Capítulo 20 - Dolor

869 104 315
                                    

No oye nada a su alrededor, solo los latidos de su corazón acelerados resonando con fuerza en sus oídos. ¿Cómo ha podido irse todo a la mierda tan rápido? Una sensación de impotencia invade cada poro de su cuerpo al no ser capaz de hilar dos pensamientos seguidos. No entiende absolutamente nada. Los Vázquez son la familia más buena que conoce, desde el primer día lo tratan como un miembro más. Y, lo que menos le cuadra, se protegen entre ellos como nadie. Si atacan a uno, atacan a toda la manada.

Siendo esto así, ¿por qué iban a abandonar a Andrés a su suerte?

—¿Estás bien? —Pregunta sorbiendose la nariz el anciano.

La voz del contrario lo saca del trance en el que se había sumergido. Y entonces vuelve a sentirse un completo idiota. Él lamentándose y Andrés probablemente sufriendo la segunda peor experiencia de su vida a a penas unos metros.

—Perdona, eso te lo tendría que estar preguntando yo a ti —se masajea la sien el canario.

—Lo he vuelto a ver, Agoney —se muerde el labio el mayor intentando contener las lágrimas—. Ha cambiado un montón pero sigue siendo mi niño... gracias por traerlo.

—¿Pero gracias de qué, si lo jodí todo? —Rompe a llorar el moreno sin poder contenerse más.

—No, chaval, pensé que nunca hablaría con él otra vez, que no volvería a oír su voz... y tú me lo has traído —le sonríe antes de envolverlo con sus brazos—. Solo puedo estarte agradecido.

—¿Qué pasó? ¿Por qué no volvieron a verte? No lo entiendo. —Agoney se lleva las manos al rostro para secarse las lágrimas.

—Esa misma pregunta lleva en mi cabeza años —confiesa Andrés con la nostalgia tiñendole las pupilas—. Supongo que algo relacionado con Susana, la mujer de la que estaba enamorado, no tu suegra.

—¿Supones? —Frunce el ceño completamente perdido el menor.

El anciano resopla frustrado, dispuesto a desempolvar el baúl de sus recuerdos para explicarle al canario su punto de vista.

—La muerte de mi mujer no pilló a nadie desprevenido, hacía meses que estaba enferma y era cuestión de tiempo que sucediera —empieza a hablar el más mayor—. Para evitar gastos y que no me sintiera tan solo entre visita y visita, mi hija y yo acordamos en meterme aquí cuando ella faltase, y hablo solo de Susana porque de mis otros hijos hace décadas que no sé absolutamente nada.

—Joder... —maldice realmente dolido Agoney.

—Todo iba según lo acordado hasta que llegó la lectura del testamento de mi difunta esposa. Yo no estuve presente, más que nada porque sabía que no iba a dejarme nada y sacarme de aquí es un berenjenal burocrático, ya lo sabes —afirma Andrés ganándose un asentimiento por parte del contrario—. Se ve que no debí disimular tan bien como creía cuando, nada más salir de la notaría, mi hija y su familia vinieron preguntando por mi supuesta amante. Supongo que mi esposa descubrió que estaba enamorado de otra mujer y algo debió mencionar en el testamento.

—¿Y te dejaron de visitar por eso? —Cuestiona tremendamente horrorizado el joven.

—No, vinieron unas veces más, aunque tu prometido traía la misma cara de terror que con la que se ha ido hace unos segundos —confiesa algo dolido—. Fue cuestión de tiempo que Raoul dejase de venir, que lo siguiera Álvaro... y que dejasen de hacerlo Susana y Manolo también.

—¿Pero no te dijeron nada? ¿Dejaron de venir y ya está? ¿Ni una explicación? —Se le cristalizan los ojos al canario.

—Nada —confirma Andrés encogiéndose de hombros—. Pero da igual, estoy bien, de verdad. Tú ahora ve a buscar a tu novio que ha salido llorando por la puerta, anda.

ALONE WITH YOU (Ragoney) Where stories live. Discover now