando vueltas a la manzana en busca de un sitio en el que dejar su coche. Puede que el hecho de que sea un miércoles por la tarde también haya ayudado, ya que al ser entre semana, hay menos visitas que un sábado o un domingo.

A paso rápido pero sin llegar a correr, el canario se adentra en el centro y se dirige con decisión hacia el hall, donde Marta, la celadora, atiende a quienes entran en busca de información y a las visitas.

-Agoney, ¿cómo tú por aquí? -Se sorprende la chica-. Normalmente vienes martes, jueves y sábados, ¿no?

-Sí, pero digamos que no estoy teniendo mi mejor día y esperaba poder desahogarme con Andrés, es buen consejero -confiesa con una tímida sonrisa el moreno.

-Seguro que le hace ilusión verte, me ha parecido verlo hace poco en la sala de estar más aburrido que una ostra al pobre -añade con una mueca cargada de ternura la joven-. Adelante, ya sabes dónde es.

-Gracias.

Agoney empieza a andar en la dirección que le ha indicado Marta. El haber estado en ese lugar más veces de las que puede contar le ayuda a encontrar la sala con relativa facilidad pese a que la residencia parece todo un laberinto. Aún recuerda con cariño cómo la lió el primer día que fue, pues se perdió buscando la habitación de Andrés y terminó yendo a la azotea, donde un par de enfermeros que estaban fumando le indicaron amablemente dónde se encontraba su destino.

El canario aparta esos pensamientos de su mente para centrar toda la atención en el propio Andrés, quien observa con poco entusiasmo la televisión junto a un par de amigos que reconoce bastante bien.

-Bueno, ¿a quién tenemos aquí? -Pregunta con una amplia sonrisa uno de los ancianos.

-¡Buenas, Ramiro! -Agoney eleva el tono a sabiendas de los problemas de oído que sufre el hombre- ¿cómo está usted?

-Bien, bien, pero tuteame, hombre, que me haces sentir viejo.

-¿Seguro? No quiero ser irrespetuoso. -Se muerde el labio con nerviosismo el joven.

-A Andrés no lo tuteas -añade Ramiro con una sonrisa amable.

-Pero porque yo soy joven, Ramiro, Agoney y yo somos de la misma quinta casi, ¿a qué sí? -Interviene entre risas Andrés.

-Por supuesto, yo tengo veintiséis y él treinta, estamos ahí ahí -se une a la broma el canario.

-Tampoco exageremos, treinta y dos -concluye el anciano haciendo reír al resto-. Bueno, dejándonos de chorradas ¿qué te pasa, Ago?

-¿A mí?

-No, a Antonio que está ahí frito en el sofá -ironiza Andrés señalando con la cabeza al susodicho-. Es raro que vengas un miércoles y encima tienes mala cara.

El joven no puede evitar dejar escapar una pequeña mueca, pues una vez más, ese hombre ha sabido leerle como si de un libro abierto se tratase, a pesar de que él no deja de intentar ocultarse. Por esa razón le gusta tanto hablar con Andrés, el anciano sabe escuchar lo que Agoney no dice y sabe decirle lo que necesita escuchar.

-Fue un día duro en la clínica, teníamos que operar a un animalillo de un tumor y... ufff... no salió muy bien -informa el moreno sintiendo cómo se le va formando de nuevo un nudo en el pecho, que sólo podrá deshacer mediante el llanto.

-Pobre, pero seguro que ahora estará en un lugar mejor -intenta consolarle Ramiro.

El joven le sonríe agradecido, pues aunque no le sirva de gran consuelo, el anciano ha intentado con toda su buena fe hacerle sentir mejor.

ALONE WITH YOU (Ragoney) Onde histórias criam vida. Descubra agora