35. perdida (p.1)

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(Parte 1/2)

¿Cuando fue la última vez que sonreí con sinceridad?

Podía recordarlo. Podía recordar su cuerpo a mi lado en la mañana, mientras fingía estar aún dormida, pero en realidad presenciaba el presente como nunca antes. Cuando sentí el calor que emanaba su cuerpo y su respiración; el dulce aroma de su colonia mezclada con la viejas cenizas de algún cigarro. Cuando fui la primera persona en ver su cabello rizado y desordenado en la mañana. Cuando fui la primera persona en verlo sonreír ese día. Ahí es donde nació una de mis sonrisas más sinceras y vívidas hasta el momento. Una sonrisa para T.

Había tenido otras sonrisas así, como cuando Alex me regaló el primer disco de Green Day que tanto había soñado con tener. O el día en que Michael había anotado ese gol que a todos nos dejó sorprendidos. Esa vez que mamá hizo panqueques todo el fin de semana y pasamos viendo películas hasta quedarnos dormidas en el sofá. O el día en que papá trajo a Max a la casa. Todos esos momentos en diferentes líneas temporales, todos esos instantes en los que me sentí presente en el momento parecían muy lejanos, muy inalcanzables. Muy irreales.

Jamás había considerado tener depresión ni algún trastorno además de mi ansiedad diagnosticada cuando era más pequeña, exactamente meses después de la muerte de papá. En realidad jamás lo traté, tampoco estoy segura si se medica o algo por el estilo, pero mamá nunca quiso ponerle mucha atención; lo trataba de ahogar cada vez que salíamos a hacer actividades en la semana para olvidar el dolor. Después de un tiempo el dolor era tan fuerte para ambas que los paseos al parque fueron cesando poco a poco. Puedo llegar a pensar que la depresión de mi madre fue contagiada a Max, pues no mucho después, mi perro empezó a tener dificultades al respirar o al hacer actividades físicas. Todo era una mezcla de neblina depresiva en nuestra casa que intentábamos mentir al ignorar que existía.

El ignorarlo me hizo asumir que también era necesario ignorar mi ansiedad, mi falta de amigos, mis problemas de comunicación y otras cosas. Mamá ocultaba sus patillas antidepresivas, como si con eso pudiera abstraerme de padecer lo mismo que ella. Iba todo en picada, hasta que mamá me cambió de escuela por cuestiones de dinero y conocí a Alex. Después de ella, mis días se volvieron más llevaderos, más "felices".

Pero no era hasta ahora, en ese momento que estaba dentro del baño de mi madre, observando los frascos de pastillas a su nombre que realmente me pregunté si podría ser valido considerar la idea de sufrir depresión.

Quiero decir, jamás sentí la necesidad de hacerme daño, como drogarme o cortarme, aunque si que había adoptado un mal hábito con el alcohol a penas a los quince años; pero además de eso, nunca tuve pensamientos suicidas o algo parecido. ¿Aquello era un síntoma? ¿Querer morir? No siento que quiera terminar con mi vida, si ese es el asunto, pero no puedo mentir que la idea de una paz tan calmante era casi un deseo insaciable que me carcomía por dentro. Y ahora, al ver esas patillas, solo podía pensar en la tranquilidad que me podrían regalar por lo menos unas horas...

—Grace, ¿vas a tardar más allí adentro? ¡Necesito ducharme! —habló mi madre después de golpear la puerta del baño.

Otro punto que llenaba de pesimismo mi ánimo era que debía compartir el baño con mi madre. Thomas usaba el mío, pues mamá se negaba a que usara el suyo por ahora. Sinceramente no sabía porqué, pero empezaba a molestarme mucho el hecho de tener que abrirle la puerta casi todas las noches para que pasara a mi baño. ¿Por qué demonios no pasaba al de abajo? ¿Acaso necesitaba una ducha en su baño para poder orinar? Vaya hombre raro...

—¡Ya voy! ¡Un segundo! —dije al otro lado de la puerta. Me envolví en la toalla para secarme y tan velozmente como pude, abrí el frasco para coger una pastilla, pero al instante me retracté y dejé el frasco de nuevo en su lugar. Suspiré.

ɴᴏ ᴊᴜᴇɢᴜᴇꜱ ᴄᴏɴᴍɪɢᴏ, ᴛ | Timothée ChalametWhere stories live. Discover now