44. Versos fríos

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Delilah

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Delilah.

Llevaba encerrada a casa desde que llegué del aeropuerto, no quería saber nada de nada y lo peor era que las llamadas insistentes de la secretaria de la doctora Forman no habían parado en toda la semana pidiendo que fuera a la sesión y en otros casos preguntándome si me encontraba bien. No, no me encontraba bien y no quería ir a esa sesión con ella sin tener respuestas a sus preguntas, se suponía que estos días eran para relajarme y buscar la manera de escribirle la carta a mamá pero simplemente no podía, era como si mi mente fuera un lienzo en blanco y ningún pintor se atrevía a trazar algo dentro de él. Me sentía bloqueada, tensa y frustrada. Todos los días leía las notas de Kyle como si eso fuera a remediar algo cuando lo único que causaban eran hacerme sentir peor.

Miré la puerta del cuarto que estaba cerrada y mi estómago rugió por la ausencia de comida desde el almuerzo de ayer. Mi cuerpo estaba como atado a la cama, algo me impulsaba a no ponerme de pie, no sabía si era por simple pereza o por no ver la completa necesidad de levantarme. Muchos dirían, solo ve, levántate, come algo y luego regresas pero ni por más que mi estómago rugiera, las fuerzas no me daban para levantarme.

Giré para acomodar mi cuello que estaba tieso sobre la almohada. Miré mi teléfono sobre la mesa de al lado y hasta mi brazo podía sentir la falta de energía para no estirarse un poco y tomarlo. Bufé con frustración y luego puse una de las almohadas en mi cara para ahogar un grito, pero, ¿por qué ahogarlo cuando era mi casa y no había nadie cerca quien pudiera escuchar? Perfecto, ahora recordaba las patéticas tácticas de Kyle.

Tomé una respiración profunda y solté un grito desgarrador que retumbó por toda la habitación. Solté todo lo que estaba dentro de mí haciendo que las ganas de no levantarme de la cama se fueran. Cuando ya no me quedaban fuerzas de seguir gritando solté una pequeña risa con la voz carrasposa al recordar esa noche con Kyle en su cabina. Se veía tan gracioso gritando a mi lado y luego cuando sonrió victorioso al verme reír.

—mierda—musité sabiendo que lo que pensaba no me llevaba a nada.

Levanté de a poco mi torso y luego estiré mi brazo para tomar el teléfono. Lo encendí y todas las llamadas perdidas empezaron a rebotar en el buzón. Habían como dos de Marcus, tres de Stella y cuatro de Newt, de seguro Donna ya les había dicho que volvía a Palo Alto. Me desilusioné al no encontrar el número que hubiera querido, pero entonces pensé: ¿para qué quiero que me llame? ¿Para que me vuelva a confundir? ¿Para que vuelva a llorar al saber que esto no tendría un buen final? No quería seguir haciéndome más daño.

Me levanté por fin de la cama y caminé hasta el baño para lavarme los dientes y tomar una ducha rápida. Al salir del baño busqué algo cómodo qué ponerme, tomé mi teléfono y luego bajé a la cocina. Saqué una manzana y una botella de agua del refrigerador para luego sentarme frente al mesón y ver otra vez la hoja en blanco. No sabía qué hacer o decir. Entonces me pareció más fácil llamar aunque sea a Marcus para que supiera que estaba bien.

Versos fríos [EN EDICIÓN]✔️Where stories live. Discover now