Parte XX: BAJO LOS CAPRICHOS DE UNA REINA - CAPÍTULO 175

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CAPÍTULO 175

—Con el conocimiento de la magia vedada al hombre común, la gente se ha volcado naturalmente a desarrollar medios tecnológicos sin magia —explicó Liam.

A continuación, Liam describió la escena que había visto en aquel galpón en Vikomer unos días atrás, explicando cómo este aparente impráctico uso de la fuerza del vapor de agua se convertiría rápidamente en una invención que provocaría un desarrollo industrial sin precedentes.

—¿Está diciéndome que dos sujetos en un galpón inventaron esa cosa... ese motor? ¿Cómo es que la idea no salió de la gran universidad de Cambria?

—La universidad de Cambria nunca se ha interesado en los usos prácticos de artilugios como los que Liam describe —explicó Cormac—. Su objetivo es el desarrollo del conocimiento intelectual y filosófico, que considera más elevado que la solución de problemas mundanos.

—Ya veo —dijo Rinaldo, pensativo—. Entonces, ¿cuál es la idea? ¿Debo prestar mis ejércitos a la reina para que invada Marakar y recupere su trono, y el pago será en materias primas para la futura industria de Agrimar? Lo veo un poco... abstracto.

—No —intervino Sabrina—. No habrá invasión de ningún tipo en Marakar. No necesito un ejército para recuperar el trono que ya me pertenece.

—¿Está segura de eso? —arrugó el entrecejo Rinaldo, descreído.

—Lo que Marakar necesita no es un monarca paranoico que los lleve a la guerra, sino uno que vele por su futuro como nación. Yo neutralizaré la amenaza de Zoltan a Agrimar, y, a cambio, pido una flexibilización de la frontera con Agrimar con el fin de establecer rutas de comercio entre los dos reinos.

—¿Qué? —inquirió Rinaldo, sorprendido

¿En qué momento se habían dado vuelta las cosas? Se suponía que Sabrina estaba a su merced, desesperada, rogando por su ayuda, ¿y ahora era ella la que le hacía el favor a él de despachar a Zoltan?

—Creo que aquí hay un malentendido —dijo Rinaldo.

—Su majestad —comenzó Sabrina en tono conciliatorio—, ¿por qué es tan difícil pensar que esta lamentable situación puede tener una solución que sea provechosa para ambos lados?

—Porque eso nunca ha pasado entre Agrimar y Marakar —respondió Rinaldo.

—Entonces, es hora de que eso cambie, ¿no le parece? —arqueó una ceja ella.

Rinaldo lanzó una carcajada:

—Veo que malinterpreté todo. Usted no se considera precisamente una dama en apuros —concluyó.

—No, no lo soy, lamento haber dado una impresión equivocada —dijo Sabrina, que en realidad no lamentaba nada, puesto que su postura de debilidad le había ganado la apertura de las puertas del palacio de Agrimar y la posibilidad de negociar con Rinaldo en persona.

—Supongamos que firmamos ese tratado de comercio y flexibilización de la frontera —teorizó Rinaldo—. Si Zoltan la asesina como hizo con su padre, romperá con cualquier acuerdo que hayamos hecho.

—En ese caso, la situación no será peor de lo que es en este momento —se encogió de hombros Sabrina.

—Tendré que invadir Marakar yo mismo y sacar a Zoltan por la fuerza.

—Puede ser —asintió Sabrina—. Pero si Zoltan me mata, mi gente va a vengarme antes de que usted pueda siquiera reunir a sus soldados para marchar hacia el sur.

—Marakar quedaría acéfalo —comentó Rinaldo.

—No necesariamente —respondió ella—. No si contraigo matrimonio antes de entrar en Marakar.

—¡¿Está proponiendo que nos casemos?! —exclamó Rinaldo, tomado por sorpresa.

—Eso no funcionaría —respondió Sabrina—, no dejaré que Marakar sea absorbido por Agrimar como lo fue Toleram.

—Oh, ya veo —torció el gesto Rinaldo—, esto se trata sobre Gaspar de Novera. Sé que los embajadores de Istruna estuvieron en tratativas con Ariosto para propiciar ese matrimonio. Eso no es aceptable —se puso de pie el rey, dando un puñetazo en la mesa—. No habrá ningún tratado de comercio si las casas reales de Marakar e Istruna se unen para sofocar a Agrimar desde el norte y el sur.

Sabrina permaneció en silencio por un largo momento, con su mejor cara de derrota.

—Deberá elegir, majestad —continuó Rinaldo—: comercio con Agrimar o unión con Istruna.

Augusto se inclinó hacia Sabrina, murmurando en su oído, como si la estuviera aconsejando sobre los pasos a seguir ante el exabrupto de Rinaldo.

—La relación comercial con Agrimar tiene prioridad para mi reino —declaró Sabrina con estudiada reticencia.

—Entonces, tendrá que ser una boda con alguien neutral —intervino Yanis—, de preferencia alguien sin el poder político para inclinar la balanza en contra de Agrimar.

—¿Alguien que no sea un noble? ¡Eso es inaudito! —protestó Cormac.

—Esa es una solución perfecta —respondió Rinaldo con satisfacción.

El rey sabía que un consorte sin cuna noble sería más fácil de manipular y forzar a su antojo.

—¿Qué tal este muchacho, Liam MacNeal? Entiendo que compartió su cama ayer —propuso Yanis.

Sabrina se puso roja de pies a cabeza. Liam se mantuvo estudiadamente impertérrito. Pierre se puso de pie:

—¡¿Cómo se atreve?! —le gritó a Yanis, amagando a desenvainar una espada que había olvidado que no llevaba.

—¿Por qué no nos calmamos un poco? —trató de apaciguar las cosas Yanis—. Solo necesitamos una figura que pueda tomar el mando en caso de que algo le pase a la reina. Si todo va bien y la reina se cansa de la compañía de Liam, puede divorciarse más adelante. Creo que no es un arreglo tan descabellado como parece.

Todos hicieron silencio y se volvieron hacia Sabrina, que tenía la mirada clavada en el piso. Después de un largo minuto, Sabrina levantó la vista hacia los presentes, tragó saliva y dijo:

—Mi prioridad es el bienestar de mi reino. Si el precio es mi unión temporal con Liam MacNeal, lo acepto —suspiró con fingida resignación.

—Para que la unión sea válida ante la ley, la ceremonia debe ser presidida por una casa real legítima —dijo Cormac.

—Será un placer para mí casarlos —anunció Rinaldo.

—¿Cuándo? —preguntó Yanis.

—Tiene que ser lo antes posible —dijo Augusto.

—Esta misma tarde —dijo Rinaldo sin pensar.

—Pero... —trató de objetar el secretario del rey.

—Se hará esta tarde —reafirmó el rey.

—Sí, su majestad. Haré los arreglos —hizo una reverencia el secretario.

Rinaldo dio por terminada la reunión y se retiró del recinto junto con su gente.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora