Capítulo 4.

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Durante el resto de las clases permanecí junto a Marcela y puse atención a todos los maestros, quienes me miraron un poco extrañados por el hecho de que estuviese sentado hasta el frente del aula junto a los chicos aplicados.

En varias ocasiones miré de reojo los cuadernos de mis compañeros más cercanos: cada uno de ellos escribía en orden y mantenían sus apuntes limpios. Los míos, en comparación, estaban manchados y con dibujos en las esquinas de las páginas. Fue entonces que me cuestioné cómo podía obtener buenas notas y destacar académicamente, si también faltaba a clases y me dormía en la silla al fondo del aula. Esas y otras dudas existenciales rondaron por mi cabeza.

«Quizás me junto con las personas equivocadas -pensé agobiado.»

No.

Barrí esos absurdos pensamientos de mi cabeza. Mis amigos eran como mi segunda familia; estuvieron a mi lado en los mejores y peores momentos en los últimos tres años, y no podía cuestionar la amistad que teníamos sólo porque me sentí bien estando con Marcela un sólo día. Estar a su lado hacía que me preguntara cosas estúpidas que, a la larga, podrían tener repercusiones negativas en mi vida.

Le dediqué una rápida mirada, y mi corazón aceleró la velocidad de sus latidos cuando noté cómo Marcela lamía sus labios mientras intentaba resolver las derivadas que el profesor dejó como trabajo. Sus claros ojos estaban fijos en su cuaderno, y parecía no notar lo que ocurría a su alrededor: podría estarla acosando con la mirada, y ella ni se daría cuenta.

En momentos como ese, Marcela parecía ser una frágil chica que podría romperse ante cualquier liviano toque, aunque la realidad era muy diferente.

—Jóvenes. —El profesor guardó sus pertenencias en el portafolios negro que llevaba colgado al hombro, y borró todo lo que anotó en el pizarrón—. Para la siguiente clase deberán traer las derivadas terminadas, y un ensayo que realizarán a base de un documento que les enviaré a sus correos electrónicos.

—¡Pero es fin de semana! —Reclamó Víctor. Una oleada de comentarios inconformes se alzaron en el salón, apoyando la queja por parte de mi amigo.

—¡Oh! Entonces tendrán más tiempo para realizar su tarea. —Sonrió con satisfacción—. Hasta luego.

—Maldito abusador —dije entre dientes, frustrado porque mi fin de semana se vería eclipsado por la tarea.

Marcela no pudo evitar una carcajada. —¿En verdad se quejan por una sola tarea? —Negó por lo bajo—. Ustedes si que tienen problemas complicados.

Reí. —Creo que tienes razón, mejor quiero cambiar el premio de la apuesta, prefiero que hagas mi tarea. —Me miró sorprendida y no pudo evitar que su boca se abriera por la impresión—. Hey, sólo bromeo, el plan original sigue en marcha.

Antes de que Marcela pudiese responder, la voz de Alejandro me llamó desde la entrada del salón.

—¡Daniel, date prisa! —Miré a mis amigos, quienes me esperaban con un semblante serio y sus brazos cruzados sobre sus pechos a modo de disgusto—. ¡Llegaremos tarde para ver el partido!

—Tengo que irme —le dije a Marcela con cierta tristeza—, pero nos veremos más tarde, ¿de acuerdo?

Asintió. —Cuídate.

Guardé mis útiles en la mochila sin poder apartar del todo la mirada de Marcela, quien comenzó a disculparse en voz baja con Carmen, la cual estaba enojada con ella —de nuevo—, y la miraba de manera amenazadora.

Salí del salón sin prestarle mucha atención a la situación, pues Carmen siempre me había parecido una chica poco agradable y no me sorprendió que aquél día estuviese de mal humor; aunque no entendía cómo Marcela podía ser amiga de alguien como ella.

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now