El laboratorio de las bestias

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EL LABORATORIO DE LAS BESTIAS
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La sala de descanso desapareció delante de mis ojos al igual que esa figura masculina apartándose cada vez más de mí

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La sala de descanso desapareció delante de mis ojos al igual que esa figura masculina apartándose cada vez más de mí. Su ancha espalda se nubló y todo a mi alrededor tomó otra forma, otro color.

Me hundí aterradoramente en el recuerdo de lo que sucedió en el sótano como si estuviera sucediendo otra vez. Mi cabeza reproduciendo cada terrible escena después de que fui atada contra mi voluntad a un tubo de drenaje.

Cuando esas largas y grandes tijeras se abrieron peligrosamente sobre cada uno de mis tobillos.

Cuando prenda por prenda fue arrancada de mi cuerpo mientras las risas malévolas salían de esas cuatro bocas masculinas, disfrutando de mi dolor.

Cuando las innumerables manos se deslizaron por mis temblorosos muslos, toqueteando y acariciando centímetro a centímetro mi piel.

Y Cuando esa otra sacó del bolsillo de su pantalón una maldita jeringa en la que yacía un líquido negro y espeso.

Todavía podía recordar con demasiada claridad sus desagradables palabras:

¿Ves esto, Agata? Es Sangre de experimento negro. Eso fue lo primero que le escuché decir mientras reprimía los sollozos en mi garganta, tratando de darle cara, pero estaba siendo demasiado difícil para mí, las lágrimas ya estaban derramándose sin final.

¿Sabes lo que hace? En cantidades pequeñas es curativa. Pero en cantidades grandes, venenosa. Fue lo siguiente que él dijo, batiendo la jeringa en el aire mientras en su asqueroso rostro se dibujaba una divertida sonrisa.

Casi ahogaba un quejido de dolor en mi boca solo recordar con que rotundidad él alzó su brazo y encajó la jeringa en mi estómago para presionarla. Y mientras el líquido negro abandonaba el delgado frasco, él terminó diciendo:

Si no mueres desangrada ni devora por una esas cosas, morirás envenenada, Agata. Esas palabras jamás abandonarían mi cabeza, y aunque en ese instante no me parecieron importante, porque había aceptado que no tenía salida.

Ahora, eran la peor tortura para mí.

¿Estoy envenenada? Sentí un nudo lleno de los más terribles temores adueñarse de los músculos de mi garganta para apretujarla.

Mi mirada vagó un instante, alterada, por toda la sal de descanso cuando salí de mis pensamientos. Reparando en todos esos experimentos y uniformados, antes de clavar la mirada en esa figura masculina del experimento de orbes grisáceos, quien se detuvo frente a la salida de la sala y torció repentinamente su cabeza hacía su hombro derecho.

Un momento traté de calmar mi inesperada respiración acelerada a causa del recuerdo, antes de apartarle la mirada de encima y reparar en mi estómago y en la manera en que mis dedos seguían acariciando el rasguño. A poco estuve de preguntarme por qué la sangre del experimento que me curó los tobillos, no había curado también la herida de mi estómago, pero entonces recordé algo.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora