CAPÍTULO 18

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 Las cosas perdidas siempre se encuentran.

Es lo que solía decir el abuelo Gabriel, todos pensaban que solo se trataba de alguna frase que se recordaba en sus momentos de plena lucidez para recordar todo lo que la demencia le quería arrebatar; como si se aferrara a los recuerdos.

Pero yo sabía la verdad de a quién se refería y no había nada en el mundo que logrará paralizar mi corazón como la respuesta tallada sobre la caja vieja de madera que hasta hace unas horas se encontraba arrumbada en la oscuridad.

Durante toda mi vida pensé que sería capaz de mantener mi burbuja flotando y reluciendo a través del tiempo, libre de cualquier amenaza o borde filoso, pero la realidad era muy diferente. Siempre lo era.

Al parecer en algún momento había dado un traspié y mi burbuja había sido reemplazada por una esfera de cristal, con un paisaje espectacular que no era más que un escenario perfectamente planeado para cubrir una mentira.

Las tazas que hasta hace un par de días eran de colores uniformes relucían dentro de ésta, alentando a las voces de mi cabeza que siguieran lanzando preguntas a las cuales jamás podría responder y aumentando mi ansiedad.

¿Serían una señal?

No era mentira que desde que cierta rara entró a mi vida todo se me había escapado de las manos, ella había azotado en mi camino como el tornado a la ciudad; llevándose algunas cosas y dejando otras. Mostrándome que mis fortalezas no estaban tan fuertes como me hacía creer.

Escuche el motor del coche de mi padre a lo lejos, sabía que solo tendría un par de minutos de paz hasta que ellos decidieran regresar del supermercado, obligándome a volver a fingir.

Las cosas en casa habían mejorado desde la llegada del casanova fraudulento, que también se había colado a mi vida sin permiso, ni avisos. Los silencios incómodos que solía haber cuando todos estábamos juntos habían sido reemplazados por preguntas acerca del chico rizado, como si un hombre pudiera borrar el hecho que hace más de un año había intentado suicidarme.

No había sabido nada de ellos desde el domingo, cuando después de que la rara y yo nos quedamos tumbadas sobre el césped hasta que el frío fue demasiado como para obligarnos a vernos las caras, regresamos a casa. Nadie dijo nada en el camino, nuestros oídos y mentes revoltosas fueron inundadas por las canciones de la radio que a su vez eran lo único que ahogaba el silencio incómodo.

Cuadras antes de llegar a casa la rara y la salchicha alemana se escondieron en el asiento trasero del coche mientras que el Casanova fracasado y yo volvíamos a la mentira que tanto nos esforzamos en mantener. Él me dejó en mi casa, beso mi mejilla y básicamente se comportó como el sueño húmedo de mis padres.

La caja de madera volvió a la oscuridad bajo mi cama, mis manos se encargaron de secar mis lágrimas y la poca cordura que aún me acompañaba me obligó a cesar mi llanto antes de que la puerta de mi habitación se abriera, mostrando la figura de mi madre.

— Adele, cariño. — llamó mi madre, reemplazando el dolor que aplastaba mi corazón por odio — ¿Has acabado de ordenar ya tu armario? — preguntó con una sonrisa hipócrita mientras daba un vistazo a mi impecable habitación.

Asentí sin demasiado interés mientras jugaba con el hilo suelto de mi sudadera color lavanda que había encontrado entre la ropa vieja que había sacado de mi armario, lista para ser donada, como lo decía la tradición familiar.

— Tu padre y yo nos encontramos a Tyler en el supermercado con su familia. — dijo con completa normalidad, pero su sonrisa parecía estar a punto de reventar sus labios — Dijo que te había mandado un mensaje pero no respondiste. 

BUSCANDO A ALEM ✔️Where stories live. Discover now