Parte II: BAJO TORTURA - CAPÍTULO 15

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CAPÍTULO 15

En medio de la noche, Liam escuchó unos golpes suaves en la puerta de su habitación en la posada El Refugio del Rey. Desenfundó el puñal de Dana y lo sostuvo oculto en su espalda con la mano derecha, mientras abría la puerta despacio con la izquierda.

—Tu habitación es mucho más pequeña que la mía —asomó la cabeza Sabrina—. Y tu cama también —completó, haciendo a un lado a Liam y entrando en la habitación—. Ya veo por qué no te asignaron compañero de cuarto.

—¿Qué haces aquí, Sabrina? —frunció el ceño Liam, apoyando el puñal en la mesa de noche junto a la cama—. Deberías estar durmiendo.

—No puedo dormir. Dana ronca —se encogió de hombros ella.

—Sabrina, mañana es un día importante. No sé lo que va a pasar en Caer Dunair, pero creo que todos debemos estar descansados.

—¿Has notado que Dana está más taciturna que de costumbre?

—Lo que sea que va a pasar mañana la tiene preocupada —dedujo Liam.

—Exacto —asintió Sabrina—. Tengo un mal presentimiento con respecto a Caer Dunair, Liam.

—Ven —la invitó él a sentarse a su lado en la pequeña cama.

Ella se sentó y él le pasó un brazo por los hombros.

—Lo que sea que pase mañana... debes saber que te protegeré con mi vida, Sabrina —prometió él.

—¿Porque Bernard te lo pidió?

—No, Sabrina —le acarició la negra trenza él—, porque te amo. Te amo desde que te vi por primera vez en Marakar.

Ella lo abrazó y lo besó largamente en los labios.

—Liam —tomó ella el rostro de él entre sus manos—, yo también te amo. Nunca me había sentido así por alguien, nunca. Oh, mi dulce y protector Liam, tengo miedo de que esta sea nuestra última noche juntos.

—No, Sabrina, no digas eso. Todo va a salir bien —la confortó él.

—Hazme el amor, Liam —le pidió ella—. Si esta es mi última noche contigo, quiero que sea la mejor de mi vida.

Liam la volvió a besar mientras ella le desabrochaba el pantalón. Hicieron el amor con desenfreno, toda la noche, como si no hubiera mañana, como si no existiera nada más allá de sus cuerpos y sus caricias, nada más allá de dar y recibir placer, de dar y recibir amor. Aquella no fue solo la mejor noche de la vida de Sabrina, sino también la de Liam.

El amanecer los encontró abrazados en la pequeña cama. Liam acariciaba distraídamente la gema negra que colgaba del cuello de Sabrina en una cadena de plata.

—¿Qué es esta piedra? —inquirió Liam.

—Obsidiana —respondió ella—. Me la dio Bernard cuando cumplí cinco años. Me hizo prometer que nunca me la quitaría. Sé que suena supersticioso, pero para mí es como una especie de talismán protector.

—Tal vez lo es —dijo Liam—. He visto gemas de poder que pueden hacer cosas prodigiosas, y perlas también.

—¿Gemas mágicas? —se interesó ella—. Cuéntame.

—Tal vez más tarde —la besó él en la frente—. Deberíamos vestirnos y bajar a desayunar antes de que Dana se despierte y se dé cuenta de que pasaste la noche conmigo.

—No me importa lo que Dana piense sobre lo nuestro —dijo ella.

—Tienes razón, ¡al diablo con ella! —Liam atrajo a Sabrina hacia sí y la volvió a besar, esta vez, en los labios.

Los dos decidieron hacer que la mañana fuera tan inolvidable como la noche.

Para cuando bajaron a desayunar, sus compañeros de viaje ya estaban en el comedor, listos para partir, esperando pacientemente a la pareja.

—Tendrán que desayunar algo rápido —les dijo Dana a los recién llegados con un tono poco amigable—. Estamos retrasados.

Liam y Sabrina asintieron sin protestar y se sentaron a la mesa donde el mozo les sirvió café caliente y leche.

—Dana quería ir a traerte de una oreja —le susurró Augusto a Liam en el oído—, pero la convencí de que te dejara tranquilo.

—Gracias, viejo —le respondió Liam.

—¿Valió la pena?

—No tienes idea, Gus —sonrió Liam.

El camino hacia Caer Dunair era estrecho y muy poco transitado. Su estado no era ni de cerca el de la Vía Vertis con sus impecables apisonados y amplios carriles de circulación. Era más un sendero que un camino y no podían cabalgar más de dos caballos a la par. En ocasiones, se cruzaban con alguna carreta pequeña conducida por aldeanos de los poblados aledaños que llevaban sus mercancías al mercado de Vikomer. Cuando esto sucedía, tenían que salirse momentáneamente del camino para dar lugar a la carreta cargada.

Hacia la tarde, llegaron a una colina rocosa y baja.

—Este es el lugar —dijo Dana, desmontando—. Seguiremos el resto del trayecto a pie.

Los demás bajaron de sus caballos y siguieron a Dana colina arriba, llevando a los caballos de las bridas entre las formaciones rocosas. Una llovizna persistente comenzó a mojarlos a medida que iban subiendo.

—Qué extraño —dijo Sabrina.

—¿Qué cosa? —preguntó Liam.

—Este clima. Nunca llueve en estos lugares durante la estación seca —respondió ella.

Nadie ofreció teorías para explicar el inusual fenómeno.

Al llegar a la cima de la colina, pudieron por fin verlo: Caer Dunair era una fortaleza antigua, muy antigua. Lo que quedaba de la construcción eran solo gruesas paredes de piedra mohosa marcando un complejo más grande que el propio palacio de Marakar. Los techos habían desaparecido hacía mucho tiempo, pero algunas de las enormes arcadas sostenidas por gruesas columnas todavía marcaban los límites de lo que debió haber sido un formidable salón principal. Otras paredes derruidas e invadidas por raíces y enredaderas, mostraban la existencia de dependencias menores alrededor de la fortaleza principal.

Dana descendió primero, seguida de los demás:

—No se separen —les advirtió.

Al llegar a las ruinas, ataron los caballos en una de las columnas de piedra y exploraron el lugar.

—¿Qué era esto? ¿El antiguo palacio de algún rey? —preguntó Liam.

—Nadie lo sabe a ciencia cierta —dijo Sabrina—. El lugar tiene miles de años. Nadie sabe siquiera quién lo construyó.

Augusto se internó por una galería con piso de mosaicos rotos y desgastados por el tiempo. Liam notó que llevaba las manos extendidas al frente, como tratando de detectar algo.

—¿Qué está haciendo? —le susurró Sabrina a Liam en el oído, señalando a Augusto.

—Estudiando las energías de este lugar —respondió Liam.

Sabrina frunció el ceño con desconcierto. Solo los magos podían detectar energías y manejarlas. En todo el viaje, Augusto nunca había dado la impresión de tener ningún poder mágico.

Augusto llegó a una estancia rectangular que parecía haber resistido mejor los embates del tiempo. Las paredes eran más altas que en el resto de las ruinas. Desgraciadamente, el techo no había sobrevivido y el lugar no ofrecía protección contra la molesta e incesante llovizna. Sobre la roca, se distinguían todavía antiguos trozos de frescos pintados con colores que en su tiempo debieron ser brillantes y variados.

—Aquí es —anunció Augusto.

—¿Aquí es qué? —inquirió Liam.

—El lugar donde vamos a acampar —respondió Dana.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora