CAPÍTULO 1

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—Recuerda que pasare por ti a la salida — la voz de mi madre tronó en mis oídos como un aviso de que debía bajarme de la camioneta antes de que ella lo hiciera por mí —, no quiero que me llamen de nuevo diciéndome que estás encerrada en un baño Adele. Recuerda que eres un ejemplo a seguir para esos jóvenes perdidos— dijo con una sonrisa amable aunque era más falsa que mi semblante serio —. Tu eres quien sanó, así que demuéstrales lo que la gracia del señor logró en ti cariño.

Ni siquiera me moleste en asentir, me limite a bajar del coche antes de cruzarme la calle con la cabeza agachada sin mirar a ambos lados como nos enseñaban en el jardín de niños.

En realidad sería todo un favor el que alguien me atropellara.

— Adele, ¿no nos vas a decir la palabra del señor el día de hoy? — preguntó una chica pelirroja que estaba segura que iba en una de mis clase y había creído que era divertido tomarme como su blanco de burlas — ¡Oh, espera no puedes hablar! — exclamó antes de partirse de la risa junto a sus amigos.

Intente seguir con mi camino ignorándola por completo como había hecho en los últimos veinte días desde que la escuela empezó, pero era claro que dejarme ir en paz con mi patética vida no estaba en sus planes. Ella quería demostrar que era la reina y nada mejor para hacerlo que molestando a la muda de la escuela.

— ¡Te estoy hablando, estúpida! — exclamó, lanzando mi cuerpo contra el muro a nuestro lado — ¿También eres sorda? — preguntó con tono burlón mientras posaba la punta de su dedo sobre mi frente, ahí donde descansaba la cicatriz en forma de una imperfecta luna en su fase menguante gibosa— ¿Quedaste imbécil? —

La gente a nuestro alrededor comenzó a prestar más atención a la pelirroja que sonreía con superioridad frente a mí mientras sus amigos la alentaban a seguir con su tortura.

Pero tendría que esforzarse aún más para lograr que me afectara, aunque estaba segura de que yo solo era su saco de boxeo; un blanco demasiado débil para mejorar su técnica así ganaría cuando se enfrentara a alguien a quien de verdad le importara salvar su pellejo.

— ¡¿Quedaste o no imbécil?! — gritó acercando su rostro al mío mientras una de sus manos golpeaba el muro detrás de mí, pude ver la ira crecer en sus ojos cuando sus pupilas se dilataron dejando el color miel de su iris como un delgado halo.

— ¡Señorita Buffy, deje en paz a su compañera! — exclamó una voz masculina que seguramente se trataba de algún docente que quería iniciar su mañana siendo el héroe que separará la riña matutina que había en el pasillo principal — ¿Cuántas veces tengo que mandarla a la sala de castigos para que entienda que no puede agredir a sus compañeros? —

Apenas ella se separó de mi cuerpo me eche a andar, ignorando la miradas de las personas que se clavaban sobre mí como si fuera digna de un espectáculo y tragándome mi vergüenza mientras añadía un par de gramos al rencor que cargaba en mi corazón.

Semanas atrás aún me encontraba rogándole a mi madre que no me hiciera volver a la escuela, que podía asistir a otra o hacer los estudios en casa pero ella se había negado porque yo era la prueba viviente de que el señor sanaba a las personas con fe, como si todos los meses pasados hubieran sido borrados y hubieran dejado todo en un pequeño resumen de un milagro celestial.

Así que aquí estaba, recorriendo los pasillos por los que años atrás caminaba con otro aire dentro de mi pequeña burbuja; hasta que esta se reventó y me dejó varada en esta realidad alterna que se asemejaba más al infierno.

Odiaba la sensación de ser el centro de atención, ver a las personas que solían ser mis amigos el año pasado enmarcados en el muro de graduados y algunas otras que había conocido en el grupo de jóvenes de la iglesia verme como si se debatieran en hablarme o no.

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