43. Inocentes

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Kyle

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Kyle.

Detestaba ese sentimiento que permanecía instalado en todo mi cuerpo. Era algo extraño, como un taco en la garganta y en la boca del estómago, también algo que me impedía respirar con tranquilidad. Muchos lo llaman arrepentimiento, sentimiento de culpa o consecuencias de tocar fondo un montón de veces hasta que por fin te das cuenta de todo el daño que causaste. ¿Cuántas pérdidas tuve que soportar para entender que estaba haciendo algo mal? Porque al parecer a penas en ese momento lo había sabido.

Me tendí en el sofá para tratar de respirar un poco pero al parecer a mi cerebro le gustaba más proyectar recuerdos cuando estaba en calma y cuando más quería permanecer la mente en blanco. Automáticamente el sonido de los dos disparos, las voces de decepción de todos y por último venía a mí la imagen del rostro petrificado de Dely cuando entró a mi habitación. Estaba tan ebrio esa noche, no sé cómo fue que llegué a tan solo entrar en esa habitación y todavía con alguien que ni conocía, había perdido completamente la razón.

Interrumpiendo mis pensamientos el teléfono sonó dejándome ver que llamaban de recepción.

—¿si diga?

—señor Kyle, aquí hay una mujer que lo está buscando e insiste en pasar—de repente sentí cómo un sentimiento de ilusión me recorrió al pensar que se trataba de Dely—. Dice llamarse Stella Cass, ¿la conoce?—bufé.

—¡claro que me conoce!—logré escuchar a Stella protestar.

—déjela entrar, si la conozco.

Que bien, ahora venían los gritos de Stella, y yo que creía que lo de hoy había sido suficiente. Escuché dos golpes en la puerta y caminé para abrir.

—Stella, ¿qué te trae por aquí?—pregunté al verla con un plato cubierto de aluminio en sus manos.

—gracias al cielo que hoy no estás ebrio—reprochó.

—si... hoy no quería.

—¿vas a dejarme pasar o me dejarás aquí con esto en las manos?—Me aparté para que ella caminara hasta la cocina donde depositó el plato en el mesón—. Te traje lasaña.

—déjame adivinar, la lasaña viene con un regaño de tu parte, ¿cierto?—inquirí y ella me regaló un manotazo—¡hey!—protesté.

—también un manotazo por gritarnos hace unos días.

—Stella, hoy no estoy de humor para discutir contigo.

—últimamente no estás de humor para nada así que lo diré. Sé lo que lo que le pasó a Donna y ya me explicaron lo que le hiciste a ese muchacho—agaché la cabeza avergonzado—. ¿Por qué?

—Stella...

—dime tus razones—sentenció.

—Stella, ya sé que mis razones no tienen validez.

Versos fríos [EN EDICIÓN]✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora