Capítulo 22.

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Me mantuve al lado de Marcela durante las cuatro horas que estuvo dormida, revisando su temperatura cada quince minutos, con la esperanza de que mejorara. Luego de casi dos horas su calor corporal volvió a ser el mismo y pude respirar tranquilo, sin embargo, permanecí junto a ella por si despertaba y necesitaba algo.

Cuando despertó, una delgada línea corría a través de su frente, era una marca de la almohada. Reí y besé su cabeza. 

—Llamé a la escuela, y dijeron que no hay problema con tu falta.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó aún soñolienta. 

—No encontré alguna excusa creíble para mí —respondí encogiéndome de hombros—. ¿Qué quieres hacer mientras esperamos a que salgan tus hermanos?

—Podemos ver un película —sugirió mientras frotaba sus ojos con el dorso de su mano—. Con la condición de que no sea una en donde todos explotan.

—Pero éso sólo nos deja con las películas románticas.

—Exacto —dijo con tono triunfador, sonriendo ligeramente. 

La golpeé con gentileza en el hombro y me dirigí a las repisas de la sala con la intención de buscar una película adecuada para Marcela. Las opciones estaban entre Votos de amor y  Diario de una pasión. Había intentado terminar de verlas, pero nunca lo conseguía, eran tan aburridas, románticas y empalagosas que terminaba durmiéndome o poniendo Star Wars.

Volví a la habitación con ambas películas en una mano, deseoso de que Marcela desistiera de su idea de ver algo romántico. 

Al entrar a la habitación, ella estaba sentada sobre la cama, mirándome con curiosidad, por lo que deje los filmes sobre el buró y me senté a su lado. 

—¿Estás bien?

Asintió tímidamente, y lo que prosiguió me dejó con la mente hecha un rompecabezas. 

Me emboscó con dulzura e hizo que me recostara sobre la cama, mientras ella permanecía de bruces sobre mí, besándome con tranquilidad. 

Sentí cómo mi corazón comenzaba a martillear con fuerza en mi pecho, haciendo temblar mi cuerpo y entrecortar mi respiración. Entonces, Marcela comenzó a besarme de una manera distinta, con su lengua desesperada por jugar con la mía, y sus caderas moviéndose provocativas sobre mí. 

Sujeté su cintura e hice que su cuerpo se presionara contra el mío, sintiendo cada curva de éste. El calor que emanaba de ella era exquisito para el frío que hacía. Comencé a besarla con más fuerza y un ligero gemido escapó de sus labios. 

Éso, fue la chispa que me hizo explotar. 

Hice que rodáramos sobre la cama para terminar encima de ella, cuidando de no aplastarla con mi cuerpo. Comencé a besarla en el cuello, en los hombros, en las mejillas y los labios, jugando con mis manos en su cabello que olía a fresas. Sus manos, en cambio, estaban entretenidas explorando mi espalda, entonces, de un tirón la levantó hasta quedar a mitad de mi rostro. Tuve que apartarme unos segundos de ella para poder desnudar mi torso y continuar besándola. 

Cuando sentí un ligero cosquilleo entre mis piernas y me percaté de que Marcela había comenzado a desabrochar su blusa... me detuve. Me dejé caer a su lado y miré el techo, perplejo por mi conducta. 

—¿Qué ocurre? —preguntó con la respiración agitada. 

—No creo que este sea el momento adecuado —admití apenado conmigo mismo. 

—¿A qué te refieres? 

—No quiero que sea así —dije más serio de lo que esperaba—. No eres cualquier chica. 

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now