CAPÍTULO 30

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Era casi mediodía, el sol de verano solía estar en lo alto bañando a la ciudad con su luz, embelleciendo cada rincón; incluso aquellos que revelaban los inicios de ésta como un pueblo en medio de la nada antes de que las grandes industrias llegara...

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Era casi mediodía, el sol de verano solía estar en lo alto bañando a la ciudad con su luz, embelleciendo cada rincón; incluso aquellos que revelaban los inicios de ésta como un pueblo en medio de la nada antes de que las grandes industrias llegaran y se llevaran los vientos fuertes y los pastizales para levantar enormes rascacielos.

Todo era igual, excepto yo.

Era como si mis ojos se hubieran apagado lentamente y me hubieran llevado a un lugar tormentoso sin belleza alguna.

— Adele, deberías de ir a tu cuarto a rezar. — ordenó mi madre, mirándome con seriedad justo como había hecho desde que se enteró el adefesio que tenía como hija — No vuelvas hasta que alejes los pecados de tu cabeza y recuerda que el padre Rodríguez te estará esperando mañana antes del atardecer para la terapia.

El nudo en mi garganta se ajustó con fuerza, hundiéndome cada vez más en el abismo, pero aún así me obligue a asentir sin hacer una mueca de dolor antes de ponerme de pie y caminar hacia mi habitación.

Todos estábamos sentados en la sala, cada quien haciendo lo que mejor le convenía mientras esperábamos que los MonteCristos que mamá estaba friendo estuvieran listos para el almuerzo.

Aquella mañana habíamos ido a misa, mi madre ni siquiera se atrevió a persignarse pues decía que se sentía demasiado sucia; como si ella hubiera cometido el pecado. Mis hermanos se sentaron lejos de mí, sin respetar el orden en el que siempre estábamos y mi padre apenas me había dirigido la palabra; mamá decía que era el más decepcionado y que apenas podía sobrevivir al dolor que le había causado.

Era el último domingo del mes y todo mundo en la escuela estaba emocionado porque la graduación estaba a la vuelta de la esquina. Al fin seríamos libres.

Había estado esperando esto por años, ¿por qué no resultaba tan emocionante como había imaginado?

Todo lo que anhelaba se había desvanecido días atrás mientras mi padre rezaba con fuerza impactando su cinturón de cuero sobre mi espalda, rogándole al señor que me sanara; que no permitiera que yo cayera en las garras del demonio.

Era como si mis ganas de seguir despierta se hubieran desvanecido entre mis heridas las cuales aún no terminaban de sanar, y en realidad dudaba de que alguna vez lo hicieran.

Ya ni siquiera sabía si estaba viva, creo que soy más el fantasma de alguien que vagaba entre las paredes cubiertas de papel tapiz que conformaban mi casa; siendo juzgada por los ojos de los que alguna vez llamé mi familia.

Mi mundo se había oscurecido por un cielo gris, el recuerdo de los días felices me sonaba más como un cuento de esos que el abuelo solía leerme cuando íbamos a su casa a dormir.

La puerta de mi habitación se abrió soltando ese pequeño rechinido que solía hacer siempre porque la casa era demasiada vieja y había soportado demasiado con el paso de los años siendo el hogar de una familia de seis integrantes.

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