Parte VII: BAJO CUSTODIA - CAPÍTULO 96

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CAPÍTULO 96

Iriad llevaba ya una media hora solo y atado a la silla en el recinto blanco de Sorventus cuando escuchó pasos a sus espaldas. Pensó que era Ileanrod que regresaba después de haberle dado un pequeño lapso para que decidiera sobre unirse a su nefasto plan. Se equivocó. No era Ileanrod.

—Te traje agua y algo de comer —dijo Valamir, apoyando la bandeja que traía en el suelo, junto a la silla.

—¿Eres el lacayo de Ileanrod, Valamir? Esperaba más de ti —le dijo Iriad con desprecio.

—Vine a explicarte la situación —respondió Valamir, haciendo caso omiso a los insultos de Iriad.

—No te molestes, Ileanrod ya me explicó todo claramente —retrucó el otro.

—No lo creo —meneó Valamir la cabeza—. Ileanrod no sabe lo que en realidad pasa aquí.

Iriad arrugó el entrecejo con desconcierto.

—¿Sabes por qué Ileanrod te ató a esa silla? —continuó Valamir.

—Porque Lug fue forzado a entregar su cuerpo para esta transferencia e Ileanrod teme que pueda tomar el mando nuevamente y escapar —respondió Iriad.

—Y, sin embargo, tú no sientes su presencia, ¿no es así? Él debería estar peleando con todas sus fuerzas por recuperar su dominio, pero no lo está haciendo.

—¿Es ese tu argumento para convencerme de que el Faidh está de acuerdo con que su cuerpo sea usurpado? —entrecerró los ojos Iriad con desconfianza.

—No —negó Valamir con una sonrisa—. Ese es mi argumento para apoyar mi explicación de lo que está pasando aquí. Verás, Lug tiene un cuerpo: el tuyo.

—No, no, me estás engañando. Lug está sedado y por eso no lucha.

—Lug estuvo sedado durante el viaje hasta Sorventus —admitió Valamir—, pero en el preciso momento en que tú despertaste aquí, él despertó en Arundel.

Iriad guardó un largo silencio, considerando las palabras de Valamir.

—Sé que entiendes perfectamente que lo que digo es verdad —continuó Valamir.

Iriad asintió despacio con la cabeza.

—¿Por qué ignora esto Ileanrod?

—Porque ignora que yo programé el Óculo de una forma diferente a la que me pidió —respondió Valamir, desatando los nudos que ataban las muñecas de Iriad—. Necesitaba que tú y Lug trabajaran como aliados y no como dos fuerzas en pugna en un solo cuerpo. Además, es más conveniente que él esté en Arundel en este momento.

—¿Por qué?

—Porque para que esto funcione, la Llave de los Mundos debe estar de un lado y la Reina de Obsidiana del otro, y tú debes estar fuera de Arundel.

—Me sacaste de Arundel para forzar las cosas —concluyó Iriad.

—Sí —admitió Valamir.

—¿Qué instrucciones le diste al Faidh?

—Ninguna, me temo. No hubo tiempo, pero el trozo de Óculo que tienes colgado del cuello te puede conectar con él para que lo guíes.

—¿Y qué hay de la Reina de Obsidiana? Ella también está... indispuesta, atrapada en el Bucle —mintió convincentemente Iriad.

Valamir solo sonrió:

—Eso es lo que Ileanrod cree, pero tú sabes bien que la chica logró escapar del Bucle y llegó a tus dominios, aun cuando saqué al Caballero Negro de la ecuación porque lo necesitaba aquí. Lo que es más, sabes que Sabrina no es la verdadera Reina de Obsidiana. De todos mis objetivos, evitar que la Reina de Obsidiana cayera en manos de Ileanrod era el prioritario.

—Entonces, ¿sabes quién es? ¿Dónde está?

—No sé qué nombre está usando y no sé tampoco en qué parte de Ingra se encuentra. Como te dije, para protegerla, no podía buscar esa información. Tenerla en mi mente en proximidad de Ileanrod era muy arriesgado. Pero no te preocupes, no necesitamos buscarla ni encontrarla, ella vendrá a nosotros muy pronto.

—¿Cuál es tu plan, Valamir? ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Pretendes desplazar a Ileanrod y tomar el poder tú mismo?

—No —negó Valamir con la cabeza—. Mi plan fue siempre respetar los términos de la Profecía con el fin de restaurar el lugar de nuestra gente en Ingra, uniendo las dos razas, tal como tú lo soñaste Iriad. Para hacerlo, tuve que mantenerme cerca de Ileanrod, simulando ser su devoto sirviente, su aliado incondicional. Antagonizarlo solo habría traído mi muerte y el triunfo de su sangriento plan. Tuve que hacer concesiones, permitir barbaridades con las que no estaba de acuerdo, pero fue la única forma en la que tuve acceso para manipular su plan de forma sutil e invisible, convirtiendo a Ileanrod en el artífice de su propia destrucción final.

—Dime lo que quieres que haga para ayudar —dijo Iriad con el rostro grave.

—Para empezar, come algo —le puso la bandeja sobre las piernas—. Mantente fuerte y trata de adaptarte como mejor puedas al cuerpo de Lug.

—Si quieres que me adapte a su cuerpo, debes desatarme también los tobillos y dejar que camine un poco.

—Claro —asintió enseguida Valamir, poniendo manos a la obra.

Iriad llevó las manos liberadas a su pecho por un momento, buscando la cadena con el colgante de roca verde.

—No, no te lo saques —le advirtió Valamir—. No sé si pueda restablecer la conexión con el Faidh si la pierdes. No querrás quedar varado en su cuerpo y él tampoco querrá quedar atrapado en el tuyo.

Iriad bajó las manos lentamente y tomó un trozo de pan de la bandeja.

—Hay algo más que necesito que hagas —se mordió el labio inferior Valamir—. No va a gustarte.

—¿Qué es?

—Debes aceptar la propuesta de Ileanrod.

—Olvídalo.

—Es solo para ganar tiempo, Iriad.

—¿Tiempo para qué?

—Para que yo pueda mover los hilos para frenar la guerra que Ileanrod acaba de poner en marcha.

—No vas a manipularme a mí también, Valamir —le respondió fríamente Iriad—. Si quieres que siga tus instrucciones, debes explicarme tu plan completo.

Valamir suspiró, y después de un largo silencio, asintió:

—De acuerdo.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora