Capítulo 2.

21.3K 1.9K 160
                                    

Recorrí las líneas de la página con el pulgar, y noté que habían pequeñas manchas de tinta corrida sobre el papel.

«—Lágrimas —pensé, sintiendo un nudo en el estómago.»

Muchos quieren ser como el idiota de Daniel Blair y sus secuaces, quienes gozan de una vida perfecta.

Miré hacia la puerta, por donde habían desaparecido Carmen y Marcela, y negué por lo bajo. Mi vida era de todo, menos perfecta. Sin embargo, ella tenía razón en la parte donde decía que mis padres me cumplían todos mis caprichos.

Por un motivo desconocido, me sentí como un inútil. Leer que mi compañera luchaba día a día con los demonios que vivían en su hogar, mientras yo me regocijaba de los lujos que mis progenitores me brindaban, hizo que una ola de impotencia me azotara.

¿Cuántas veces mis amigos habían sido crueles con ella, y Marcela simplemente los ignoraba? Decenas, o quizás, cientos de veces. Pero su actitud amable nunca se doblegó ante el acoso.

Como si no me sintiese lo suficientemente mal, un recuerdo del día anterior me embargó: Durante la clase de Estadística, mientras el profesor terminaba de anotar los ejercicios, Alejandro, Pamela y Maryell, se dedicaron a lanzar bolitas de papel babeadas a la cabeza de Marcela, quién los ignoró sin inmutarse. Por mi parte, me quedé callado, observando junto a Víctor, cómo acosaban a mi compañera.

Cerré los ojos con fuerza y tomé una bocanada de aire.

Enterarme de la difícil vida de Marcela, con tan sólo una pequeña página escrita, fue un golpe a mi empatía, la cual llevaba años oculta en alguna parte de mi ser. Nadie merecía una vida así, y mucho menos una chica que era tan amable.

Necesitaba ayudarla.

Pero, ¿cómo lo haría? No podía llegar con ella y decirle: "Hey, leí tu diario y ahora sé que eres una suicida". Seguramente me mandaría a la mierda. Por un momento tuve la magnífica idea de acudir con los psicólogos de la escuela, para contarles acerca de ella y los problemas que la estaban atormentando, pero ellos no podrían hacer la gran cosa, pues yo no sabía con exactitud su situación.

Mis pensamientos estaban sumergidos en un pantano de confusión. ¿Qué se supone que se hacía en un caso así? Por supuesto que no se lo contaría a cualquiera. La única opción viable era Carmen, pero Marcela especificó que ni siquiera ella, su mejor amiga, conocía su vida; y si yo iba a contarle, quizás decidiría adelantar sus planes, o ¿no?

El estupor se disipó cuando escuché su voz junto a la de Carmen, acercándose al salón, entonces me di cuenta de que aún sostenía su diario. Entré en pánico y, con torpeza, lo guardé en su mochila tan rápido como pude. Tomé ésta última, y la dejé en el suelo sin mucho cuidado.

Estaba aturdido, mi respiración era una violenta lucha para conseguir el oxígeno suficiente para mis pulmones. Me quedé parado junto al pupitre de Marcela, con cada uno de mis músculos tensos. La vi entrar luciendo una sonrisa resplandeciente que, quizás, era falsa.

—Hey —dijo con timidez, acercándose a mí. Carmen caminaba detrás de ella, con los brazos cruzados y un semblante inescrutable—. ¿Nos estuviste esperando?

—Sí —respondí con voz ronca. Aunque quería decir que Carmen, en ese momento más que nunca, no me importaba en lo absoluto. Tragué saliva y me moví con incomodidad sobre mis pies—. Me estaba preguntando si te gustaría salir conmigo hoy.

Las mejillas de Marcela se tornaron de un matiz rojo intenso, lo que hacía destacar sus finos pómulos. Intercambió una fugaz mirada con Carmen, quien estrechó los ojos de forma amenazadora, lo que hizo estremecer a Marcela de una manera notable.

Cuando la oscuridad venga [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora