Testamento y alumna nueva. Capítulo 34.

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–En función de la responsabilidad que se me otorga doy inicio a la lectura del testamento del fallecido Michael Jauregui –comenzó el abogado de la familia. Un hombre calvo y regordete –En plena función de mis facultades he decidido que después de fallecer mis pertenencias pasarán a manos de mi familia: Clara, Lauren, Michael, Taylor, Marie Anderson y Francis Wells. También quiero mencionar a Alejandro Cabello, Sinuhe Cabello y a sus dos hijas –él hombre leía en primera persona indicando que mi padre había escrito eso.

Mi familia y la de Camila estaban alrededor de la mesa pero hacía falta su presencia.

La silla al final de la mesa estaba vacía. Mi padre no estaba y eso lo hacía más real.

–A mi maravillosa esposa le permito hacer con mis artículos personales lo que desee además ser acreedora de la propiedad de New York, nuestra casa –miramos a mi madre que escucha con los ojos cristalinos –A Alejandro y Sinuhe Cabello quiero cederles los derechos sobre la propiedad de Los Hamptons. Sofía y Camila Cabello, quiero dejar en sus manos la cabaña de Miami que tanto les gusta además de que deseo que Camila posea los libros que se encuentran en mi oficina, sé que le gustaran –una lagrima cayó por mi mejilla al pensar en Camila –A Marie le cedo el invernadero que se encuentra en el centro botánico en New York, para Francis he decidido que será él quien dirija el lado administrativo de la casa productora con ayuda de mi hijo Chris. Taylor, mi dulce niña, para ti he reservado algo que tanto he apreciado, mi piano, pero no sólo eso; quiero que también conserves tú las cintas ocultas en el sótano. Lauren y tú sabrán qué hacer con ellas. Finalmente Lauren, a ti te dejo la absoluta responsabilidad de dirigir la casa productora –sentí las miradas de todos de una manera muy penetrante –…y aunque sé que no era eso lo que querías, tengo plena confianza en que lograras hacer de ese lugar algo más grande aún. Los amo a todos –el hombre terminó de leer y un sepulcral silencio se hizo en la habitación.

Después de esa incomoda reunión conduje por la cuidad unas horas intentando despejar mi mente. Poco después decidí ir a la plaza comercial que quedaba cerca de la escuela. Aparqué en el estacionamiento y con paso perezoso me adentré.

Había tanta gente yendo de un lado a otro y niños gritando por doquier. Me dirigí a un local de comida japonesa en el segundo piso y ordene mi platillo favorito.

–Las personas nunca deberían comer solas –alcé la vista y vi a Katherine con un café en una de sus manos.

– ¿Gustas? –señalé el sushi y ella negó.

–Gracias pero no soy muy admiradora de la comida japonesa –señaló la silla frente a mí y asentí viendo cómo se sentaba.

Estando frente a mi noté que quería decir algo y yo esperaba que no lo dijera.

–Escuché lo de Camila –lo había dicho– lo lamento –negué con la cabeza.

–Tú no tienes nada que lamentar –le regalé media sonrisa fingida.

Miré mi comida y el apetito había desaparecido.

–Supongo que ya debería haberme acostumbrado a escuchar cosas como esta –admití con un nudo en mi garganta.

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