CAPÍTULO 45

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El fuego que ardía en mis pulmones no podría compararse en lo absoluto con el dolor que abrazaba mi corazón, nublando todo a mi alrededor

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El fuego que ardía en mis pulmones no podría compararse en lo absoluto con el dolor que abrazaba mi corazón, nublando todo a mi alrededor.

¿Cómo era que seguía corriendo?

Lo último que había hecho consciente, después de lanzar a la pelirroja lejos de mí, había sido detenerme un par de kilómetros atrás para mandarle un mensaje a Barclay quien no tomó ni un segundo en mandarme su dirección.

Tal vez estaba siendo la clase de insensato que temía convertirme, pero correr por las calles de la ciudad mientras hacía de todos los riesgos  y consecuencias que vendrían con esto se convirtieran en un mito al cual me mantenía escéptico, era lo único que me salvaba del pánico.

Temer de cada persona o carro que se acercaba demasiado era mejor a detenerme a pensar en lo que estaba sucediendo en mi vida; de la sensación de estar perdiendo el suelo de nuevo.

¿A caso era inevitable?

El vecindario cerca a la zona escolar me recibió, con las farolas iluminando el camino a mi salvación; o al menos a lo que esperaba que lo fuera.

Miré mi celular una última vez ignorando las llamadas perdidas y los mensajes que inundaban el centro de notificaciones, observé los pocos metros de la ruta que quedaban y continúe. Acelerando más, temiendo que tal vez no podría ser suficiente.

— ¡Carajo, Alem! — exclamó Barclay a un par de metro, en el porche de una casa. Al parecer me estaba esperando — ¿Desde dónde vienes corriendo?

"La casa de Tabitha." respondí, dando un par de traspiés.

Tal vez no había sido tan buena idea no haberme parado por un poco de aire hace un par de metros atrás, ¿Cómo es que seguía vivo?

Barclay me tomó por los hombros antes de empujarme en dirección a la puerta principal, como si temiera que fuera a desmayarme.

Y, en realidad, yo también lo hacía.

— ¡Papi, papi!

Las voces infantiles de un par de niñas inundaron mis oídos, aún por encima del zumbido que acompañaba mis náuseas.

— Ahora no princesas, papi está ocupado con un amigo. — respondió Barclay, en el momento exacto donde dos pequeñas niñas pelirrojas aparecieron el la sala.

La casa del hombre, el cual aún seguía luciendo como un vagabundo, era bastante acogedora; aún con toda esa decoración bohemia y los rastros de que en aquel lugar vivían dos niñas.

— Toma, es agua o tequila — susurró Barclay, dejándome sobre un sofá y apenas pude oponerme. Al parecer mis piernas habían dejado de ser extremidades útiles y ahora eran un par de gelatinas —. Cualquiera de los dos te vendrá bien.

Tomé una bocanada de aire, que sólo volvió más insoportable el dolor de mis pulmones antes de obligarme a tomar todo el vaso.

Que por suerte, o no, era agua.

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