No te confundas, mujer

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NO TE CONFUNDAS, MUJER

*.*.*

(Disfruten el drama, ternuritas)

Esas gotas de sangre se derramaron una a una sobre la blanca piel de su pectoral, y la manera tan lenta en que se deslizaron encima de esa areola y cayeron hasta manchar mi entrepierna, justo la zona en que permanecimos completamente unidos, fue memorizada.

Pero no pude preguntarme de dónde provenían, aunque era obvio que esa sangre era mía. Estaba atrapada, encerrada en las palabras que Siete soltó hacia tan solo un instante:

En el túnel, cuando terminabas con la vida del infante, escuché lo que le sollozabas. El que te acorraló y te apuntó con un arma esa vez era yo, Nastya.

Lo que su voz, en tonalidades roncas y graves, empezó a traer a lo profundo de mi cabeza, era un recuerdo. Uno que quise olvidar, y uno que se reprodujo escena por escena delante de mis ojos, como si estuviera viviéndolo en carne y hueso otra vez.

No sabía cuantos días habían pasado, pero estaba recorriendo el centro del laboratorio, buscando llegar a uno de los pequeños comedores porque el hambre empezaba a pesarme de tal forma que la debilidad me impedía estar de pie perfectamente. Nunca creí que ver un trozo de pan con hongo fuera como ver un picnic, y no me importó ni siquiera la mancha de sangre, me lo devoré. Y apenas lo hice, escuché esa respiración desbocada en el pasillo a mi derecha.

Seguí el sonido de esos pasos apresurados que me llevaron a estar frente a ese túnel en penumbras. Creí que la persona a la que escuché correr, había entrado ahí y estaba escapando de un contaminado. Y como estaba desesperada por encontrar a un sobreviviente, alguien con quien estar y con quien defenderme, entré a él.

Todavía podía sentir las sensaciones escalofriantes invadiendo la piel, todavía podía sentir ese miedo haciendo temblar mis huesos ante el inquietante sonido de algún objeto moviéndose en la lejanía dentro del túnel. Ni la linterna en la mano alumbrando todo a su paso o el largo pedazo de metal en la otra me adentré, me hicieron sentir segura.

Peor aun cuando escuché ese llanto desgarrador levantándose en ecos tan aterradores, que me llevó al más horrible recuerdo de lo que soltar unos gusanos provocó.

El momento en que la luz de mi linterna alumbró esa monstruosidad acorralado contra el suelo un pequeño cuerpo al que le había sido extirpado parte de las piernas y un brazo, y al que en ese momento se le estaba siendo arrancando la piel de todo su torso.

Ni siquiera lo pensé cuando mi cuerpo reaccionó, y me eché sobre esa maldita monstruosidad para atravesar una y otra vez su asquerosa cabeza con ese trozo metálico. Los bramidos que soltó y el dolor que esas garras encajándose en mi pierna produjeron, todavía podía reproducirlas perfectamente en mi cabeza.

Y cuando esa abominación cayó sin vida, todavía seguí perforando su cuerpo una y otra vez, bañándome en su sangre, y cuando estuve segura que no se movió, gateé con desesperación hacía la pequeña.

De su boca no dejaba de brotar sangre manchando aún más su huesuda quijada, mientras que de mi boca no dejaba de brotar sollozos. Sollozos con palabras que del dolor acalambrándome la garganta, no se entendían.

Perdóname..., esto es mi culpa.

Repetí esa frase tantas veces mientras movía los brazos para tratar de tomarla de los hombros. Estaba en stock y no sabía que más hacer, pero creí que podía levantarla y girarla para que no se ahogara con la sangre, solo entonces me di cuenta de que tenía parte del cráneo abierto.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora