Capítulo 3.

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Al despertar, los músculos de mis brazos se sentían doloridos. A pesar de tener una buena condición física, haber estado por tanto tiempo encima de Pamela con los brazos tensos, logró que se sintieran entumidos, y que cada movimiento fuera como un pequeño infierno de ácido láctico. Sin embargo, no podía quejarme, la chica era era ardiente y me gustó tenerla en mi cama.  

Cuando volteé para darle los buenos días, ella y cualquier rastro de su presencia, habían desaparecido. Por un instante me sentí confundido, pero luego recordé las anécdotas que Pamela nos contaba; nunca se quedaba hasta el amanecer con sus conquistas, pues quería ahorrarse las molestias de despertar y tener que entablar una conversación incómoda. 

 ¡Estupendo! Ya no tenía que preocuparme por echarla de mi casa. 

Me levanté, estirando todo mi cuerpo para relajar los músculos. Algunas vértebras de mi espalda crujieron en un armonioso sonido que me hizo sentir mejor. De igual manera, moví el cuello de lado a lado hasta que un ligero crack, consiguió relajarme. 

Entré a la ducha y abrí la llave del agua caliente. Mi cuerpo se sentía congelado; compartir la cobija con una chica en pleno otoño en la ciudad de Monreal, era una pésima idea, a menos que durmieras con ella hechos bolita o abrazados, lo que por supuesto no ocurrió con mi compañera. Me bañé, intentando enjuagar el fuerte perfume de Pamela que quedó impregnado en mi piel.

A pesar de haber tenido a una de las chicas más deseadas en la escuela, sentí ese familiar vacío en el pecho. No estaba seguro si había algo mal conmigo, o eran todas esas chicas huecas que sólo querían sexo, bueno, no es como si yo no quisiera eso, pero a veces me gustaba imaginar qué se sentiría estar con una mujer  que alterara algo más que mis pantalones. Me gustaría que fuera un reto para mi inteligencia y una chispa para mi humor.

Sólo a veces.

Porque cuando miraba a mi amigo Víctor con su desastrosa relación, me hacía abrir los ojos a la realidad: Tener pareja era algo complicado, agotador y aburrido, pues debías de ser detallista, cursi y esas tonterías que ningún hombre imagina ni desea ser.  Prefería ser soltero y disfrutar de los placeres de la vida. 

Miré el reloj, el cual marcaba las siete quince, aún tenía el tiempo suficiente para desayunar. Sin embargo, recordé que a Marcela le gustaba llegar temprano a clases, y no existía mejor manera de comenzar a ser su amigo, que compartir los mismos gustos que ella. 

Me vestí con rapidez y salí a tropezones de la casa, buscando las llaves de la camioneta en el bolsillo de mi pantalón. Cuando por fin las hallé, me subí al auto y pisé el acelerador, teniendo en cuenta que debía tomar una ruta distinta si quería que mi plan funcionara. En lugar de dirigirme al norte como de costumbre, fui hacia el sur, en donde recordaba que Marcela vivía y tomaba el bus escolar. 

Tuve que equivocarme varias veces para llegar a la parada correcta, donde la vi sentada junto a un poste de luz. Mi corazón dio un vuelco cuando noté que estaba usando mi chaqueta.

Detuve el auto frente a ella y bajé la ventanilla. Su mirada en un comienzo era de terror puro, pero se suavizó cuando me reconoció. Sin dudarlo, se levantó y se acercó.

—Hey, hola —saludé con torpeza.

—Buenos días. —Sonrió sin ánimos, agachándose lo suficiente para que nuestras miradas hicieran una superficial conexión—. ¿Qué haces por aquí?

—Tomé un camino distinto esta mañana y te vi sentada —respondí encogiéndome de hombros—. ¿No quieres que te lleve? 

—Por supuesto —se limitó a responder.

Cuando la oscuridad venga [1]Where stories live. Discover now