CAPÍTULO 6

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Los días habían pasado demasiado rápido, o tal vez solo era yo y mi forma distorsionada de ver la vida. A lo mejor y con cada hora que pasaba yo me hundía más en la depresión y era por eso que ahora todo me parecía más como una película aburrida y no mi realidad.

Sabía que estaba viva, había asistido a la escuela un par de días viendo a la rara en los pasillos recordándome que tenía que ser sincera en mis respuestas y espiándome a lo lejos. Hasta que uno de esos días había despertado bañada en sudor mientras mi sangre parecía hervir en mis venas y mi madre se había tomado la molestia de llevarme al hospital en vez de dejarme morir ahí.

Claro que por nada del mundo me había dejado en el área de pediatría, aunque estaba segura de que el padre de la rara que era cirujano no tenía tiempo para atender una infección que había sido causada por el agua bendita que mi madre había vertido sobre las heridas de mi espalda.

Ella  se había encargado de inventar una historia para los doctores en donde mi padre azotando su cinturón contra mi espalda mientras pedía al señor que no dejará que lo que alguna vez fue su pequeña niña se perdiera de nuevo, no era el acto principal. Y al parecer había resultado demasiado convincente, porque nadie se había acercado en secreto a preguntarme si necesitaba ayuda; nadie pensó en que tal vez solo era una chica víctima de violencia familiar demasiado débil y lastimada para gritar por ayuda.

Llevaba días internada, luchando contra la temperatura que venía y se iba con el paso de las horas, siendo drogada con diversos medicamentos que apagaban el dolor y limitándome a ser tan útil como el pequeño cactus que descansaba en la mesita de noche a lado de mi camilla. Isaac dijo que Camila lo había mandado; la hija de nuestra hermana mayor, pero sabía que mamá lo había convencido de decir eso porque de alguna manera creía que saber que un par de niños que se sacan los mocos y que no me habían dejado ver desde hace un año me mandaran un estúpido cactus me devolvería las ganas de vivir.

Al menos había podido estar acostada en una camilla sin hacer nada, sin agotarme; adormilada por todo lo que pasaban a través de la intravenosa y tranquila porque nadie podía meterse conmigo o obligarme a ir a la escuela.

¿Qué tan patética tenía que ser para haber hecho de un cuarto de hospital mi lugar favorito?

Demasiado.

Pero mi vida no estaba hecha para los finales felices y mis días de gloria, o al menos lo que a estas alturas se sentía como tal, llegaron a su fin.

— ¿Te sientes bien? — preguntó Rita desde el asiento del copiloto mientras se ponía el cinturón de seguridad.

Era la primera vez que me hablaba desde que fue por mí a mi habitación días atrás y me encontró inconsciente sobre la cama, empapada en sudor. Sabía que quería decirme algo más, que se había asustado y que las lágrimas que la vi derramar cuando se quedaba a cuidarme en el hospital por las noches eran reales.

Quería sentir lástima por ella o al menos un poco de tristeza cosquillear mis venas, pero mi cuerpo no parecía responder y las imágenes de Rita parada a un lado de mi madre terminando con mi vida hace ya un año pasaban en mi mente como una larga película.

Sabía que era mi hermana, la misma bebé por la cual me emocione el primer día que la vi en el hospital después del parto y la pequeña niña con la que pasaba horas jugando hasta que se quedaba dormida en mis piernas; pero no podía sentir algo por ella que no fuera odio y rencor.

Y ahora mismo el cielo oscuro que yo podía jurar que lucía casi verdoso me resultaba más entretenido que escuchar su voz chillona preguntando hipócritamente por mi salud física cuando noches atrás se limitó a mirar a mi padre golpearme hasta el cansancio.

BUSCANDO A ALEM ✔️Where stories live. Discover now