Capítulo 17 - Andrés

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Cinco años de carrera, dos de máster y un par más trabajados para terminar siendo un rascador de uñas para gato. Cuando se metió en veterinaria, Agoney suponía que iba a tener que llevarse algún que otro arañazo y mordisco. Lo que no vio venir es que se los llevaría por hacerle la manicura a un gato. Desde luego, no le pagan lo suficiente.

Resignado y con los brazos marcados de arriba a abajo, el canario sale acompañado de un minino que anda con altanería y orgullo al llevar las uñas arregladas. Y de verdad que si Agoney vuelve a ver al gato presumir después de lo que le ha hecho pasar ahí dentro, coge la maquinilla y lo rapa al cero.

-¡Pero mira que guapo te han dejado, Yeti! -Celebra la dueña del pequeño cogiéndolo en brazos-. ¿Ha dado muchos problemas?

"No, para nada, sólo ha estado a punto de rajarme las venas veinte veces".

-Bueno, ha sido un poquito revoltoso, pero es normal -responde en cambio con una sonrisa el moreno-. Al principio tienen siempre un poquito de miedo porque no saben qué les van a hacer, pero en cuanto se nota los andares más cómodos al no tener la uña tan larga, míralo -señala al gato con la cabeza-, encantado está.

-Sí -ríe la chica acariciando el pelaje del animal-. Pues muchísimas gracias, ¿cuánto es?

-Vete al mostrador y te cobra mi compañera que yo tengo que ordenar un poquito lo de ahí dentro para el siguiente paciente -explica amablemente el canario.

"Que el demonio ese que tienes en las manos me ha destrozado media clínica"

-Perfecto, hasta luego -se despide la clienta.

-Chao -sonríe Agoney antes de entrar en la sala contigua al hall.

Pasados unos minutos, tras recoger un poco el estropicio que ha causado Yeti, el veterinario sale de nuevo al recibidor de la clínica para reunirse con Alba, que lo observa con media sonrisa dibujada en el rostro a sabiendas de que el Agoney que ha despedido al pequeño gato y a su dueña no era más que una fachada.

-Hasta las narices de cortar uñas, es que prefiero meterles cinco vacunas que eso -estalla el chico llegando al mostrador a la par que hace reír a su amiga-. A mí no me hace gracia, ese gato es un hijo de puta, mira como me dejó los brazos.

-Eres un exagerado, te has llevado mordiscos peores -Alba niega con la cabeza divertida ante el desquicie de su compañero.

-Sí, pero porque les estaba pinchando, obligándoles a meterse alguna pastilla en la boca, sacándoles sangre... tenían un motivo, pero a este capullo sólo le estaba cortando las uñas, es que ni siquiera duele -añade el tinerfeño frunciendo el ceño.

-Agoney... ¿estás intentando razonar con un gato de dos años? -Alza una ceja la rubia.

-No, yo solo quiero llegar a que existen salones de belleza para animales donde cortarles las uñitas y arreglárselas como prefieran -explica el mayor-. Aquí venimos a curarles.

-El salón de belleza les cobra un ojo de la cara por lo que acabas de hacer -defiende la chica-. Es obvio que van a venir aquí.

-Bueno, pues la próxima vez se las cortas tú -sentencia Agoney haciendo estallar entre carcajadas a la menor.

-Tienes literalmente cinco años -lo pica Alba entre risas.

Agoney está a punto de replicarle cuando la vibración de su móvil en el bolsillo del pantalón del uniforme acapara toda su atención. Una sonrisa de oreja a oreja se le abre paso en el rostro al leer el nombre del contacto y es que desde hace unos días no puede despegarse del móvil por su culpa.

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