Capítulo 33.

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Mi puño se estrelló contra la pared junto a la cabeza de Víctor, quien me miraba suplicante, lo cual sólo consiguió que sujetara su camisa con más fuerza, tornando mis nudillos de un blanco amarillento.

A mi lado, Marcela asemejaba mis movimientos, a excepción de que su víctima era Teresa, la cual intentaba hacerse un ovillo contra la pared para salir menos lastimada, sin embargo, mi novia tenía la fuerza suficiente para mantenerla de pie. 

Intercambiamos una breve mirada y sentí un revoloteo en mi estómago. Durante los últimos días estuve enseñándole a Marcela distintas maneras de someter a un rival y, como lo supuse, aprendió en cuestión de horas. Su magnifica habilidad de aprender cosas no se limitaba a lo teórico, sino que le ayudaba a aprender cada maniobra que debía de utilizar. 

—¿Tienes algo que decirle a Marcela? —pregunté con la voz ronca.

Víctor la miró y tragó saliva antes de responder: —Lamento haberte enviado las flores y los mensajes. No volverá a suceder. 

Marcela rió al mismo tiempo en que presionaba a Teresa con mayor fuerza contra la pared. 

—Y tú, ¿quieres decirle algo a Daniel?

Teresa me miró asustada. De la misma manera en que hacía cada vez que quería conseguir algo de mi parte, sin embargo, sólo sentí un ligero atisbo de lástima. 

—¿Recuerdas que Marcela y yo solíamos ser buenas amigas? —Titubeó—. Bueno, me alegro de que estén juntos, se merecen el uno al otro. 

Marcela aflojó su agarre y se apartó con paso firme hasta llegar a mi lado. Después sujetó mi brazo, indicándome que ya era suficiente. Solté a Víctor, esperando su siguiente movimiento, demasiado predecible para mí. Intentó asestar contra mi rostro, pero fui más rápido y lo sujeté de la espalda, pateando una de sus piernas, arrojándolo con fuerza contra el suelo. Un gemido brotó de su boca. 

—Dijiste que nunca pelearíamos por un chica —dijo herido. 

—Es una lástima que Marcela no se trate de cualquier chica —respondí mientras sujetaba la mano de mi novia. 

—Nuestra amistad antes que cualquier zorra, ¿recuerdas?

—Cierra la boca —refunfuñé, tratando de controlar mi ira. 

Claro que recordaba aquéllo. Fueron las palabras que ambos pronunciamos cuando nos sentimos atraídos por la misma chica. Aunque en esa ocasión decidimos que ninguno de los dos podría acercarse a ella. Y durante los demás años que fuimos amigos mantuvimos el pacto de siempre respetar nuestra amistad. Hasta que él decidió arriesgarse a conquistar a mi novia. 

—No hagas ésto, necesitas el empleo que mi padre te ofrece —dijo Teresa de pronto. 

El cuerpo de Marcela se tensó, pero mantuvo su postura y sonrió lacónicamente. 

—Puedes decirle a tu padre que, en lugar de buscar empleados, debería de educarte mejor. ¿Qué pensaría si se entera de que su adorada hija ha estado saliendo con su mayor accionista? 

La expresión de Teresa se endureció.

—Tú no le dirías éso a mi padre...

—Así como pudiste recordar el teléfono de Daniel, espero puedas recordar esta conversación.

Nos encaminamos hacia mi camioneta, estacionada a unos cuantos metros del parque en donde nos encontrábamos. Era media noche, y nadie presenció nuestro acto de casi violencia en contra de Teresa y Víctor. Habíamos planeado aquéllo dos noches antes, cuando le conté a Marcela un poco más sobre mi historia con Teresa y estalló con un gruñido de desesperación. Después, se vengó, mostrándome un mensaje indecente que Víctor le había enviado mientras estaba en el hospital. 

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora