Él no es un hombre

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ÉL NO ES UN HOMBRE
*.*.*

En alguna parte del laboratorio subterráneo.

3 horas después de que los sobrevivientes salieran a la superficie.

Esta parte de mi vida era patética.

Mientras ellos escapaban del laboratorio y salían de la superficie con el resto de los sobrevivientes, sería la única que se quedaría en el subterráneo para morir.

Aunque ya acepté la idea horas atrás cuando me abandonaron en el sótano tras enterarse de que en mi mochila había muestras de sangre de experimento escondidas dentro de un desodorante. Muestras que no eran mías.

Tenía sujetadas las muñecas con unos grilletes rodeando la tubería de drenaje, la cual salía del suelo y atravesaba la pared detrás de mí. Estaban tan ajustadas que no importaba cuanto tirara de ellas, no podía lograr escapar. Y aun si lograba desatarme de ellas, lo cual sería todo un milagro, no existiría una salida para mí porque había un problema más grande.

Observé con desilusión el agua cayendo en cascada desde las escaleras a metros de mí, empezaba a cubrir todo a su paso, hundiendo cada segundo más el sótano y con ello mi cuerpo. Arrastraba toda la materia que había en el primer piso, pedazos de madera, tubos oxidados, basura y trozos de cuerpos mutilados en putrefacción.

Un pedazo de mano necrosada y con el hueso picudo comenzó a acercarse de manera veloz hacia mí por la fuerza del agua, chocando en tan sólo unos segundos contra mi rodilla izquierda.

Sacudí un poco la pierna para que el pedazo de carne se despegara de mi piel, pero conseguí todo lo contrario cuando esos dedos pegajosos resbalaron por encima de mi muslo, dejándome ver esos asquerosos gusanos amarillentos esparcidos por todos esos dedos y, todavía, resbalando hacia mi muslo.

El estómago se me contrajo cuando algunos de los nauseabundos gusanos resbalaron aún más en mis bragas. Todo mi cuerpo reaccionó y se sacudió con más brusquedad la pierna bajo el agua con la intensión de quitármelos de encima. El simple movimiento en toda mi pierna, escupió de mi boca un gruñido intenso de dolor que recorrió gran parte del sótano aun sobre el sonido del agua cayendo con brutalidad sobre los escalones.

Mis dientes castañearon con exagerada fuerza cuando hasta el mismo dolor me contrajo el cuerpo entero, deteniendo incluso mi respiración. La mirada se me nubló y atisbé toda esa sangre subiendo a la superficie desde la herida en mi tobillo izquierdo. Las lágrimas se me derramaron ensuciando más mis mejillas cuando el dolor no se detuvo inyectándose en todo el hueso.

Ardía.

Ardía como si me hubiesen perforado el hueso con una estaca y todavía partido por la mitad y peor aún, en cientos de pedazos pequeños.

Esos imbéciles cortaron mis tobillos con la cruel idea de que, si me desataba de los grilletes, no pudiera salir de aquí nunca.

Un gran e inhumano castigo.

— ¡Maldición! —volví a chillar, arrastrando la respiración con fuerza para llenar mis adoloridos pulmones y tratar de tragar el desagradable dolor—. Duele...mucho—sollocé, ya ni siquiera movía el pie, pero el dolor seguía ahí, contrayendo toda esa parte de mí con horror.

A ese dolor no se le podía comparar nada, ni aun el golpe que había recibido en mi costado izquierdo y que uno de esos bastardos me dio cuando traté de escapar de sus manos.

No me arrepentía de haber luchar por escapar, me arrepentía de que, cuando le arrebaté el arma a uno de ellos no pudiera haber sido capaz de dispararle a Jerry, el general a cargo de la seguridad de todo el subterráneo y el cual lideraba al grupo. No era una asesina, pero, si hubiese decidido dejar de lado mi conciencia tal como hice al soltar los gusanos, no estaría en esta maldita situación. Estaría saliendo del laboratorio, pero eso ya no sucedería, ya no había vuelta atrás.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora