La Bestia

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LA BESTIA

(Contenido +21, pero no del que se piensan cochinitas, escenas fuertes de violencia descriptiva)

Siete.

7 horas antes.

Los músculos de los brazos y pecho se agrandaban con cada abdominal en la barra de entrenamiento, el sudor recorriéndome la piel y las grietas incrementando en el soporte del aparato, no eran más que una muestra de las horas que me entretuve a lo largo de la noche en el gimnasio del campamento.

Esta abstinencia carcomía mi paciencia y el puro no era más un consumo que lograra tranquilizarme, por ende, tuve que buscarme otras formas de deshacerme de la ansiedad que la ausencia de dicho espécimen exótico y de curvas tentadoras producía y esta era una más.

Estaba tocando el borde del delirio por volver a su entrepierna y alimentarme de su exquisita miel.

Días sin ella. Sin tocarla, sin sentirla, sin oírla reír, sin saborearla en todo sentido y oler la dulzura que emitía su pequeño sexo con mi presencia. Hacer más que contemplarla detrás de unas cámaras pasó a insatisfacer mis deseos en grandes medidas, sus bragas no lograban compensar mi necesidad por ella y el recuerdo de la última noche en que la mimé empeoraba el grosor de lo que cargaba en la entrepierna desde horas atrás.

Se metió en mi piel, tomó control de mis pensamientos. No había virus que afectara a un experimento, pero este me tenía preso de ella desde hacía mucho y extrañar refrescarme en la piel de sus labios y saciarme de la suavidad de su frágil calor me debilitaban con el paso del tiempo. Un día más no lo soportaría y por ello, no perdí el tiempo anoche finalizando de una maldita vez con el trabajo que se me dio.

No fue sencillo hacer entrar en razón a los experimentos que fueron detenidos por rebelarse días atrás. Debí saber que todo este desastre era a causa de un grupo de adolescentes y adultos jóvenes, y el primer día en que les di la orden de obedecer, levantaron sus armas contra los militares. Creían que merecían más de lo que se les estaba dando, querían sus bonos, su libertad y la tierra que se les prometió construida.

Se les tuvo que recordar que todo eso me lo gané por ellos, si no fuera por la misión que se me dio, ninguno tendría nada hasta entonces y como tal debían pagármelo. No obstante, también se les hizo mención que por su labor en el campamento recibían una paga extra, gratificaciones y días libres, se les ascendía, se les enseñaba, recibían más de lo que un militar hacía. Sus quejas eran innecesarias.

Me tomó poco más tres días que entendieran de una maldita vez que no estaban aquí forzados a trabajar cuando ellos mimos firmaron para prestar sus habilidades por unos meses de labor en el campamento. Quien no lo aceptara, era libre de retirarse, pero a cambio debían devolver las bonificaciones y todo lo que les dio en este lugar, luego serían regresados a la base a que pasaran el resto de sus días encerrados hasta que se cumpliera la fecha estipulada. Ninguno se retiró, sabían lo que les convenía y solo hizo falta que uno se los recordara todo otra vez, lo cual resultaba ser una pérdida de tiempo para mí teniendo en cuenta que tenía asuntos más importantes qué atender.

—Así que era cierto el rumor.

El ministro Materano se adentró a la carpa con las cejas alzadas, su presencia no me interrumpía y por ende seguí con las abdominales trozando con la fuerza una parte del mango—, uno de los suyos me dijo que todavía estaba aquí y no lo creí hasta que vine. Son las 5 de la mañana, ¿no me diga que lleva desde las 9 de anoche entrando?

Responder no era necesario cuando el sudor en todo el cuerpo y el cabello pegándose a las cejas eran una clara respuesta.

—Ocho horas seguidas haciendo ejercicio, mis soldados no resisten tanto en las maquinas. ¿No se ha cansado todavía? —preguntó, recorriendo cada una de las maquinas en el centro—, ¿no le duelen los brazos?

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora