Capítulo 31.

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Mientras Marcela terminaba de preparar chocolate caliente, comencé a leer un libro del autor Dan Brown, en el cual hablaba acerca de cómo en los últimos años hubo un aumento en la población mundial, y las causas que ésto conlleva: epidemias, escasez de recursos, esperanza de vida disminuida y la economía afectada por intentar salvar a las personas en sus últimos seis meses de vida. 

Mi lectura fue interrumpida cuando Marcela se sentó en mi regazo y besó mis mejillas con inusual insistencia. Parecía nerviosa. La tomé con cuidado de la cintura e hice que se volviera un ovillo sobre mí. Me gustaba la sensación de tenerla entre mis brazos sin manera de que pudiera escapar. La miré a los ojos y noté esa pizca de descontrol que estaba buscando. 

—¿Qué ocurre? —pregunté inquieto. 

—Quiero hablar contigo sobre algo desde hace tiempo.

Asentí en muestra de que podía continuar.

—Hay un chico...

—Si me dirás que estás enamorada de alguien más, detente. No quiero escucharlo.

—¿Qué? ¡No! —respondió consternada—. Alguien ha estado llamándome, insistiendo en que salga con él.

—¿Quién? —pregunté molesto, sintiendo una repentina oleada de calor en el cuerpo.

Suspiró rendida: —Debo ir a apagar la estufa o provocaremos un incendio —se levantó, pero la detuve sujetándola del brazo.

—Marcela, no finjas que ésto no tiene importancia —la mire a los ojos y ella los apartó—. Dime de quién se trata. 

El tono de mi celular hizo que ambos diéramos un pequeño brinco de exaltación. Alguien me estaba llamando, tomé el móvil con mis dedos resbaladizos y, con sólo ver los primeros tres dígitos, recordé el número de Teresa. Dejé que el teléfono sonará durante algunos segundos.

—¿Hola? —contesté agitado. 

Mi novia sonrió con cansancio antes de desaparecer detrás de la puerta la cocina, la cual rechinó cuando ella la cerró con las manos temblorosas. 

—Daniel, hola, ¿estás ocupado?

—En realidad sí —respondí con un tajo de nerviosismo—. Estoy con mi novia. 

—Genial, deberías de decirle que tienes una cita pendiente conmigo. 

Sentí que mi estómago caía al suelo. Teresa no se conformaba con ser la segunda opción de nadie, y de pronto se interesó por mí, aún sabiendo sobre mi relación con Marcela. Éso era realmente extraño. 

—No creo que sea buena idea...  —comencé a decir, pero ella me interrumpió.

—Quizás deberíamos de ser cuidadosos —comentó con voz suave—, no me gustaría saber que le rompimos el corazón a una amiga. 

—¿A qué te refieres? —cuestioné asustado. 

—Dile "hola" de mi parte a Rivas.

Y colgó.

Mi corazón martilleaba con fuerza contras mis costillas. No recordaba haberle mencionado el apellido de Marcela. 

Me levanté del sofá, forzando a mis piernas a coordinarse con mi cerebro. Todo mi cuerpo se sentía pesado y doloroso. Tuve que controlar mi respiración antes de dirigirme a la cocina; no quería preocupar a Marcela, no en un momento tan crítico de nuestra relación. 

Entré a la cocina, empujando la delgada puerta vaivén de madera.

—¿Quién era? —preguntó con una pequeña sonrisa mientras servía la bebida caliente.

Reflexioné durante unos segundos antes de responder: —Teresa Hansen. 

Sus ojos y su boca se abrieron en una expresión de sorpresa.

—¿Teresa Hansen? ¡Debes de estar bromeando! —dijo con un tajo de exaltación—. Es prima de Alan, y una vieja amiga. 

La palabra amiga resonó por mi cabeza como un eco potente. 

«No me gustaría saber que le rompimos el corazón a una amiga».

El piso debajo de mis pies pareció temblar, y el tiempo se detuvo lo suficiente para dejarme unir todas las piezas del rompecabezas. El primer amor de Marcela y mi primer amor eran primos, familia, amigos, conocidos, unidos por la sangre. 

—¿Cómo la conoces? —preguntó emocionada por el descubrimiento.

—También es una vieja amiga —respondí aún consternado. 

—Es extraño —comentó mirando el piso mientras rascaba su cabeza—, hablé con ella hace algunos días; una semana, tal vez.

—¿Para qué? —cuestioné, cada vez más aterrado—. ¿De qué hablaron?

—Su padre me ofreció un empleo en su empresa desde hace tiempo—respondió apenada.

—¿Y ella sabe acerca de nuestra relación? —pregunté.

—Por supuesto, se lo conté la última vez que hablamos, pero no mencionó nada acerca de conocerte.

—Espera —dije intentando apartar el remolino de mi mente—, la empresa de su padre está en otra ciudad.

—Oh —su mirada se llenó de tristeza—. Quería hablar de éso contigo. Si acepto el trabajo, deberé irme. 

Una punzada atravesó mi pecho con rudeza, ocasionando que mi respiración se agitara lo suficiente para obligarme a sentarme en un taburete. Se sentó a mi lado, y tomó mis manos frías entres las suyas, pidiéndome con la cabeza que la mirara.

—¿Irte? ¿Por cuánto tiempo? —pregunté con voz temblorosa.

—No lo sé —aumentó la fuerza con la que estrujaba mis manos—, lo suficiente para conseguir dinero y poder cuidar de mis hermanos.

—No necesitas irte para que podamos cuidar de ellos —dije desilusionado—. Los hemos estado haciendo por semanas y todo ha marchado bien.

—Aún no he aceptado el trabajo —confesó desanimada.

—¿Piensas aceptarlo? —no esperaba sonar molesto, pero mi voz salió ronca y solté una de sus manos por mero instinto.

—No lo sé —respondió con voz quebrada—. Necesito ese dinero si quiero ayudar a Edgar y Lili.

—Ambos podemos trabajar aquí y... —me interrumpió con brusquedad.

—¡Daniel, tienes un futuro brillante por delante, no quiero ser un obstáculo para ti!

—¡No lo eres! —dije sintiéndome furioso muy de repente—. Sólo quiero que estés conmigo.

—¿Y no has pensando en lo que yo quiero?

Sus palabras fueron como un golpe directo a mi corazón, pero ella tenía razón, estaba actuando de una manera egoísta. Si Marcela creía que marcharse era la mejor opción, tendría que respetar su decisión, aunque éso implicara dejarla ir. Entonces recordé una conversación que tuvimos tiempo atrás. 

«—¿Arriesgarías todo por mí? 

—Haría lo que fuera con tal de mantener esa sonrisa en tu rostro.

—¿Y si éso significara perderme?»

Aunque en ese momento no estaba tan seguro de que soportaría verla partir.


Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now