Parte XVII: BAJO MANO FIRME - CAPÍTULO 155

51 8 0
                                    

PARTE XVII: BAJO MANO FIRME

CAPÍTULO 155

—¿Es esa caja de plomo realmente necesaria? —protestó Pierre.

—Sí —contestaron Cormac y Liam al unísono.

El humo de las numerosas chimeneas era claramente visible y anunciaba que estaban a menos de un kilómetro de Vikomer, la ciudad capital de Agrimar. El grupo había decidido hacer una parada en un lugar más o menos apartado del la Vía Vertis, con su incansable ir y venir de carretas, caballos e incluso carruajes nobles. La parada no era exactamente para descansar, sino para discutir cómo manejarían las cosas en Vikomer.

—Esta maldita carreta nos está retrasando demasiado —dijo Pierre, desmontando y atando su caballo a un árbol—. Tal vez Liam y yo deberíamos adelantarnos en los caballos, mientras tú y Mordecai nos siguen más atrás —propuso.

—No vamos a separarnos —declaró Cormac con firmeza—. No servirá de nada que tú y Liam encuentren el Óculo primero. La radiación va a envenenarlos sin remedio si no aislamos la roca dentro de la caja de plomo.

—Cormac tiene razón —lo apoyó Liam.

—Nuestro progreso en la Vía Vertis es muy lento —dijo Pierre—, lo cual nos pone en riesgo constante. No creo que Liam pueda engañar a cada grupo de soldados de Rinaldo como lo hizo con los del puente. Y su rutina para sonsacar información a los pueblerinos de las ciudades menores no servirá en Vikomer.

—He aprendido a no subestimar a Liam —comentó Cormac—. Además, con el tráfico de mercaderes que hay en esta enorme ciudad, nuestras posibilidades de pasar desapercibidos son mayores.

—La cantidad de espías que circulan por estas calles también es mayor —objetó Pierre.

—Entiendo que estar en el seno de Agrimar, a las puertas de Rinaldo, te pone nervioso, Pierre, pero debes sobreponerte —le dijo Cormac con severidad.

—Podríamos haber tomado la ruta de la costa —reprochó Pierre.

—Los mensajeros reales solo están habilitados para viajar por la Vía Vertis en Agrimar —explicó Cormac.

—Tal vez Zoltan le dio órdenes de tomar un camino menos transitado para evitar ojos curiosos sobre su cargamento —sugirió Pierre.

—No —meneó la cabeza Cormac—. Tomar otro camino lo habría vuelto demasiado conspicuo. No creo que Zoltan quiera que su mensajero llame la atención. Estoy seguro de que ni siquiera le advirtió sobre las características especiales de su cargamento para que el hombre actúe normal.

—Me pregunto si Zoltan sabe sobre la radiación que despide el Óculo —intervino Mordecai por primera vez en la conversación, saltando a tierra desde el puesto de conducción de la carreta, junto a Cormac.

—No hay forma de saberlo —respondió Liam—. Es posible que no haya previsto que el Óculo terminará matando al mensajero antes de que llegue a Marakar. Por eso llevamos la caja, para que no nos pase a nosotros una vez que lo interceptemos.

—Si el Óculo mata al mensajero, nuestra intervención no será necesaria —opinó Mordecai.

—Un objeto capaz de convertirse en una bomba atómica no puede quedar en manos de cualquiera que lo encuentre —sentenció Liam con el rostro serio—. Incluso si el mensajero ha muerto, debemos hacernos con ese cargamento.

—Vivo o muerto, encontrarlo no será para nada fácil en una ciudad como esta —dijo Pierre—. E investigar en todas las tabernas de Vikomer no solo es impráctico sino peligroso. De seguro, levantaremos sospechas si comenzamos a hacer demasiadas preguntas.

—Para eso trajimos a Mordecai —explicó Cormac.

—Que hasta ahora no ha tenido ninguna visión que ayude —protestó Pierre, mirando de soslayo a Mordecai con reproche.

—Hago lo que puedo —se escudó Mordecai con tono ofendido—. La adivinación es un arte, no una mercancía que puede venderse y comprarse.

—No me vengas con estupideces, Mordecai —le respondió Pierre con hostilidad—. ¿Crees que no sé de tus negocios con los guardias que te custodiaban en las mazmorras de Marakar?

—¿Por qué no nos calmamos un poco? —levantó las manos Cormac, tratando de apaciguar al grupo—. Todos estos reproches no nos llevan a nada. Tenemos que concentrarnos en encontrar al mensajero.

—¿Qué tal si ya lo pasamos? Estamos demasiado al norte para no haberlo encontrado ya —comentó Pierre.

Los demás se revolvieron inquietos. Pierre había dicho en voz alta lo que los demás no se atrevían a considerar más que en sus pensamientos.

—No —meneó la cabeza Cormac—. Recuerden lo que averiguamos en Strudelsam. El mensajero tenía muchas cartas que repartir de camino. Eso lo debe haber retrasado lo suficiente como para darnos tiempo a interceptarlo más al norte. Según mis cálculos, es probable que ni siquiera haya cruzado la frontera con Istruna todavía.

—Si tus cálculos son confiables —opinó Pierre—, tal vez sería mejor no perder el tiempo investigando en Vikomer. Quizás lo mejor es cruzar la ciudad lo más rápido posible e interceptar al mensajero antes de que se pierda en esa maldita ciudad laberíntica.

—Es un buen punto —admitió Liam—. ¿Qué tan seguros son tus cálculos? —preguntó a Cormac.

—Bastante —respondió Cormac, tratando de sonar convincente—. Aunque una confirmación de Mordecai sería más concluyente.

—Excepto que el poder de Mordecai no parece funcionar si no hay dinero de por medio —resopló Pierre con sorna.

—Bernard... ¿puedo hablarte un momento en privado? —pidió Mordecai, ignorando el sarcasmo de Pierre.

Cormac asintió y se alejó con el adivinador unos metros.

—Ya te dije que puedes llamarme por mi nombre verdadero: Cormac —dijo Cormac.

—Me cuesta un poco eso —se encogió de hombros Mordecai—. Para mí, has sido "Bernard" toda la vida.

—¿Qué querías decirme?

—Mis visiones... bueno, Pierre piensa que es falta de voluntad, pero no es eso. No he tenido visiones propias desde que Ileanrod plantó las suyas en mi mente. Normalmente, tengo visiones todos los días, pequeñas cosas: cómo va a estar el clima, escenas fugaces de conversaciones, imágenes triviales sobre los acontecimientos ordinarios de los próximos días... Siempre hay algo, pero ahora... es como si hubiese perdido mi poder. ¿Tiene Ileanrod la capacidad de bloquear los poderes de otros a distancia?

—No lo sé con seguridad, es posible —admitió Cormac con preocupación.

—De verdad quiero ayudar, pero...

—Mordecai, no te des por vencido, sigue tratando —lo animó Cormac—. Tal vez el bloqueo es pasajero o tal vez se desvanezca con el tiempo.

—O si Ilenarod muere... —musitó Mordecai, desesperanzado.

—Encontrar al mensajero en Vikomer será más difícil que encontrar una aguja en un pajar —dijo Cormac—, sin una de tus visiones que nos sirva como guía, toda la misión podría fracasar.

—Gracias, la presión ayuda mucho —replicó Mordecai con tono sarcástico.

—Solo inténtalo —le pidió Cormac.

Mordecai asintió con un suspiro, se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol y cerró los ojos para entrar en el trance adivinatorio.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora