Parte XII: BAJO ÓRDENES VILES - CAPÍTULO 128

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PARTE XII: BAJO ÓRDENES VILES

CAPÍTULO 128

El terreno era más fértil en la zona cercana al río Pomel y el camino polvoriento estaba bordeado por verdes arbustos y algunos árboles más típicos de áreas húmedas. Liam incluso reconoció algunos que eran de la misma especie de los del bosque de Virmani. Era más que obvio que se estaban acercando a la frontera con Marakar. Ese hecho pareció sumir a Liam en un estado melancólico más profundo del que ya sufría.

—No has dicho palabra en la última hora —comentó Cormac, cabalgando al lado de Liam.

Liam suspiró:

—La extraño, Cormac. Me preocupa estar aquí en vez de en Arundel, protegiéndola. Siento que nunca debí aceptar esta misión. Estoy cada vez más lejos de ella. ¿Crees que soy un cobarde por no haberme plantado ante Valamir y exigir que me hiciera cruzar como lo hizo con Lug?

—Creo que prevaleció tu lado razonable —replicó Cormac—. En este momento, Sabrina te necesita aquí para que frenes la destrucción de su hogar.

—Puedo aceptar eso, pero Valamir nos está mandando a ciegas, ocultando información. No me gusta ser manipulado —meneó la cabeza Liam.

—No, sé que prefieres ser el manipulador —comentó Cormac.

Liam no contestó.

—Veo el puente —dijo Liam, tirando de las riendas para detener su caballo.

—Cuatro guardias —murmuró Cormac, preocupado—. Y están armados.

—Mhm... Solo están del lado de Agrimar —observó Liam—. Del lado de Marakar, no hay nadie.

—Eso es porque Agrimar está más interesado en no dejar cruzar a gente de Marakar que al revés.

—Entonces, no deberíamos tener problemas —se encogió de hombros Liam.

—Los soldados de Rinaldo son muy celosos de sus órdenes —meneó la cabeza Cormac—. Nadie puede pasar ni de un lado ni del otro sin el adecuado salvoconducto. Valamir tendría que habernos proporcionado papeles para cruzar. Si intentamos pasar sin credenciales, esos soldados pensarán que somos espías y nos enviarán directo a la prisión de Sefinam —planteó, nervioso.

—Espías... —murmuró Liam para sí.

—Cuatro contra dos... y ninguno de nosotros dos es bueno con la espada —se lamentó Cormac.

—Ya deja de lloriquear, Cormac —lo amonestó Liam—. Si no somos capaces de lidiar con cuatro soldados, ¿cómo vamos a hacer para frenar al mismísimo Zoltan?

—Ese es exactamente mi punto —respondió Cormac—. Comienzo a pensar que tienes razón y que Valamir nos envió a una misión imposible.

—Un poco de fe, Cormac. Tengo una idea.

Cormac se lo quedó mirando. El rostro de Liam había cambiado por completo. Su desánimo y melancolía habían desaparecido y sus ojos brillaban. En sus labios, había una incipiente sonrisa. Si Cormac hubiese conocido mejor a Liam, se habría dado cuenta de que esa era la cara que ponía cuando estaba a punto de embarcarse en un plan audaz y alocado.

Liam azuzó a su caballo con los talones y avanzó por el camino, posando de forma calculada su mano en la empuñadura de la espada de Lug. Valamir se la había dado como para apaciguar su temperamento antes de abandonar Sorventus, y ahora, esa magnífica arma serviría para su plan.

—Liam, ¿qué...? —lo cuestionó Cormac desde atrás.

—Solo sígueme la corriente —lo instruyó Liam sin darse vuelta.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora