Capítulo 7 - Herida

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Los ojos se le abren lentamente, muy poco a poco, acustumbrándose a la penumbra de la habitación únicamente iluminada por los rayos de sol que se cuelan entre las rendijas de la persiana. Al voltearse sobre sí mismo, buscando alargar en vano el sueño, descubre que se encuentra solo en la cama. Aún con los ojos entrecerrados, se hace con el móvil para descubrir qué hora es, cayendo en cuenta de que la jornada de Raoul no ha empezado todavía, así que aunque no esté en la cama, lo tendrá merodeando por la casa.

Haciendo uso de la mayor fuerza de voluntad que es capaz de reunir, se levanta de la cama y sale a la cocina, en busca de su chico. Frunce el ceño al encontrar solo, en la mesa, las migas de lo que debían ser unas tostadas y una taza de café medio llena, que él se encarga de vaciar del todo de un trago. El líquido sigue templado, por lo que el rubio no debe andar muy lejos.

Al cruzar la puerta del salón lo ve. Sobre el sofá con las piernas cruzadas y el ordenador sobre sus muslos, el catalán teclea con ahínco. Y no sabe si es porque él se acaba de levantar, pero solo de ver a Raoul con tanta energía se siente el doble de cansado.

—Buenos días —lo saluda el moreno aún con la voz algo ronca.

Sin haberse percatado de la llegada del contrario, el catalán da un pequeño salto del susto, antes de desviar la mirada de la pantalla a su prometido y dedicarle una sonrisa tierna, pues si hay un Agoney que derrita a Raoul, ese es el recién levantado. Con sus rizos revueltos y despeinados, los ojos a medio cerrar, la voz tomada, el pantalón del pijama subido de una pierna hasta la rodilla y el Mickey de la camiseta arrugado de más debido al hecho de que el canario tiene la costumbre de dormir boca abajo.

A Raoul encanta el Agoney a medio despertar.

—Buenos días, Mickey Mouse —ríe el rubio ante la mirada asesina lanzada por el contrario—. En la cocina tienes medio café, si quieres, igual está aún calentito y todo.

—Me lo tomé ya —se une a sus carcajadas el mayor a la par que se agacha para saludar a Bambi y Roma, quienes han abandonado su labor de perseguir a Sirius por toda la casa para darle los buenos días a su otro papá—. ¿Qué haces con el ordenador? ¿No entras a currar en nada?

—Sí, pero es algo urgente, así que apuro al máximo todo el tiempo que tengo —se encoge de hombros Raoul, volviendo a centrarse en su ordenador.

Frunciendo el ceño y algo más despejado, el canario se sienta junto al catalán en el sofá dejando caer la cabeza, que pese a estar despierto le sigue pesando de más, sobre el hombro del rubio para poder clavar la mirada en la pantalla y leer.

Lo que encuentra no solo no le responde a ninguna de sus dudas sino que además le origina unas cuantas más.

—Amor, ¿por qué buscas profe de lengua de signos? —Pregunta Agoney alzando la cabeza para mirar a Raoul pero sin separarla de su hombro.

—Siempre me ha llamado la atención aprenderla y ahora que una mamá del cole me dijo que su hija sorda se quería apuntar a voley, me parece la excusa perfecta para apuntarme a clases —afirma despreocupado el rubio—. La mujer me ha dicho que la niña sabe leer los labios y todo eso, pero creo que nos comunicaremos más fácilmente de este modo.

—¿No usa audífonos?

—No, los audífonos sólo potencian el sonido —explica pacientemente leyendo la página en la que se encuentra—. Si, como ella, tienes sordera profunda, es decir que no oyes absolutamente nada, los audífonos son más estorbo que otra cosa, ya que no son lo suficientemente potentes.

—¿Y va a poder jugar bien? —Cuestiona con verdadera curiosidad el canario—. Los sonidos y ruidos suelen ser importantes en el deporte, sobretodo uno como el voley en el que los reflejos a veces son decisivos.

ALONE WITH YOU (Ragoney) Where stories live. Discover now