Entre la vida y la muerte. Capítulo 33.

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El tiempo no pasaba en vano y mi dolor no se detenía.

Camila no estaba, se había ido a Londres sin decir nada y no encontraba una razón para que lo hiciera.

Sus padres estaban felices de que se fuera a donde ellos querían y me lo restregaban en cada visita que le hacía a mi padre en el hospital, él cada vez empeoraba y según los médicos, su cerebro moriría poco a poco. Yo no estaba al tanto de ello pero escuchaba cuando Chris se lo contaba a Taylor.

Mi hermana no tenía cambios pero el corazón que necesitaba no parecía que fuese a llegar pronto.

– ¿Cómo estás? –la pregunta que Normani me hizo era la que escuchaba desde que salimos de la casa de Camila casi una semana atrás.

–Igual que ayer y anteayer –respondí mordiendo un poco de mi emparedado.

Nada de lo que comía me agradaba, pero comía porque no quería volver a desmayarme.

–Nadie ha podido hablar con Camila –susurró Dinah quien recibía noticias de Sally sobre ella.

–Lauren, ella debe haber tenido una buena razón para irse y sé que no eres tu –Ally intentaba reconfortarme con sus palabras pero nada lo conseguía.

–Chicas, gracias de verdad pero no quiero que en cada almuerzo hablemos de ella y su partida –me levanté y salí de ahí bajo las atentas miradas de mis compañeros que para entonces ya estaban al tanto de todo.

Caminaba por los pasillos del edificio y sentí que mi teléfono vibraba.

–Diga –respondí deteniéndome.

Lauren, tienes que venir al hospital. Taylor entrará al quirófano dentro de poco y quiere verte –la voz de Marie sonó con cierta emoción.

–Bien, iré enseguida –sin dudar salí corriendo hasta mi auto.

Conduje hasta el hospital y entré casi corriendo. Llegué a la puerta de la habitación en donde Taylor estaba y abrí.

Chris y la Nana estaban junto a la cama mientras mi hermana sonreía.

– ¿Qué sucede? –pregunté mirando a todos.

–Encontraron un corazón para Taylor –dijo Chris con una sonrisa.

Sentí mis ojos humedecerse y no pude evitar sonreír.

– ¿Están hablando en serio? –Taylor levantó una de sus manos y la extendió en dirección a mí.

Tomé su mano y ella la sujeto con fuerza, era un sí.

Poco faltó para que la llevaran al quirófano y nosotros aguardábamos en la ya familiar sala de espera.

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