Parte IV: BAJO INFLUENCIA - CAPÍTULO 52

103 12 1
                                    

PARTE IV: BAJO INFLUENCIA

CAPÍTULO 52

Liam pegó la espalda a la pared y se cubrió el rostro con el brazo libre, lanzando un suave gemido al escuchar que alguien abría la puerta de la celda. Tenía los nervios deshechos y cualquier sonido o movimiento que percibía lo ponía a temblar sin remedio. Stefan le había prometido que su vida sería más fácil ahora que había por fin decidido colaborar, pero, aunque eso incluía abrigo, agua y comida de forma más o menos asidua, la promesa no parecía incluir liberar su mano del grillete que lo lastimaba, y mucho menos permitirle salir de aquella oscura prisión. Sumado a su encierro y aislamiento, estaba el dolor. Le dolía todo el cuerpo y le costaba respirar, fruto del veneno que todavía tenía en su sistema y que Stefan no parecía interesado en contrarrestar. Su mente tampoco estaba del todo clara, su conciencia iba y venía, y por momentos, le parecía estar sumido en delirios incomprensibles.

La persona que entró a la celda no era Stefan, era un hombre corpulento de pelo negro con un abundante bigote que vestía una camisa gris y un pantalón negro de cuero. Llevaba sobre los hombros un manto de lana grueso con bordes de piel y otro manto similar enrollado bajo el brazo.

Liam espió al recién llegado por debajo del brazo con el que se estaba cubriendo el rostro. Nunca lo había visto antes:

—¿Quién eres? ¿Qué...? —balbuceó, nervioso.

El hombretón no le respondió. Cerró con cuidado la puerta de la celda, como si no quisiera hacer ruido, sacó una llavecita de hierro de un bolsillo en su pantalón y se acercó a Liam, quién contuvo la respiración, haciéndose un ovillo contra la pared, asustado. El hombre abrió el grillete y liberó la muñeca de Liam. El brazo del prisionero cayó hacia abajo y lo hizo gemir de dolor. El hombre gruñó por lo bajo, apoyó su mano derecha con fuerza sobre el hombro de Liam y con la izquierda estiró e hizo una maniobra brusca con el brazo. El movimiento le arrancó un grito feroz a Liam, pero conservó las fuerzas suficientes como para no desmayarse, y la claridad mental adecuada para darse cuenta de que el hombre le había reacomodado el hombro dislocado.

—Gracias —jadeó Liam.

El hombre no contestó. Salió de la celda y volvió luego con un enorme pañuelo que ató al cuello de Liam, acomodando luego con cuidado el brazo lesionado en el improvisado cabestrillo. Luego lo tomó de la axila del brazo sano y lo ayudó a levantarse. Liam se tambaleó por un momento y se sostuvo de la pared. Descubrió que sus miembros estaban tan entumecidos que no podía moverlos. El hombre le puso el manto que traía bajo el brazo sobre los hombros y le hizo seña de que lo siguiera.

—No... no puedo caminar... —dijo Liam, temeroso ante la posible represalia por no poder obedecer a la orden del hombre.

Pero el hombre no lo castigó por su incapacidad de poder seguirlo, solo suspiró con frustración, lo tomó de la cintura y lo cargó sobre su ancho hombro como si no pesara nada. Luego lo sacó de la celda, poniendo cuidado de cerrar la puerta y trabarla.

—¿A dónde me lleva? ¿Qué va a pasarme? —se atrevió Liam a preguntar, cabeza abajo sobre el hombro del otro.

El hombre no le respondió. Solo lo llevó por varios pasillos de piedra oscuros y retorcidos sin darle explicación alguna. Liam notó que el hombre miraba constantemente hacia atrás, como vigilando que nadie lo siguiera, y que muchas veces se detenía en alguna intersección, escuchando atentamente por un momento y tomando por el túnel de cuyas profundidades no viniera ningún sonido. Liam no sabía quién era aquel hombre y no entendía su extraño comportamiento. Todas sus preguntas al respecto eran contestadas con un terco mutismo por parte del extraño que lo arrastraba por el interior de la Torre Negra.

Por momentos, Liam pensaba que todo aquello no era más que otro de los delirios de su atormentada mente, pero cuando el hombre finalmente abrió una puerta hacia el exterior y lo arrastró hacia afuera, a una cornisa de roca cubierta de nieve, el aire frío lo despejó lo suficiente como para comprender que el hombre lo estaba ayudando a escapar:

—¡No! ¡No! —golpeó con su puño la espalda del hombre—. ¡Por favor! ¡Debemos volver!

La sola idea de que Stefan se enterara de que había tratado de escapar llenaba a Liam de un terror indescriptible. ¿Qué le haría Stefan cuando lo descubriera? Desesperado, Liam comenzó a forcejear hasta que logró hacer perder el equilibrio al hombre, quien cayó de bruces en la nieve. Liam cayó sobre él. Trató de levantarse, de volver, pero sus piernas no le respondieron con suficiente rapidez. Con un gruñido, el hombre se puso de pie, fue hasta donde Liam se arrastraba patéticamente por la nieve de regreso a la torre y le propinó un puñetazo en la cabeza que lo dejó inconsciente.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora