CAPITULO XXXVI

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Avanzo sintiéndome... desorientada.

Con el corazón... confundido.

Mi cuerpo... exhausto, cansado.

Mi mente... perdida.

Me estremezco ante otra brisa fresca.

La ligera llovizna que caía sobre mí, me helaba hasta los huesos.

Me detuve un momento, mirando hacia el cielo nublado, con la brisa empapando mi rostro.

Cerré los ojos inhalando el aroma a tierra mojada, relajándome un poco.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, me doy cuenta de que me detuve frente a casa.

Aunque detenerme un poco para respirar había sido útil, la sensación de incomodidad y derrota seguía intacta.

Me apresuro a llegar a la puerta para evitar un -demasiado posible- resfriado.

Tanteo en mis bolsillos traseros para encontrar la llave; pero en eso, la puerta se abre desde adentro y una mano me hala al interior.

Libero mi mano de un tirón, preparándome para gritar a todo pulmón...

—¿Cómo te atreves a irte así después de lo que dijiste? ¡Si alguien debía irse era yo!

Me quedo callada al verlo empapado, pero no como yo. Él ya parecía casi seco...

Eso no es lo importante Clarisa.

Cierto. —¿Cómo entraste aquí?

Parece darse cuenta que la situación era extraña.

—Tu madre me dejo entrar.

—¿Mi madre te dejo entrar? —pregunto incrédula. Entonces recuerdo que—. Espera, mi madre no estaba. Salió antes que yo me fuera al instituto.

Se queda callado. Era tanto el silencio entre ambos que casi podía escuchar a su cabeza trabajando a toda máquina para hallar una excusa creíble.

—¿Usaste la llave de repuesto?

Ahora parece apenado mientras saca algo pequeño de su bolsillo y lo pone sobre la mesa a un lado de la puerta.

—No deberían ponerla debajo del tapete... es muy predecible.

—O tal vez no deberías entrar a casas ajenas sin consentimiento —le recrimino estupefacta.

Me lanza otra mirada apenado antes de... tomar otra vez esa postura.

—Fue un error. Ahora me voy.

Pasa por mi lado sin mirarme, sin embargo lo detengo.

—Viniste hasta aquí por lo que dije. —aseguro sin pensármelo. Aunque en el fondo me sentía insegura, pero no hallaba otra explicación.

Él no respondió, al igual que en las escaleras.

—Te quedaste callado...

—¿Y cómo esperabas que reaccionara? —responde de pronto, la molestia clara en sus ojos verdes—. Me sorprendió eso es todo.

—Eso no explica porque estás aquí.

—Cuando me di cuenta que te fuiste ya era tarde. —explica breve— Habías salido del instituto. Así que vine directo a donde creí que vendrías.

Me sorprende su forma tan casual de hablarme. ¿Qué no me odia?

—Sigues sin responder a mi pregunta.

—¿Y cómo por qué tendría que hacerlo? No te debo explicaciones. —contesta hostil.

—Claro que me debes una explicación. —le reclamo lo obvio—. Entraste a mi hogar, eso es invasión a la propiedad privada.

El mejor amigo de mi novioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora