Capítulo 7

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Entré al lugar con una cosa en mente: Comer.

Habían pasado días desde que mamá no llevaba un pan a nuestra casa. Yo apenas comía algunas sobras, que amablemente me regalaban las señoras encargadas de la cafetería en la preparatoria.

No tenía dinero, ni trabajo; solo tenía quince años.

¿Que conseguía con quince años?

La vida no prepara a los niños para venir a sufrir y pasar hambre. Nada te prepara para ir a domir con el estómago vacío. 

Un minimarket fue mi único auxilio en ese momento. Entré y vi a una mujer pagando sus compras. Un hombre de barba creciente, me saludó amable mientras atendía a aquella señora. Al parecer, el lugar no tenía más supervisor que él. Con rapidez me fuí hacía el fondo, había letreros arriba pero no me importaba de que comida trataba. Tomé pan integral, mermelada y algunas frutas. Todo lo metí a mi mochila. Me acerqué a la sección de bebidas y agarré dos botellas de jugo.

Habían otros compradores cerca de mi, pero nadie me tomaba atención. El problema ahora era salir. Vi que el cajero seguía atendiendo a otro cliente, pero de una u otra forma me vería.

Entonces recordé: Todo lugar tiene un escape, hasta el mismo mundo.

Caminé un poco más, hasta el fondo. Anduve de aquí para allá. Hasta que lo ví, una puerta al final de un pasillo vacío; me acerqué con cautela y ví que estaba un poco vieja. Fue gloria cuando toqué el pomo lleno de polvo, y cedió.

— ¿Y la niña? —Al mirar atrás vi que se acercaba el cajero. Preguntaba a algunos clientes y miraba en todos lados.

De manera silenciosa intenté salir.

— ¡Eh! —escuché que gritó. Se oía lejano, así que no sabía si era a mi.

De igual forma salí rápido y cerré la puerta. Había una piedra y lo único que se me ocurrió fue poner eso contra la puerta.

El miedo me invadió. Lo único que vi delante de mí fue la colina, así que con rapidez subí. Miré hacía atrás unas tres veces y no salió nadie de ese minimarket.

Al llegar a la cima, me encontré con un montón de árboles y mucho pasto. Delante se veía la ciudad, y lo que me esperaba abajo eran raras casas de bonitos colores.

Entonces visité esa zona. Había un taller mecánico al pie de la colina, y un café llamado Sweeter Place.

Me hice la costumbre de subir la colina mediante aquel lugar, entrar a escondidas al supermercado por la puerta trasera y robar un poco de comida.

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