Parte XVIII: BAJO BUENOS AUGURIOS - CAPÍTULO 165

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CAPÍTULO 165

—Llegó la hora —se puso de pie Liam, acercándose a la reja de la celda al escuchar pasos por el pasillo.

—Recuerden lo que hablamos —advirtió Cormac a los demás en un murmullo.

Por el tumulto, se notaba que la partida que había venido a buscarlos era bastante numerosa. Liam sospechaba que no habían venido a llevarse solo a uno de ellos. Si ese era el caso, su ardid no funcionaría.

Solo tres personas se acercaron a la reja de la celda, los demás permanecieron a cierta distancia, ocultos a la vista de los prisioneros. De los tres que se presentaron, uno era Maxell, claramente al mando, y los otros dos eran solo soldados actuando como escolta de apoyo.

—¡De pie, prisioneros! —les ordenó Maxell con voz potente—. Él también —señaló a Pierre.

—Por si no lo recuerda, tiene una herida en la pierna —intervino Cormac.

—¡Dije de pie! —insistió Maxell—. Su eminencia, el Mago Mayor de Agrimar, ha venido a verlos, contra mis enfáticas recomendaciones. No permitiré que lo reciban echados en el suelo.

Liam y Cormac cruzaron una mirada de desconcierto. ¿El Mago Mayor de Agrimar no era el propio Maxell?

—Si no muestran contrición y respeto ante su presencia, lo pagarán caro —les advirtió Maxell.

Liam y Mordecai ayudaron a Pierre a ponerse de pie y lo sostuvieron uno de cada lado.

—La vista al suelo y hablarán solo cuando se les ordene —los instruyó Maxell.

Los prisioneros obedecieron. Maxell se volvió hacia el resto del grupo en el pasillo:

—Están listos, señor.

Yanis avanzó con ansiedad hasta la celda. Todos los protocolos de Maxell le resultaban tediosos e innecesarios, pero sabía que debía respetar las reglas de Agrimar en el tratamiento de prisioneros.

—¿Cormac? —inquirió Yanis con grata sorpresa al reconocerlo—. ¡Liam!

—¿Yanis? —levantó la cabeza Cormac—. Temíamos lo peor, pensamos que...

—¡Abran esta celda de inmediato! —ordenó Yanis a los soldados—. ¡Rápido! —los urgió—. Estos hombres no son espías, son mis más fieles aliados y mis amigos.

Uno de los soldados desenganchó una enorme llave de hierro de su cintura y abrió la celda.

—Yanis... —le murmuró al oído Maxell—. ¿Es esto prudente? ¿Estás seguro?

—Absolutamente —confirmó Yanis—, y exigiré también una disculpa de tu parte para con ellos.

—Pero... —dudó Maxell.

—Ahora mismo, Max —insistió Yanis.

—Me disculpo —hizo una inclinación de cabeza Maxell hacia los prisioneros—. En mi celo por cumplir las órdenes del Mago Mayor, parece ser que he incurrido en un error con respecto a su relación con Zoltan.

—Está bien —respondió Cormac con tono conciliatorio—, es claro que solo estaba haciendo su trabajo. Creo que todo fue un malentendido. Nosotros mismos no fuimos abiertos con usted por el mismo motivo. Pensábamos que estaba del lado de Zoltan.

—Eso nunca, señores. Soy fiel a Agrimar hasta la muerte.

—Es bueno saberlo —respondió Cormac.

—Yanis —intervino Liam—, tu hombre Maxell confiscó un Óculo venido de Cambria con destino a Marakar.

—Lo sé —asintió Yanis.

—Debemos disponer de él de forma que nunca llegue a manos de Zoltan.

—¿Qué quería Zoltan con esa cosa? —preguntó Maxell.

Liam le lanzó una mirada a Yanis y apretó los labios sin contestar.

—Ya veo —dijo Maxell—, es un asunto muy delicado para discutirlo en presencia de tanta gente.

—Así es —confirmó Liam.

—Vamos, salgamos de aquí —dijo Yanis—. Discutiremos este asunto en un lugar más privado. Tengo un carruaje esperando para llevarnos a Vikomer. Por cierto, ¿quiénes son estos dos compañeros con los que se han asociado?

—Este es Pierre Lacroix, Capitán de la Guardia Real de Marakar, leal a Sabrina, y este es el Adivinador Real de Marakar, Mordecai Linus, que fue confinado en las mazmorras de Marakar por Zoltan durante treinta años —los presentó Cormac—. Ambos son leales a nuestra causa.

—Ya veo —asintió Yanis—. Capitán Lacroix, Adivinador Linus, sean bienvenidos a Agrimar. Desde este momento, les ofrezco asilo en Agrimar y mi protección personal.

—Gracias, señor —inclinó la cabeza Mordecai.

—Gracias —asintió Pierre—. Que este sea el comienzo de una relación amistosa entre Marakar y Agrimar.

—Es mi más ferviente deseo, capitán —sonrió Yanis.

Maxell hizo una mueca. No estaba muy seguro de que Rinaldo fuera a aceptar el ofrecimiento de amistad con Marakar que Yanis había brindado tan libremente.

—Max, consigue una silla de ruedas para el capitán —pidió Yanis.

—No es necesario, puedo caminar con un poco de ayuda —dijo Pierre.

—Como guste, capitán. Le conseguiré atención médica para esas heridas ni bien lleguemos al palacio del Rinaldo.

—Gracias, señor.

La luz del sol fue recibida con agrado por los prisioneros al cruzar el patio interno del fuerte de Lavia hacia el rico carruaje real con el escudo de la casa de Rinaldo. Liam estaba especialmente complacido con el cambio de situación y su rencor hacia Valamir y sus retorcidos planes se disipó en gran medida. Todo había salido bien: Sabrina estaba a salvo, los sylvanos habían cruzado a Ingra, Yanis había tomado el mando de los magos de Agrimar, Zoltan había sido privado de un arma de destrucción masiva para sus planes de guerra... Lo que quedaba por hacer presentaba dificultades mínimas y fáciles de sortear. No, no todo había salido bien... Lug...

—Debemos decirle lo de Lug —le murmuró Liam a Cormac al oído, indicando a Yanis con la mirada.

Cormac asintió con el rostro grave y se acercó a Yanis.

—Yanis... —lo tomó Cormac de un brazo—. Hay algo que necesitas saber —le habló al oído—. Lug ha muerto.

Yanis se detuvo en seco en medio del patio y se volvió hacia Cormac, apoyando paternalmente una mano en su hombro:

—Oh, Heraldo —le sonrió—, Un poco de fe, hermano. El Protector nunca dejará que nada malo le pase al Faidh. Su trabajo en Ingra puede haber terminado, pero hay todo un universo de mundos allá afuera que todavía lo necesitan.

Cormac volvió a abrir la boca para insistir, pero Yanis reanudó la marcha con pasos rápidos y no le dio oportunidad. Cormac solo suspiró. Tal vez fuera mejor dejar que Yanis se apegara a su fe por el momento. Habría tiempo para que saliera de su negación y aceptara que estaba equivocado.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora