Parte V: BAJO ENGAÑO - CAPÍTULO 76

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CAPÍTULO 76

—¿Recuerda mi nombre? —se sorprendió Cormac.

—¿Cómo olvidar a uno de nuestros más eximios estudiantes? —sonrió el rector.

—Pero han pasado tantos años...

—Siempre recuerdo a mis alumnos especiales —le palmeó amistosamente el hombro el rector.

—¿Qué hace aquí? —inquirió Lug con tono hostil.

—¿No me presentas a tus amigos? —preguntó el rector a Cormac, ignorando la beligerancia de Lug.

—Este es Lug y este es Liam —los presentó Cormac.

—Mucho gusto —extendió la mano el rector. Ni Lug ni Liam mostraron intención alguna de querer estrechársela. El rector bajó la mano sin dar señales de estar contrariado.

—Tenía entendido que los académicos de Istruna no veían con buenos ojos la investigación de ruinas antiguas —dijo Lug—, lo cual vuelve su presencia en este lugar un tanto extraña.

—¡Vaya! Parece que sabe mucho sobre las tradiciones universitarias de Cambria, mi amigo —respondió el rector con tono amigable—. Sí, es cierto. Mi presencia aquí no es de lo más ortodoxa. Si el resto del personal de la universidad se enterara de que estoy aquí, me temo que mi reputación sufriría bastante. Es por eso por lo que he venido solo y en secreto.

—Pero ¿qué es lo que lo llevó a romper con esas... tradiciones, como usted las llama? —lo interrogó Lug.

—Es una historia un poco larga —suspiró el otro—, pero, en resumen, tratando de reparar una grieta en los sótanos de la biblioteca por donde se filtraba agua que amenazaba con destruir antiguos pergaminos, descubrí una pared falsa que llevaba a una habitación oculta. Bernard... —se volvió hacia Cormac—. Recuerdo bien cómo te interesaban siempre esos libros antiguos, si pudieras ver lo que descubrimos...

—¿Qué descubrieron? —preguntó Cormac con ansiedad.

—Oh, Bernard, encontramos la biblioteca secreta de Arundel —anunció con solemnidad el rector.

—¿En serio? —sonrió Cormac con los ojos brillantes.

—Te lo juro, Bernard. Esos libros hablaban de cosas increíbles, inimaginables. No pude resistirme, no pude evitar querer saber más sobre ese conocimiento tan largamente prohibido. Los libros hablaban de este lugar: Caer Dunair. Tenía que verlo con mis propios ojos. Ahora entiendo tu fascinación con todo esto, Bernard, el irresistible atractivo del misterio que todo esto encierra...

—Lug —se volvió Cormac al Señor de la Luz—, si tenemos acceso a los demás libros de las profecías de Arundel, podremos comprender el plan original, podremos subsanar lo que se ha estropeado, podremos encontrar la forma de...

—No, Bernard —lo cortó Lug—. No podemos confiar en este hombre.

—¿Por qué? Ya te dije que lo conozco. ¿Crees que está mintiendo? —inquirió Cormac.

—Ese es el problema —respondió Lug—. No sé si está diciendo la verdad o no porque no percibo sus patrones. ¿Comprendes?

Cormac comprendió. Muy despacio, se volvió hacia el rector y dio dos pasos hacia atrás.

—¿Sucede algo malo? —preguntó el rector inocentemente.

—Sucede que usted no es quien dice ser —le contestó Lug, apuntándole con la espada.

—Supongo que es hora de que todos nos sinceremos —dijo el rector sin inmutarse ante la espada apuntando a su pecho—. Mi nombre es Nicodemus, Mago Mayor de Istruna. La razón por la que no puede ingresar en mi mente es que estoy protegido —explicó, metiendo la mano bajo su túnica para poner a la vista una amatista montada en una cadena de plata que colgaba de su cuello—. Todo lo que he dicho hasta ahora es verdad excepto una cosa. En verdad soy el rector de la Universidad de Cambria, y en verdad también tengo en mi poder los cuadernos de las profecías de Arundel.

—¿En qué nos mintió, entonces? —inquirió Lug.

—En la razón de mi presencia aquí —respondió el otro con el rostro serio.

—Sabía que estaríamos aquí, ¿no es así? Vino a encontrarnos —dedujo Lug.

—Sí.

—¿Quién le dijo de nuestra reunión aquí?

—Nadie —mintió Nicodemus—. Supuse que después del problema que tuvieron con el cruce de Sabrina, vendrían aquí a tratar de arreglar las cosas.

—¿Qué problema? ¿Qué pasó con Sabrina? —preguntó Liam.

—¿El maravilloso Señor de la Luz no te lo dijo? —respondió el mago, visiblemente complacido de poder sembrar discordia entre Liam y Lug—. No te preocupes, muchacho, yo te diré la verdad: tu adorada Sabrina no logró cruzar hasta Arundel. Está atrapada en el Bucle: una trampa ilusoria de la que ni ella ni sus acompañantes saben cómo salir.

—¿Lug? ¿Es eso cierto? —cuestionó Liam.

Lug suspiró y desvió la mirada.

—¡Lug! —le gritó Liam.

—Es cierto —fue Cormac el que contestó.

Lug pensó que Liam explotaría en insultos y agresión a su persona, pero no. Sin decirles ni una palabra ni a Lug ni a Cormac, Liam avanzó hacia Nicodemus y le planteó:

—¿Usted puede ayudarla?

—Posiblemente —respondió el otro.

—¿Cuál es su precio? —fue Liam al grano.

—La colaboración de la Llave de los Mundos en mi proyecto.

—La tendrá —aseguró Liam, y luego a Lug: —Acabo de encontrar la forma en que te ganarás mi perdón.

—No sabes lo que me estás pidiendo, Liam —meneó la cabeza Lug.

—No me importa —le escupió Liam con desdén—. Lo harás.

—Liam... —trató de hacerlo entrar en razón Cormac—. No podemos aceptar esta propuesta sin saber de qué se trata. Ni siquiera estamos seguros de que no es él el que puso a Sabrina en esta situación en primer lugar.

—¿De qué hablas? —inquirió Liam.

—Las cosas salieron mal porque alguien saboteó el plan —explicó Cormac.

—Tus amigos están tratando de lavarse las manos, culpándome de sus malas decisiones —interrumpió Nicodemus—, pero el mal ya está hecho y ahora solo importa quién es capaz de brindar la solución, ¿no te parece?

Liam asintió despacio con la cabeza.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora