Parte XVI: BAJO EL INFLUJO DEL PORTAL - CAPÍTULO 148

51 7 3
                                    

PARTE XVI: BAJO EL INFLUJO DEL PORTAL

CAPÍTULO 148

Iriad se cubrió los ojos con un brazo ante la inusitada claridad que entró en la cámara al abrirse la puerta. Dos de los esbirros de Ileanrod lo tomaron de los brazos y lo arrastraron hacia afuera. Iriad se dejó hacer. Calculó que estaban llevándolo con Ileanrod y eso era conveniente. Desde que había vuelto a la consciencia en la negra cámara, Iriad había estado pensando en la forma de convencer a Ileanrod de volver al portal para que lo dejara terminar con su trabajo. No sabía exactamente cuánto tiempo había estado encerrado, pero esperaba que no fuera el suficiente como para haber echado a perder todo el plan.

Los guardias de Ileanrod lo llevaron hacia el bosque. Bien, tal vez Ileanrod estaba ya junto al portal. Pero no, lo guiaron hacia el norte de la isla, no hacia el centro como esperaba. La caminata no duró más de cinco minutos. Cuando llegaron a destino, Iriad se quedó helado, contemplando con horror la escena que tenía ante sí. Un cuerpo desfigurado por sangrientas heridas colgaba de la rama de un árbol de las muñecas. A sus pies, la tierra estaba húmeda y oscurecida por la cuantiosa sangre que había absorbido. Iriad tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Hacia la derecha, Ileanrod estaba tranquilamente apoyado sobre el tronco de un árbol con un puñal ensangrentado en la mano. Dos guardias más lo escoltaban, armados con ballestas cargadas.

—¿Qué es esto? —cuestionó Iriad—. ¿Quién es este pobre desdichado al que has matado para amedrentarme?

—¿No reconoces a tu coconspirador? —arqueó una ceja Ileanrod.

—Valamir... —lo identificó Iriad con consternación—. ¿Qué has hecho? ¿Por qué...?

—¿Por qué? Para que veas lo que les pasa a los que me traicionan —respondió Ileanrod con los dientes apretados.

Pero esa no era la pregunta que Iriad había querido hacer. Su pregunta completa era: ¿por qué torturar a Valamir físicamente cuando la tortura mental que Ileanrod era capaz de infligir era mucho más dolorosa para saciar su odio hacia él? Y otra pregunta más pertinente le vino a la cabeza al druida: ¿Era posible que Ileanrod hubiese sucumbido a su sed de sangre, olvidando que su prioridad era una interrogatorio limpio y efectivo? Ileanrod no tenía más que forzar la mente de Valamir y obtener toda la información que quería, aunque, haciendo esto, su enemigo quedaría en un estado insensible al dolor físico. Por lo tanto, torturar a Valamir de esta manera después de anular su mente no tenía sentido, a menos, claro, que solo lo hubiese hecho para espantar a Iriad.

—Te equivocas —le dijo Ileanrod a Iriad como si le hubiese estado leyendo los pensamientos.

—¿Eh? —dijo Iriad, desconcertado.

—Valamir no está muerto, pero está bastante cerca de estarlo —respondió Ileanrod.

Iriad tragó saliva y se acercó al cuerpo suspendido del árbol. En efecto, Valamir todavía respiraba, aunque apenas.

—¡Bájalo! —le gritó Iriad a Ileanrod—. ¡Bájalo ya mismo!

—Si quieres que lo baje, debes hacer algo por mí —replicó Ileanrod.

—¿Qué quieres? —le espetó Iriad.

—Respuestas —contestó Ileanrod con tono helado.

¿Respuestas? Entonces... Iriad comprendió todo de golpe: Ileanrod no había tocado la mente de Valamir, no había podido. El portal desalineado de Sorventus afectaba también su habilidad. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Ileanrod había tratado de sonsacar la verdad a Valamir de una forma burda y grotesca, golpeándolo y cortándolo, haciéndolo sangrar hasta la inconsciencia, poniéndolo al borde de la muerte, pero el valiente Valamir no había sucumbido al monstruoso tratamiento. Ahora, todo lo que le quedaba a Ileanrod era presionar a Iriad con la vida de Valamir para obtener resultados.

—Bájalo y te diré todo lo que quieres saber —dijo Iriad con un tono aún más frío que el de Ileanrod.

Ileanrod usó el puñal que tenía en la mano para cortar la soga y el cuerpo de Valamir cayó pesadamente al suelo. Iriad corrió hacia él, arrodillándose a su lado, tomando su cabeza entre las manos. ¿Por qué te dejaste atrapar?, se preguntó Iriad silenciosamente en su mente, mientras acariciaba una herida en la sien de Valamir con las puntas de sus dedos. Iriad había perdido sus poderes sanadores hacía mucho tiempo en Arundel y no podía aliviar a Valamir de su suplicio como hubiese querido. Y aunque los hubiera tenido, tampoco habrían funcionado en Sorventus.

De pronto, Iriad sintió un hormigueo familiar en las yemas de los dedos. Con el ceño fruncido por la sorpresa, bajó la mirada hacia el rostro de Valamir: la herida de la sien se había cerrado por completo. ¿Cómo era posible? Iriad apartó la mano de la cabeza de Valamir y lanzó una rápida mirada de soslayo hacia Ileanrod. Ileanrod no dio muestras de haber visto el pequeño milagro obrado por los dedos de Iriad.

—Él siempre fue tu favorito, ¿no es así? —inquirió Ileanrod con tono amargo al ver el cariño con el que Iriad sostenía el cuerpo inconsciente de Valamir.

—No —meneó la cabeza Iriad—. Tú eras mi favorito. Es por eso por lo que te nombré mi Ovate en contra de la voluntad de Arundel. Obviamente, me equivoqué. Un aspirante a Druida no debería ser capaz de dañar a un hermano de esta manera.

—Valamir no es un hermano, es un traidor —objetó Ileanrod.

—Traidor a tu visión de las cosas, puede ser, pero no traidor a su raza, nunca —dijo Iriad.

¿Por qué Ileanrod estaba perdiendo el tiempo con esta conversación trivial? ¿Por qué no iba al grano y le exigía a Iriad las respuestas que necesitaba? Oh, por supuesto, estaba ganando tiempo, estudiando las reacciones de Iriad. Ileanrod no estaba seguro de si estaba tratando con Iriad o con Lug. Según su entendimiento, Iriad podría haber perdido la batalla por el dominio del cuerpo de Lug al no tener el trozo de Óculo colgado del cuello.

Iriad consideró por un momento aprovechar la duda de Ileanrod, pero luego lo descartó. No había tiempo para juegos. El hecho de que Iriad estuviera recuperando sus poderes largamente perdidos y pudiera manifestarlos en esta isla solo significaba una cosa: el portal de Sorventus estaba siendo alineado en ese mismo instante, si es que no estaba completamente estabilizado y abierto ya.

Había otra razón por la que Iriad debía actuar con la mayor celeridad posible: si Ileanrod descubría que su propio poder había regresado y decidía tocar la mente de Valamir o incluso la de Iriad mismo, todo el plan estaría perdido.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora