Parte III: BAJO INSTRUCCIÓN - CAPÍTULO 26

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CAPÍTULO 26

El comedor estaba bastante lleno. Lug no sabía si eso era habitual o no, pero Cormac parecía impaciente.

—¿Qué pasa? —preguntó Lug.

—Demasiada gente —dijo Cormac, tamborileando sus dedos sobre la mesa—. Quédate aquí —se puso de pie.

—¿A dónde vas?

—A los muelles. Quiero asegurar nuestros pasajes en el próximo barco que salga a hacer el recorrido por el archipiélago.

—¿No quieres que te acompañe?

—No es necesario. Los muelles no están a más de trescientos metros de aquí. Volveré enseguida.

—Como quieras.

A los veinte minutos, el tabernero se acercó a la mesa de Lug con una enorme bandeja, y descargó con solemnidad dos platos, un recipiente con pan, dos vasos y una jarra de cerveza roja:

—¿Y su amigo? —preguntó con curiosidad.

—Fue a comprar pasajes para el archipiélago —dijo Lug.

—Oh, espero que su viaje no sea urgente —hizo una mueca el otro.

—¿Por qué? —se interesó Lug.

—El barco de Travis está fuera de servicio por reparaciones, y Harris, que es el único disponible de momento, salió a hacer el recorrido ayer, lo que significa que volverá al puerto en quince días.

—Quince días... —murmuró Lug, preocupado—. ¿Hay alguna otra forma de llegar a las islas?

—¿Una barca privada?

—Sí.

—No hay ninguna disponible. Con Travis parado, todas las barcas han sido contratadas y están en el mar en este momento. Toda esta gente —señaló en derredor el atiborrado comedor— se ha encontrado con el mismo problema que ustedes.

—Ya veo —se mordió Lug el labio inferior.

—No quiero ser atrevido, pero...

—¿Pero qué?

—Bueno, si su intención es esperar a Harris, les recomiendo que se apresuren a reservar habitación. Como le dije, toda esta gente está ante el mismo dilema que ustedes y en unas horas más, no sé si podrán encontrar alojamiento decente en Sansovino.

—¿Usted tiene una habitación doble para mi amigo y para mí? —le preguntó Lug.

—Todavía me está quedando algo, sí —dijo el hombre.

—De acuerdo, resérvela para nosotros, por favor.

—Ejem —se aclaró la garganta el tabernero—. Mi señor comprenderá que ante la gran demanda... bueno, los precios pueden haber subido un poco de las tarifas normales.

—Mi amigo pagará su sobreprecio, no se preocupe —le aseguró Lug, disgustado ante la avaricia del tabernero.

—Disfrute su comida, mi señor —hizo una torpe reverencia el otro y se alejó sonriendo.

Lug maldijo por lo bajo.

Lug estaba pasando el pescado al plato de Cormac y reacomodando la ensalada de papas y zanahorias en el suyo cuando su amigo entró en la taberna. Como era de esperarse, traía el rostro tenso, alterado y ofuscado.

—No me digas nada —lo atajó Lug—. Nuestro buen amigo Gregorio ya me informó de la situación: quince días de espera.

—¡Es inaudito! —gritó Cormac.

—Siéntate y come algo —lo invitó Lug con un gesto de la mano—. No hay mucho más que podamos hacer por ahora.

Cormac se sentó, mascullando obscenidades que Lug nunca había escuchado de él.

—Te lo digo, Lug —dijo Cormac, atacando con furia el pescado en su plato como si fuera el culpable de todos sus infortunios—, algo no está bien, algo se ha descarrilado en el plan. Esto no debía pasar. Debimos llegar ayer, y entonces, a esta hora estaríamos a bordo del barco de Harris.

—No había forma de adivinar que nos retrasaríamos, tampoco podíamos saber que no habría transporte disponible —retrucó Lug.

—Exacto, exacto, de eso estoy hablando —expresó el otro, un tanto obsesivo—. Los detalles, Lug, los detalles. Pequeños desvíos que nos están alejando del plan. No me gusta, esto no está bien.

—Si es tan importante que me lleves a esa isla, todo lo que tienes que hacer es mostrármela y yo puedo...

—No —lo cortó el otro con vehemencia—. Ya te dije que tenemos que llegar por medios normales.

—¿Por qué? ¿Y qué hay en esa isla que es tan importante?

—Sin preguntas, Lug, ya sabes las reglas.

Lug resopló con impotencia.

—Deberíamos conseguir habitación —comentó Cormac.

—Ya me encargué de eso —respondió Lug—, aunque nuestro buen amigo Gregorio va a estafarte de lo lindo, me temo.

—El dinero no es problema, tengo más que suficiente.

—Tal vez no deberías decirlo en voz tan alta —opinó Lug.

El resto de la comida transcurrió en silencio. Ambos comensales se abocaron a sus propios cálculos mentales sobre las consecuencias de la demora. Quince días... Para cuando pudieran embarcarse por fin, muchas cosas habrían pasado. En cinco días, Dana y los demás llegarían a Caer Dunair y cruzarían el portal, guiados por Calpar hacia un lugar seguro, dejando al pobre Liam atrás. Y luego diez días más... Diez días de horror para Liam, mientras Lug y Cormac mataban tiempo en Sansovino.

No, pensó Lug, tenía que encontrar la forma de convencer a Cormac de rescatarlo, aun cuando el plan dictara que no debían intentar nada hasta después de que Lug viera lo que sea que Cormac quería mostrarle en la misteriosa isla del archipiélago norte.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora