25. Madre del amor hermoso

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CLOE


Hoy Lola vino a mi casa y me hice la dormida. Mi madre le dijo que volviera en otro momento. No quería ni mirarle. Se me caía la cara de vergüenza al recordar la expresión de Erik al enterarse de todo. La muy cínica, después de dejarme en ridículo, ¿qué quería? ¿Que le felicitara por su nuevo y guapísimo novio? ¡Y una mierda!

Sonó nuevamente el timbre. Mis padres habían salido con mi hermano y Zeus a dar una vuelta. Esperaba que no fuese Lola de nuevo. Un terrible dolor de cabeza, producto de las horas de llanto, me atormentaba; me daba pereza levantarme, pero pensé que quizás mis padres se habían dejado olvidadas las llaves. Mi móvil estaba apagado para evitar oír los mensajes.

Hoy no era un buen día, además estaba horrible. Llevaba un chándal gris un poco desgastado, que empezaba hacerse bolitas en la zona cercana a la costura, mi sudadera ancha favorita, que me ponía siempre que estaba triste, o sea, muy a menudo.

El timbre volvió a sonar.

Me levanté de la cama. Me recogí el cabello en un moño, al tiempo que bajé las escaleras que separan mi habitación de la puerta principal. Miré por la mirilla y di un salto hacia atrás tapando mi boca. No me podía creer quién era. ¡Erik! ¿Cómo descubrió donde vivía? ¡Estaba horrible! No podía abrir la puerta así.

Pegué mi cuerpo a la puerta, deseando que no sintiera mi presencia tras el umbral, pero intuí que me había visto, porque sus ojos miraban a través del ojo mágico.

—Cloe, porfa, abre la puerta. Sé que estás ahí, solo quiero hablar contigo —dijo con una voz muy suave.

Conté hasta cien para pensar qué iba a decir.

Entreabrí lentamente la puerta tapando mi atuendo y ahí estaba, frente a mí, con su gran sonrisa y sus fascinantes ojos color esmeralda.

—Hola.

Simplemente con esas cuatro letras mi cuerpo se encogió.

—Hola, Erik —Mi voz temblorosa respondió, me moría por verle, pero no era capaz.

—¿Podemos hablar? —sugirió con reserva.

—No sé, creo que no tiene mucho sentido.

—¿Por qué no respondes a mis mensajes? —dijo con preocupación.

—Pues... he tenido cosas que hacer y no tenía batería.

Acababa de quedar como una auténtica gilipollas, ¿cómo que no pude responder? Los de mi edad no se quedan sin batería jamás y, si por casualidad sucede, buscas dónde enchufarlo, así sea en una piedra. La verdad, no sabía que decir. Es más, aún no sabía cómo enfrentarme a esa situación.

—¿Vamos a dar una vuelta y hablamos?

Yo miré mi atuendo y negué con la cabeza. ¿Cómo iba a salir así?

Un simple «por favor» fue suficiente para que cambiara de opinión.

—Dame diez minutos y nos vemos en el portal.

La Cloe valiente habló por primera vez. Aplausos en mi cabeza vitoreaban la gran hazaña.

Él sonrió y aprobó moviendo la cabeza, dando un paso hacia atrás.

—No tardes, misteriosa —dijo con entusiasmo.

Cerré la puerta y la sensación de miedo pasó a convertirse en euforia. Corrí para arreglar mi desastrosa pinta. Tardé en bajar once minutos y treinta y dos segundos, tiempo suficiente para enfundarme en mis vaqueros teñidos rotos y una camiseta ancha negra, acompañados de las Air Force blancas que me regaló papá por aprobar todas las materias. Me puse un poco de base, máscara de pestañas y un brillo para los labios que no se verían por culpa de la mascarilla. Me solté el cabello, lo cepillé y recogí velozmente en una coleta alta. Agarré las llaves, el móvil y mi pequeño bolso.

Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Where stories live. Discover now