Capítulo 6.

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Terminé exhausto luego de otra noche con Pamela. 

Despertarme junto a una chica tan hermosa como ella en otro momento se hubiese sentido bien, pero en aquél instante me sentía como un completo imbécil. No sólo por el hecho de que había pasado un gran día con Marcela y luego de llevarla a su casa fui a acostarme con Pamela, sino porque durante la noche me puse a reflexionar sobre los extraños sentimientos que comenzaban a embargarme.  Yo no era de la clase de chicos que se enamoraban, no después de lo que ocurrió dos años atrás.

Supuse que todo el alboroto de mis pensamientos era sólo un malentendido, pues era imposible estarme enamorando de un chica a la cual apenas llevaba tres días de tratar. No podía negar que Marcela tenía todo lo que quería en una mujer: inteligente, carismática, bonita y agradable; pero mis deseos carnales y mi negación a volver a caer en ese juego llamado amor, eran más grandes que las ganas de estar con ella. 

Pamela se acurrucó sobre mi pecho desnudo y empezó a plantar pequeños besos en mi mentón, alternando su dirección hacia mi cuello y mejillas. 

—Me gusta pasar las noches a tu lado —comentó con voz melosa.  

—A mi también me gusta —dije más serio de lo que esperaba.

—¿Qué ocurre? —De manera abrupta detuvo su muestra de cariño y me miró con los ojos entrecerrados. Levantó su peso sobre uno de sus codos para observarme desde un mejor ángulo—. Últimamente te he notado extraño.

—Sólo estoy cansado —mentí—. He estado haciendo ejercicio y bueno, ya sabes cómo es esto. 

Su semblante se relajó y volvió a la misma posición afectiva donde su cuerpo se acoplaba al mío entre las sábanas de la cama. 

Acarició mi pecho con la punta de sus dedos. —Pues los resultados son espectaculares. 

Sonrió de manera maliciosa, incitándome a besarla, pero la imagen de Marcela sonriendo se filtró a mis pensamientos. Las pocas veces que la había visto sonreír fueron porque se rió de alguna de mis bromas o porque le gustó un comentario que hice; no utilizaba su blanca sonrisa para seducirme como cualquier otra chica lo hacía, y esa era una de las principales razones por las cuales me gustaba verla alegre.  

—Daniel, ¿me estás escuchando? —preguntó tras darme un pequeño golpe en el hombro.

—Eh... sí. —Su furiosa mirada volvió a inspeccionarme—. No, ¿qué dijiste?

—Te pregunté si a ti te gusta mi cuerpo. 

Pamela era la típica chica que se preocupaba más por cuidar su cuerpo que dedicarse a estudiar para aprobar las materias del colegio; en realidad, su padre, un importante accionista en una compañía de telecomunicaciones,  pagó una generosa cantidad de dinero a la escuela para que su hija aprobara tres materias que debía desde primer semestre. Esa era la única manera en la que sus padres podían demostrarle su amor: con dinero. 

—Por supuesto. —Acaricié su mejilla con fingida delicadeza—. Tan sólo mírate, eres Pamela Almada, una de las chicas más lindas de la escuela. 

Suspiró, complacida por mi respuesta. —Y tú eres Daniel Blair, el chico más deseado de Monreal. 

—Si eso fuera cierto, te hubiera conquistado desde hace tiempo, ¿no crees?

—Tal vez quería hacerme del rogar —dijo encogiéndose de hombros con una sonrisita traviesa dibujada sobre su rostro. 

Antes de que pudiese responder a su pregunta, me sujetó del rostro y me llevó al suyo, donde me recibió con un profundo beso que rápidamente se tornó en algo más íntimo. Con un pequeño impulso, colocó una pierna a cada uno de mis costados y me besó con más desesperación, aferrando sus manos a los cabellos de mi nuca. Su respiración agitada rozaba la piel de mis mejillas, y el roce de su cuerpo contra el mío me volvía loco. Pamela era salvaje y atrevida, el tipo de mujer con el que me gustaba pasar un buen rato. 

Cuando la oscuridad venga [1]Onde histórias criam vida. Descubra agora