35. No os defraudaré

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CLOE


Por supuesto, la respuesta fue «sí». Era lo que deseaba desde la primera vez que hablé con él, porque los sentimientos crecían con los días y las ilusiones estaban a flor de piel. Era el primer chico que se fijaba en mí y quisiera o no, me despertaba emociones que jamás había sentido. Recreaba en mi mente cada momento vivido en estos días con Erik. Hoy era el tercer día que lo vería desde que llegamos a Vigo; seguro será un día especial.

Llevábamos una semana aquí y había sido simplemente maravilloso. Habíamos compartido dos tardes en las que pedí a mis padres que me dejaran ir con él y accedieron. Vimos atardeceres preciosos y me enseñó sitios de ensueño que no tenía ni idea de que estaban en Vigo. Hablamos de mil cosas y, para ser sincera, las fichas volaban entre los dos. Las miradas eran muy intensas y los besos tímidos nos acompañaron en todo momento. Pero ahora, apartando toda la ilusión adolescente, me contó con detalle el rechazo de su madre, las veces que volvió a verla y ella no fue capaz de darle el amor que todo niño necesita. Era un episodio muy duro de su vida que no lograba superar.

Veía a Erik como el mejor amigo que nunca había tenido. Era un chico tierno, cariñoso y sentía que me aportaba la felicidad que tanto necesitaba. Era pronto para decirlo porque apenas llevábamos dos meses conociéndonos. No sé si era por necesidad, pero me aportaba una confianza que nunca había sentido con nadie, ni siquiera con Lola.

—¡Uy! ¡Que se nos ha enamorado la niña! —interrumpió con entusiasmo papá, sacándome de mis pensamientos.

Pasábamos los días disfrutando en familia, vacaciones para detener el sufrimiento diario de mis padres; ellos necesitaban como agua de mayo desconectar ya que la pandemia les había dado una tregua, y digo una tregua porque les advirtieron de que los próximos meses serían peores que la primera oleada. Andrés y yo los necesitábamos mucho. Al menos por unos días se olvidarían del horror vivido en el hospital.

—Pero, ¿qué dices? ¡Erik es solo un amigo! —Exclamé con sorpresa.

Confiaba mucho en él, pero me parecía apresurado contarle lo que apenas comenzaba a ser un ¿no sé qué? Quizás no duraba mucho tiempo, quizás todo terminaba siendo un amor de verano. No me quería ilusionar, por eso vivía el día a día.

—Uff, sí hija, un amigo que quiere lío y tú... pues también, para qué nos vamos a engañar —prosiguió jocoso pero con cautela. Sabía que mis hormonas eran explosivas aunque con sus charlas él las dominaba.

El enfermero de mi casa, o sea, mi querido padre, tenía un Máster en Psicología Clínica, un plus que estudió en sus ratos libres y que solo ejercía conmigo. Creo que exclusivamente lo hizo para joderme cuando llegase mi pubertad. Reconozco que me ayudó mucho para poder sobrellevar mis tristezas en el instituto, pero ahora su segunda carrera tomaba sentido para orientar mi temida primera vez.

—Jo, papá, —me sonrojé ante su comentario— me gusta, pero voy con calma.

No era plan de darle detalles de lo pillada que estaba por el rubio.

—Mejor, hija, lo que pronto se hace, pronto se lamenta.

—Ya lo sé, papá... —suspiré con fastidio. Mis ojos en blanco eran habituales con los comentarios reiterativos de mi progenitor.— ¿Y por qué me tendría que lamentar, según tú? —Mi lado rebelde se expresaba con alegría replicando.

—Cloe, los chicos somos muy básicos, nos gusta una chica, le entramos y, si nos lo permite, vamos hasta el final. —Lo detuve al instante, levantando mi mano a modo de queja.

—Tú lo has dicho: «si lo permitimos» —sonreí por mi atrevimiento.

Mi madre, que entraba en la habitación con Andrés agregó con entusiasmo:

—¡Uy! Pues conmigo no fue así, señor seductor. ¿Crees que sois los únicos que pedís en una relación? —pestañeaba seductora, interrogando con picardía a mi padre.

Mi diosa rebelde aplaudía su valentía «¡Viva la mamá Su experiencia revelaba una madurez superior a la media.

Mi padre agregó nervioso:

—Yo no he dicho eso, cariño. Tú y yo, cuando nos conocimos, teníamos 25 y 27 años, éramos adultos; me gustaría que Cloe midiera las cosas bien. Eres muy chica para tener una relación —caminaba por toda la habitación cogiéndose la barbilla— Y... he visto al chico feo este, que dijiste que ¿se llama?

—Erik, papá, el chico feo se llama Erik. —Me reí divertida por su forma de transmitirme que estaba cagado de miedo.

—Bueno, el Erik este, he visto cómo le miras, como te mira. Joder, Cloe, eres mi hija, nunca he tenido una hija con novio, habéis paseado mucho estos días, pero hoy... eso de que vayas a su casa no me gusta nada. —Claramente estaba preocupado.

Erik me invitó a cenar a su casa. Para ser sincera, tenía pánico. Nunca había ido a casa de ningún chico y, por supuesto, nunca había conocido al padre de un tío del que, creo me estaba enamorando.

—Confío en que no se dejará llevar por las emociones, cielo y controlará sus impulsos, ¿verdad, hija? —Habló mi madre guiñándome un ojo con complicidad.

Con el rubio sentía ese cosquilleo en el pecho con su sola presencia; notaba que se me iba a salir el corazón de la emoción cuando veía sus preciosos ojos que me quitaban el sentido. Cuando hablábamos por mensaje me dolían las mejillas de tanto reír. Ahí fue cuando me di cuenta de lo perdidamente enamorada que estaba de ese chico que llegó a mi vida. Como cuando compras la lotería y sueñas que te toque, yo había soñado con que fuese mi perfecta casualidad cuando me siguió y me regaló un corazón virtual que me trajo hasta aquí. Pero tenía claro que el aquí te pillo, aquí te mato, no iba conmigo y que la lealtad a los principios de mi familia estaban por encima de cualquier impulsivo calentón.

Había leído muchas novelas románticas donde la chica inocente se enamora perdidamente del chico tóxico que la manipula hasta conseguir su objetivo; sea por una apuesta o por simple reto personal, sería el primero en tocarla y enseñarle las fantasías de la vida a esa ingenua adolescente. Luego la chica peleará ciento cincuenta veces con el chico y al final, milagrosamente, el tóxico se convierte en un hombre maravilloso y serán felices por siempre, y bla, bla, bla. Sí, una historia muy afteriana... Yo aspiraba a no ser la Tessa de Hardin Scott (By After).

Esta era una conversación necesaria, pero también era un compromiso de no dejarme llevar por las intenciones primitivas que nos pudieran surgir, porque dos no se tocaban si uno no quería.

—Papá, nunca has tenido una hija con novio porque soy tu única hija, —hice una mueca sacando la lengua. Yo era su debilidad, le abracé con cariño porque sabía que él siempre quería lo mejor para mí. Era su forma de demostrar el nervio que sentía que tocaran a su niña.— Te prometo...—crucé los dedos a modo de juramento—, que me cuidaré y no haré nada que no sea correcto. Recordaré las trece normas fundamentales para enamorarse. —Nos reímos los tres con complicidad y papá me abrazó muy fuerte confiando en mi palabra.

Ya solo quedaban dos horas para nuestro encuentro...

Ya solo quedaban dos horas para nuestro encuentro

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Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Where stories live. Discover now