Parte IX: BAJO NUEVA ADMINISTRACIÓN - CAPÍTULO 114

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CAPÍTULO 114

Meliter iba a la cabeza, seguido de cerca por Sabrina y Bruno. Lug, Dana y Augusto iban más atrás. Unos cincuenta sylvanos los escoltaban a través de las calles de la ciudadela. Los habitantes de Arundel los miraban pasar con una mezcla de ansiedad, esperanza, respeto y temor. Lo que habían esperado toda la vida se hacía por fin realidad, pero no sabían exactamente cómo reaccionar a este hecho. Algunos los saludaban con las manos, con grandes sonrisas e inclinaciones de cabeza, otros solo los observaban con preocupación.

—Esperaba una reacción más positiva —murmuró Augusto.

—Meliter hizo el anuncio hace apenas una hora —dijo Dana—. No han tenido mucho tiempo para digerir la noticia. Abandonar la vida a la que se han acostumbrado por tanto tiempo para cambiarla por un futuro incierto no es fácil para nadie.

—¿Les dijo Meliter que Iriad no es Iriad y que por eso Arundel va a disolverse? —preguntó Augusto.

—Si así fuera, Lug ya tendría una flecha clavada en el corazón —murmuró Dana—. Estamos en una situación más que volátil aquí.

—¿Qué historia les inventó Meliter?

—No lo sé. Una que funcionó, aparentemente —respondió Dana.

—Siempre imaginé que nos recibirían como héroes —suspiró Augusto—. En cambio, nuestra vida pende del hilo de una mentira. No me gusta.

—A mí menos —dijo Lug de pronto, que había estado cavilando en silencio, sondeando los tensos patrones de los sylvanos que seguían a la procesión con atentas miradas.

—¿Estás bien? —le apoyó una mano cariñosa en el hombro Dana.

—Bien —apartó él la mirada para que ella no se diera cuenta de que mentía.

Dana suspiró. No necesitaba entrar en la mente de su esposo para ver que no le decía la verdad. Lo conocía lo suficiente para saber que estaba profundamente preocupado. Aun así, decidió no presionarlo sobre el tema y dejar pasar la mentira.

—Encima de todo esto, Sabrina es impredecible —comentó Augusto por lo bajo—. ¿No sería conveniente que le dijeras que eres su hermano mayor? —le preguntó a Lug—. Tal vez así entendería que estás de su lado.

—No —negó Lug con la cabeza—. Este es el peor momento para eso. Solo serviría para que pensara que la estoy manipulando otra vez. Bruno la está manejando bien y lo dejaremos así.

—Bruno solo ha logrado exacerbar su egoísmo. Solo piensa en ella misma y en sus propios deseos. Es la típica princesita mezquina y narcisista. Acepta ayudarnos solo porque es conveniente para sus fines —manifestó Augusto, molesto.

—Solo está tratando de averiguar quién es —dijo Lug—. Cualquier persona normal reaccionaría de la misma manera si otros la hubiesen forzado a ser alguien que no es.

—Quitándole luego incluso eso —comentó Dana.

—Se rebelará a todo lo que propongamos —advirtió Augusto—. No sabe trabajar en equipo y no le interesa, solo quiere liderar y hacer lo suyo.

—Eso no es para sorprenderse. Fue educada para ser una reina después de todo —se encogió de hombros Lug.

—¿Y eso no te preocupa?

—Me preocupan muchas cosas, Gus, pero Sabrina no es una de ellas —respondió Lug—. Tú solo ves su exterior ofendido y rebelde, pero yo he visto su corazón. Hay más compasión en su interior de la que he visto en mucho tiempo. El hecho de que no se anime a mostrarla por miedo a parecer débil en un ambiente hostil que requiere una postura fuerte y enérgica, no significa que no esté ahí. A la hora de la verdad, hará lo correcto.

—O morirá en el intento —murmuró Dana, preocupada.

—Su hermano mayor no dejará que eso pase —aseguró Lug.

Llegaron a las puertas de la ciudadela y las traspasaron, penetrando en el bosque. El sendero entre los frondosos árboles era cuesta arriba y Dana notó que Lug aminoraba la marcha ostensiblemente y respiraba de forma un tanto forzada:

—Lug... —lo tomó del brazo suavemente.

—Nunca había visto flores como estas —comentó Lug, deteniéndose de pronto y rozando con sus dedos una flor blanca y sedosa al tacto—. Este lugar es increíble —se apoyó en el tronco de un árbol, mirando la exuberante vegetación alrededor, extasiado.

Dana vio enseguida que la razón por la que se había detenido Lug no era para apreciar el paisaje, sino una excusa para descansar.

—Lug, si no estás del todo recuperado... —le murmuró Dana al oído.

—Este cuerpo está muy desgastado y le estoy exigiendo más de lo conveniente, es todo —trató de sonreír Lug—. Estoy bien.

—¡Maldita sea, Lug! —le gruñó Dana por lo bajo—. Si das otro paso más en ese estado, te juro que te ataré a ese árbol en el que estás apoyado para obligarte a descansar.

—No tengo tiempo para descansar —discutió Lug—. Iriad lleva horas esperando mi contacto. No puedo arriesgarme a que Ileanrod descubra su ardid.

—¡Gus! —lo llamó Dana sin prestar atención a las protestas de su esposo—. Dile a Meliter que pararemos un momento aquí.

—¿Todo está bien? —frunció el ceño Augusto.

—Solo haz lo que te digo —respondió Dana con tono cortante.

Augusto asintió y salió corriendo. Alcanzó a Meliter y le comunicó el pedido de Dana. Meliter dio la orden para que detuvieran la caravana y se volvió con pasos rápidos hasta donde estaba Lug. Abrió la boca para preguntar por las razones de la parada, pero cuando vio el rostro pálido de Lug y sus visibles esfuerzos para mantenerse en pie, apoyado sobre el árbol, descartó sus preguntas y en cambio, dio una orden a uno de los sylvanos de la escolta. El sylvano se apresuró a extender una manta en el suelo de mullido césped, a un lado del sendero, y ayudó Lug a sentarse, junto con Dana.

—Estoy bien —protestó Lug con un gruñido.

Nadie le creyó.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora