Capítulo 30.

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Su brillante mirada verde parecía estar a punto de enloquecer cuando declaró mi fin. Apreté los puños abatido por la derrota. 

—Jaque mate —dijo con una hermosa sonrisa—. Para ser hombre eres bastante inteligente. 

—El segundo mejor de la clase —dije encogiéndome de hombros.

—¿Y podrías decirme quién es el primer lugar? —preguntó mientras se sentaba en mi regazo, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello. 

—Su nombre termina con "ela" —respondí divertido al notar su expresión de triunfo—. Sí, definitivamente es Pamela. 

Su boca se abrió con indignación y comenzó a golpearme con delicadeza sobre el pecho, asegurando que era un tonto y algún día se vengaría. Me reí ante su repentina reacción de niña pequeña y comencé a besarla en la mejilla hasta que se tranquilizó, haciéndose ovillo sobre mí. 

—Nunca pude agradecerle a Maryell por haberme avisado sobre tu incidente. 

—Podrás hacerlo en la reunión que habrá dentro de dos semanas —comenté descuidado. 

—¿En verdad iremos? Quiero decir, no nos llevamos bien con la mitad del grupo y mi única amiga es Carmen, que ahora también es muy buena amiga de Pamela. 

—Estaremos con Alejandro y Victor —al notar su mueca de desaprobación, aclaré mi garganta—. Creí que comenzabas a llevarte bien con ellos. 

—Y así es, pero... —meditó sus palabras durante varios segundos—no me siento cómoda si están hablando sobre chicas.

—De la única mujer de la que hablo, eres tú, Marcela. 

Apretó mi mejilla con cariño. Después se puso de pie, estirando todo su cuerpo, dejando al descubierto su abdomen bien definido. Era extraño que una chica que no se ejercitaba muy a menudo tuviera un cuerpo como el de ella.

—¿Haces ejercicio? —pregunté repentinamente.

—No estoy segura de que yoga cuente como ejercicio. 

—Llevas viviendo nueve días aquí, ¿por qué nunca te he visto hacerlo? 

—Porque lo hago cuando sé que no me estás viendo —respondió alegre. 

Un rayo cruzó el cielo, causando un apagón en toda la colonia. No era la primera vez que ocurría en la semana. El clima había enloquecido por completo, a veces el día era soleado contrarrestando un poco el frío del otoño, pero en otras ocasiones la lluvia caía durante horas, provocando cortos de circuitos y un pánico inmenso en Marcela. 

Los pequeños ladridos de Kobe hicieron que Marcela brincara de nuevo sobre mí, golpeando mi estómago con su rodilla. Emití un gruñido de dolor al mismo tiempo en que ella se aferraba con fuerza a mi camiseta. 

—Tranquila —dije intentando recuperar el aliento—, es sólo Kobe. Ven muchacho. 

Sus pasos resonaron sobre el piso de madera, logrando que Marcela se tensará aún más.

—¿Cómo puedes estar seguro de que se trata de él? —preguntó temblando. 

—Escucha, las velas están en mi cajón, sólo necesito encontrarlas y encenderlas con los cerillos que están sobre el escritorio, ¿crees poder esperar aquí durante medio minuto?

—¿Quieres abandonarme aquí durante treinta interminables segundos? 

—Entonces acompáñame. 

—¿Quieres que atraviese la oscuridad con peligro de morir? —preguntó asustada.

Reí mientras la ayudaba a levantarse.

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now