No es un hombre

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NO ES UN HOMBRE
*.*.*

(Drama, drama, drama. Disfrútenlo bellezas)

Nastya.

Su sangre me salpicó el rostro y el corazón se me detuvo cuando él ni siquiera se quejó, haciendo un movimiento airado con la mandíbula antes de escupir el material metálico y disparar a la nada.

Mía oídos quedaron ensordecedor con el rebote metálico en el suelo y palidecí. Acaba de escupir una bala, ¿cómo era eso...? No, eso no era lo que debía horrorizarme en este momento sino el hecho de que nos acababan de disparar y a él lo habían herido.

Otro estruendo de su arma me ensordeció y fui empujada contra el suelo, cayendo sobre mi trasero y sintiendo el ardor apoderándose aún más de mi brazo que no revisé, prefiriendo subir el rostro al instante para quedar petrificada a la sombra de su feroz mirada, esa que se mantenía sobre la misma dirección a la que apuntaba el cañón de su arma.

La sangre se le goteaba de la quijada manchando su camiseta, la herida de la bala era grave y él estaba como si nada, todavía incorporado, intimidante a la vista del desgraciado que disparó.

—Agáchate— pedí—. Te va...

—Quédate ahí—ordenó con asperidad.

Me dio la espalda, dejando que su enorme sombra me cubriera para señalar en la misma dirección. El silencio espeluznante que dejó y se adueñó de alrededor, me agitó y no fui capaz de retirarle la mirada— ignorando mi propio dolor punzándome el brazo— cuando se apartó de mí.

Quise detenerlo, contando los pasos que creaban el metro de distancia entre los dos, se detuvo cerca de la barda, sin dejar de señalar con el arma a alguna parte.

Apreté los dientes cuando me acomodé sobre las rodillas con ayuda de mis manos sobre el suelo, sintiendo un pinchaba de ardor extendiéndose de nuevo largo de uno de mis brazos. Lancé una mirada al brazo izquierdo solo para descubrir que la tela del suéter y la sudadera estaban rasgadas y empapadas por mi propia sangre.

Estaba herida, una bala me había rozado—algo que no se comparaba ni un poco a la herida de él. Dejé de revisarme volviendo la mirada a la ancha espalda de Keith, su sombra creció delante de mí, como su temible impotencia y firmeza.

No había miedo en él, todavía seguía sin quedarse y eso me desconcertó. Movió su perfil con la mandíbula apretada, rígido y endurecido como si de pronto siguiera a alguien en la lejanía, y me pregunté cómo demonios podía estar viendo algo desde aquí arriba.

Me creería que miraba el techo del edificio de las habitaciones o a algún balcón del que pudieran dispararnos, pero no, esa estructura estaba detrás de mí. Era como si él mirara alguna otra parte casi igual de alta que esta torre, pero, ¿cuál?, ¿otra torre miraría? Estaban lejos de nosotros, ¿cómo podía ser capaz de mirar desde aquí?

¿Por qué nos dispararon? Esa era la pregunta que más martillaba mi cabeza, ¿por qué razón nos dispararían?, ¿cómo pudo él darse cuenta de ello? Me tomó con tanta rapidez que la bala solo me rozó, fue tan veloz y tan ágil apartándome de mi lugar como si se hubiera dado cuenta segundos antes de que dispararían. Y se me removieron los huesos solo pensar que, si no me hubiera movido de la barda, la bala habría terminado en alguna parte de mi espalda, y quizás habría muerto...

Deslicé la mano encima de la parte baja de la sudadera y sobre mi vientre, me toqué la leve inflamación sin poder evitarlo, sin dejar de estar atenta a él y el modo en que comenzó a mover su perfil con desquiciante lentitud. Quedé petrificada cuando dejó centímetro a centímetro todo ese rastro de sangre oscura manchando desde la escalofriante herida mejilla hasta la quijada endurecida, es en la que goteaba la sangre, apenas, su hombro.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora