Parte XI: BAJO SOSPECHA - CAPÍTULO 124

68 10 4
                                    

CAPÍTULO 124

Sabrina, Dana, Augusto y Bruno reconocieron enseguida el sitio. Era la parte del bosque donde habían aparecido al escapar del Bucle. La tormenta parecía no tener efecto en este lugar. Era como un oasis estático y perfecto, inmune a la destrucción que estaba ocurriendo en el resto de Arundel. Sin embargo, no había nada allí que se pareciera a un portal.

Torel hizo una seña a sus compañeros y todos disolvieron al unísono el escudo protector que era innecesario en este punto del bosque.

—¿Dónde está exactamente el portal? —inquirió Sabrina, paseando la mirada en derredor.

Como respuesta, Torel hizo un gesto de barrido con sus manos y el bosque se despejó como por arte de magia, haciendo aparecer un claro con un enorme menhir en el centro.

—Camuflaje —asintió Bruno—, y uno muy bueno.

—¿Por qué no llega hasta aquí la tormenta? —preguntó Dana.

—Este es el ombligo de nuestro mundo —explicó Torel—, desde donde todo parte y hacia donde todo va, el principio y el fin. Este lugar está fuertemente protegido, pero eventualmente, la desintegración lo alcanzará también, y cuando llegue, ya no habrá salvación posible.

—Debemos trabajar rápido, entonces —dijo Lug.

Augusto no hizo ninguna observación verbal sobre el lugar. Estaba demasiado extasiado, estudiando la roca central del claro.

—Lo percibes, ¿no es así? —le apoyó una mano en el hombro Lug.

Augusto asintió, embelesado:

—Es mucho más que un portal —murmuró—. Su energía es de una complejidad que nunca había visto.

—Ni yo —confesó Lug—. ¿Puedes ver los patrones?

—¿Patrones? No —contestó Augusto—. Mi percepción no es tan avanzada como la tuya. Todo lo que veo es una masa amorfa de energía en movimiento cuya estructura escapa a mi comprensión.

—¿Y ahora qué sigue? —inquirió Sabrina.

—Ahora, debo esperar a que Iriad se vuelva a contactar conmigo —se sentó Lug en el suelo, cruzando las piernas por delante.

La Llave de los Mundos cerró los ojos, respiró varias veces para relajar su cuerpo y esperó. Aun con los ojos cerrados, podía percibir claramente la energía multicolor del portal. Las formas geométricas que aparecían y desparecían atrajeron su atención y se dedicó a estudiarlas. Había una armonía en su danza etérea que le causaba placer y tranquilidad. Sin esfuerzo, vino a él la comprensión del funcionamiento de este intrincado portal. Sonrió al comprender lo que estaba mal en Sorventus. Casi sin darse cuenta, comenzó a mover sus manos en el aire, acomodando las formas de energía a su antojo, combinándolas, acoplando unas con otras. Sí, encajaban entre sí de una forma perfecta, como piezas de un rompecabezas. Una vez que las uniera, se abriría el portal y solo le quedaría recalibrar los patrones de Sorventus y alinearlos con los de Arundel. Todo era en verdad simple para alguien con su habilidad, todo era simple para la Llave de los Mundos.

Lug se dejó llevar por el juego de armar aquel modelo extraordinario de formas y colores. Olvidó la tormenta, olvidó la angustia de los sylvanos, olvidó todo excepto la presencia de aquel magnífico portal. Mientras más se adentraba en su misterio, más placer sentía. Sintió como si no hubiese nada más interesante y valioso que aquella estructura exquisita. Cuando ya llevaba armada casi la mitad del portal, descubrió que no había más piezas. Sintió un vacío en el estómago, un miedo que lo hizo temblar. ¿No había más piezas? No, no era posible... tenía que terminarlo... tenía que... Por un momento, sintió que no podía respirar, sintió que moriría si no podía completar la estructura.

—¡Lug! —lo sacudió Dana del hombro.

Lug abrió los ojos y volvió a la realidad de golpe. Las manos le temblaban y estaba pálido y sudoroso.

—¿Estás bien? —se arrodilló su esposa junto a él.

—No a hay más piezas. No puedo armarlo —dijo Lug con voz angustiada.

—¿Armarlo? —repitió Dana, sin comprender.

—El portal —aclaró Lug.

—¿E Iriad? ¿No puede ayudarte?

—¿Iriad? —repitió Lug como si fuera la primera vez en la vida que escuchaba el nombre.

—Lug, has estado allí sentado cerca de dos horas —le explicó Dana—. Me arriesgué a sacarte de tu comunicación con Iriad porque vi que te costaba respirar y temí...

—No, no estuve con Iriad —dijo Lug con voz desapasionada.

—¿Entonces? —inquirió Dana, frunciendo el ceño.

—Estuve con el portal. Oh, Dana, es tan... —Lug no encontró palabras para describirlo—. Pero falta una parte. No puedo abrirlo sin las piezas que faltan —agregó con la voz quebrada por la zozobra.

—Tal vez, Iriad tenga esas piezas —sugirió Dana.

Lug solo volvió sus ojos hacia la roca en el claro del bosque con desesperante anhelo.

—Lug —lo tomó del mentón Dana, obligándolo a mirarla a los ojos—. Debes comunicarte con Iriad.

—¿Iriad? —devolvió Lug con incomprensión.

—Sí, Iriad —recalcó Dana con preocupación—. Lug, creo que el portal te hizo algo, creo que no estás bien.

—Estaré bien cuando complete el portal —respondió Lug, tratando de volver la mirada hacia la roca otra vez.

Dana se interpuso en su campo de visión:

—¡Lug! —lo sacudió de los hombros para hacerlo reaccionar.

Su esposo solo la miró sin mirarla, como si su mente estuviera muy lejos de allí.

—Muy bien —decidió Dana—. Si no quieres escucharme por tu propia voluntad, te forzaré a hacerlo.

Lug no dio muestras de haber comprendido la amenaza. Sus ojos solo buscaban de forma insistente la roca.

—Torel —le ordenó Dana con voz perentoria—, vuelve a poner el camuflaje sobre el portal.

El sylvano asintió en silencio e hizo lo pedido. Cuando la roca desapareció, los ojos de Lug se llenaron de lágrimas. Dana tomó la cabeza de Lug entre sus manos y apoyó su frente sobre la de él. Cerró los ojos y abrió un canal hacia la mente de Lug con tanta potencia que la Llave de los Mundos cayó hacia atrás como si lo hubiesen empujado físicamente. Dana alcanzó a tomarlo de los hombros antes de que se golpeara contra el suelo.

—Vuelve a mí —le dijo ella con firmeza en su mente mediante el canal.

Lug pestañeó varias veces y volvió del trance.

—¿Dana? —arrugó el entrecejo al ver el rostro de su esposa a centímetros del suyo con la mirada clavada en él.

Lug miró en derredor y encontró que todos estaban observándolo con expectación. La roca del portal no estaba por ningún lado.

—¿Qué pasó? —preguntó Lug, despacio.

—Pasó que ese portal es más que un simple portal —dijo Dana—. Algo atrapó tu mente, nubló tu juicio y manipuló tus emociones.

—El portal siempre ha sido peligroso —intervino Torel—. Es por eso por lo que siempre lo mantenemos oculto.

—Debo hablar con Iriad —decidió Lug—, ahora mismo.

—Por fin —murmuró Dana para sí.

—¿Cómo lo hará sin un Óculo? —planteó Torel.

—Dana —respondió Lug.

—¿Crees que pueda contactarlo con un canal desde aquí? —cuestionó Dana.

—Creo que debemos intentarlo —contestó Lug—. No podemos seguir esperando a que él se contacte.

—De acuerdo —asintió Dana, sentándose frente a él—. Toma mis manos —le indicó a su esposo.

Lug obedeció y cerró los ojos para iniciar la comunicación.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora