24: En las llamas

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Poco a poco les empezara a caer mejor Angelique

—A lo mejor me salto Adivinación —comentó Harry con desánimo  en el patio, después de comer

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—A lo mejor me salto Adivinación —comentó Harry con desánimo  en el patio, después de comer. El viento agitaba el bajo de sus túnicas y las alas de sus sombreros—. Fingiré que estoy enfermo y escribiré la redacción para Snape, así no tendré que pasar otra noche en blanco.

—No puedes saltarte Adivinación —le regañó Hermione con severidad.

—¡Mira quién habla! ¡Tú te has borrado de esa asignatura porque no soportas a la profesora Trelawney! —exclamó Ron, indignado.

—No la odio —aseguró Hermione con altivez—. Sencillamente pienso que es una profesora atroz y una farsante como la copa de un pino. Pero Harry ya se ha saltado Historia de la Magia y no creo que hoy deba perderse ninguna otra clase.

—Mira, no hay mucho que hacer en Adivinacion—le dijo mientras con una pluma le dibujaba una snitch en el brazo como la que yo tenía en la frente, además de unas caritas  felices, siempre en el recreo a él no le importaba mucho que le rayara el brazo—. Déjame lo de inventar a mi.

A Harry no le quedó más remedio que hacer caso. Yo me había quitado el anillo y me lo había puesto en mi bolsillo, no tenía una repuesta por si me preguntaban cómo lo había recuperado. Media hora más tarde estaba envuelta en el caluroso y perfumado ambiente del aula de Adivinación. La profesora Trelawney volvió a repartir ejemplares de El oráculo de los sueños.

Sin embargo, dando un porrazo, la profesora Trelawney dejó un ejemplar del libro de texto sobre la mesa que había entre nosotros tres, y se alejó con los labios fruncidos. Lanzó el siguiente ejemplar de El oráculo a Seamus y Dean, rozando la cabeza de Seamus, y el último libro se lo puso a Neville en el pecho con tanto ímpetu que éste se cayó del puf donde estaba sentado.

—¡Ya pueden empezar! —gritó la profesora Trelawney con una voz chillona y un tanto histérica—. ¡Ya saben lo que tienen que hacer! ¿O soy una profesora con un nivel de conocimientos tan bajo que ni siquiera les he enseñado a abrir un libro?

Los alumnos la observaron perplejos y luego se miraron unos a otros. Bueno, no había que ser un genio para saber que la causa de su histeria era obviamente Umbridge. Cuando ella volvió haciendo aspavientos a su silla, con los ojos agrandados por las gafas de aumento y llenos de lágrimas de rabia, Harry inclinó la cabeza y murmuró:

—Me parece que ya ha recibido los resultados de su supervisión.

—Profesora... —dijo Parvati Patil con voz queda (Lavender y ella siempre habían admirado enormemente a la profesora Trelawney)—. Profesora, ¿le ocurre... algo?

—¡¿Si me ocurre algo?! —exclamó la profesora Trelawney con una voz cargada de emoción—. ¡No, claro que no! Me han insultado, desde luego... Han hecho insinuaciones contra mí... Han formulado acusaciones infundadas... Pero ¡no, no me ocurre nada! —Inspiró hondo con un estremecimiento y dejó de mirar a Parvati; las lágrimas resbalaban por debajo de sus gafas—. No me importa que no hayan tenido en cuenta mis dieciséis años de abnegado servicio... —prosiguió entrecortadamente—. Por lo visto, eso ha pasado desapercibido... Pero ¡no voy a permitir que me insulten, no, señor!

Laila Scamander y La Orden Del FenixWhere stories live. Discover now