Juguemos sucio

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JUGUEMOS SUCIO

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Capítulo con contenido +21, no apto para todo publico
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El corazón azotó con tanta potencia el pecho que sentí que rompería los huesos y se me saldría, huiría lejos de la aterradora presencia que desataban esos diabólicos orbes sobre mí. Negros como la oscuridad y llenos de una esencia tan espeluznante que a cualquiera destrozaría el alma.

Y a pesar del miedo que comenzaba a convulsionarme las entrañas y quebrarme los músculos, permanecí con el mismo endurecimiento en el rostro, sin arrepentimiento de lo que confesé.

Si sabía de mí, y todavía me tenía con vida y de esta forma tan confusa y a tormentosa, mejor que supiera de una maldita vez que fui yo la que soltó los gusanos después de acostarse con ese guardia. Algo que estaba segura que no solté y que él no sabría de mí. No iba a mentirle más, De una vez encarar y saber qué demonios era lo que él buscaba o quería lograr dejándome con vida. Porque ese hecho estaba torturándome y muchísimo.

—¿No responderás? — arrastré tentativamente cada palabra, apretando más el mango del arma de su cinturón a la vez que dejaba que mi otra mano se adentrara debajo de su camiseta militar, recostándose sobre esos músculos tan rígidos y rotundamente caliente—, ¿te dejé mudo?

Acompañé mi pregunta con el desliz de mis dedos sobre cada una de esas abdominales, dibujándolos bajo las yemas de mis dedos tal y como deseé hacerlo antes. ¡Y maldita sea!, estaba encantándome como se sentían, lamentablemente esta locura terminaría.

Sería la última vez que tocaría su perfección. Porque que le confesara que fui la que inició este desastre, era como para que me matara.

Su mandíbula se desencajó, esa endemoniada mirada sin la más mínima presencia de su enigmático color platinado, subió de mis nudillos vendados a mi rostro, estremeciéndome con la ferocidad de esos orbes negros.

—¿Quieres que te ayude a decidir? —lo provoqué todavía más, adentrándome a la cueva del lobo cuando mis dedos se deslizaron sobre el resto de su caliente y endurecida piel de su pectoral izquierdo, sintiéndolo respirar con tanta lentitud solo para exhalar toda esa calidez que recorrió hasta el último poro de la piel de mi rostro.

Ese aliento seguramente sería la última vez que lo sentiría humedeciendo las mejillas.

Un inesperado jadeo se me resbaló junto a un pequeño respingón de todo mi cuerpo cuando esas calientes yemas se recostaron tan inesperadamente sobre mis glúteos deslizándose con una escandalosa lentitud que no pude evitar hundir el entrecejo ante las sensaciones estremecedoras que brotaron en lo más bajo de mi vientre.

—Si tanto quieres, mujer— la maldita ronquera con la que pronunció cada palabra, recalcando esa erre tan delirante mientras esos dedos subían por el arqueo de mi espalda estuvo a punto de perderme, más aún cuando ladró su rostro dejando que ese mechón resbalaba sobre la cicatriz de su sien —, adelante.

Estuve a poco de morder mi labio ante el delirio que esos dedos volviendo sobre mi trasero empezaron a provocarme, apretándolos apenas un poco, pero lo suficiente como para hacerme temblar.

—¿Qué debería hacer contigo? — preguntó paulatinamente en un tono grava, bajo y muy peligroso.

Y no supe si sentir temor o, perderme en el toque de esos dedos regresando a mi espalda para deslizarse a la curva de mi cintura donde subió por lo alto de mis costillas: esas que repasó bajo sus yemas deteniéndose bastante cerca de mi pecho derecho.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora