84. Misterio por descubrir

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CLOE


Mis lágrimas de tristeza me acompañaron de camino a casa. Caminé a paso lento viendo el romper de las olas del mar chocando contra el marítimo. La capucha de la sudadera y la mascarilla disimulaban mi mala cara. Caminé largo rato cruzándome con desconocidos hasta que a lo lejos vi aquel patinete y aquella sudadera negra con capucha que un día se tropezó conmigo cuando caminaba a casa. Era la misma, me sonaba familiar su movimiento, aquel cuerpo, aquellas zapatillas siempre impolutas, su mochila Eastpack y mis cables se conectaron descubriendo cómo coño Thiago supo que tenía novio. Fue el desgraciado que me empujó aquel día. Aceleré el paso persiguiéndole a escondidas, me oculté tras unos árboles observando sus movimientos y su destino; el pringado tenía muchos secretos y yo quería descubrirlos. Se detuvo en un banco y se sentó removiéndose como enfadado, se quitaba la capucha y movía la cabeza; no me equivocaba, era Thiago. Sacaba su móvil y escribía a alguien. Mi móvil sonó y supe que era él por el sonido. Revolví mi mochila hasta conseguir el aparato en la última esquina de mi congestionada bolsa. Limpié mis lágrimas con rapidez entrando en modo angustia. Estaba nerviosa por leer el mensaje.

¿Dónde andas, estirada?

No lo abrí, solo vi su notificación, quería seguirlo. Nuevamente sonaba mi móvil.

Joder, solo dime que estás bien.

Sí, estoy bien pringado.

Le respondí, no tuve valor de dejarlo preocupado. Sacudió sus manos con enfado y se levantó alterado del banco. Removía su cabello con desesperación, sujetaba su mochila con una mano y con la otra volvió a escribir...

Si me necesitas llámame. ¿Vale?

Lo necesitaba y mucho, pero no podía hacerle daño. Sé que estaba pillado por mí, siempre me protegía, nuestras miradas hablaban por sí solas, pero me parecía injusto jugar si no le iba a corresponder como se merecía. Desde aquel beso que nos dimos en casa de Yezzy, Thiago y yo marcamos distancia; él se lió una vez con Rebeca, una estirada que lo seguía como perra faldera. Era especialmente insoportable con voz de pito y cuerpo escultural. «No eran celos, lo juro», simplemente no era su tipo. Aquello duró dos telediarios; en otra ocasión lo pillé enrollándose con Antía, otra gilipollas emperifollada de segundo de bachillerato: parecía una tía sacada de la revista Playboy, escote marcado y ropa entallada a explotar. Tampoco le pegaba y duraron un mes morreándose por los pasillos. Luego vi a Antía con otro e intuí que lo habían dejado; evité preguntarle a Thiago para que no creyera que estaba celosa.

Aunque aquel beso que nos dimos en casa de Yezzy significó, y mucho, para ambos, supimos mantenernos a distancia, claro que lo sentía como mi sombra y yo no lo podía negar, también lo seguía a él.

Thiago se montó en el skate y le pisé los talones a paso ligero sin que se diera cuenta. Sofocada por la velocidad que llevaba me detuve al ver que entraba en uno de los edificios del Grupo Tau, uno de los más modernos y emblemáticos del paseo marítimo. ¿Qué haría en ese edificio? ¿Viviría allí? Thiago había sido muy reservado con su vida, nadie sabía dónde vivía, ni con quién; todos intuíamos que con sus abuelos porque lo habíamos visto pasear con ellos, pero me sorprendía que el pringado viviera en uno de los edificios más caros de la zona, y lo sabía porque justo en ese edificio vivía el Director Xeral del Área Sanitaria del CHUAC, jefe y amigo íntimo de mis padres. Hace dos años había celebrado con Marta, su encantadora mujer, sus bodas de plata y cenamos en su casa.

Eso era lujo en toda regla y en la vida hubiese imaginado que el pringado viviría allí; o, quizás, visitaba a alguien y yo, haciéndome cerebros. Thiago nunca alardeó su posición económica, más bien era sencillo y parecía repudiar a los estirados cayetanos, como él les llamaba. La intriga me carcomía y le escribí respondiendo su mensaje:

Gracias.

Un minuto de angustia y se puso en línea, pero solo escribía.

THIAGO:

Escribiendo...

Juro que era un flan esperando su respuesta, parecía que escribía un testamento y cuando por fin llega el mensaje dice...

Ok :):

Tres minutos para escribir ¿ok? Joder, parecía mi abuela. Cloe, piensa que le puedes preguntar sin que suene raro y así averiguas si es su casa. Y como no se me ocurría nada, lancé lo primero que me vino a la cabeza.

Ya llegué a casa.

El pringado jugaba con mi corta paciencia.

Escribiendo...

Cinco minutos después...

Guay, estirada.

Cinco minutos para escribir "Guay, estirada". Este tío estaba de coña. Me exasperaba su parsimonia y su manera de responder; mis diosas se tiraban de los pelos incitándome a que le escribiera furiosa pero, ¿por qué? Si él y yo solo éramos amigos, a lo mejor estaba enrollándose con una tía y yo rabiando, montándome esta película de drama total.

Decidí caminar a casa con intriga y desolación, con tristeza y angustia. Cada paso recordaba mi tensión con Erik y su insinuante forma de celebrar nuestros nueve meses de noviazgo a golpe de talonario para sorprenderme.

 Cada paso recordaba mi tensión con Erik y su insinuante forma de celebrar nuestros nueve meses de noviazgo a golpe de talonario para sorprenderme

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La brisa se levantaba y me quedé helada con una desagradable sensación de escalofrío. Recordé que no le había escrito a Yezzy y seguro que estaría enfadado conmigo. Decidí llamarlo, pero no lo cogió y le envié un mensaje.

Nene, estoy en casa, ya llegué. Llámame cuando puedas.

No obtuve respuesta mientras entraba en el portal, pero al subir por el ascensor entró la llamada que tanto necesitaba...

Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Where stories live. Discover now