Sempre e anche a morte

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SEMPRE E ANCHE A MORTE
*.*.*

(Disfruten el drama bellas, con clínex y bates)

3 horas con 22 minutos antes.

Nastya.

El corazón no dejaba de martillarme tratando de atravesarme los huesos del pecho, el estruendo aterrador había sido provocado por una explosión en una de las puertas metálicas, agujerándola.

Temblequeé ante la densa nube de polvo que cada segundo se levantaba más y toda esa agua adentrándose con rotunda fuerza llenando el suelo. Atisbé a Siete, su imponente y tenebrosa estructura masculina se movía con seguridad rodeando el resto de la estructura del piso de incubación, alzó sus brazos tensos en los que las venas se le saltaban bajo la piel, y apretó las armas en sus puños, señalando los escombros.

A poco estuve también de estirar el arma que apretaba en mi mano y apuntar hacía esa dirección creyendo que se trataba de una monstruosidad entrando al área, pero no. En lugar de eso, figuras humanas fueron lo que comenzaron a adentrarse bajo el agujero en la pared. Una a una se acomodó a los costados con sus armas levantadas y listas para disparar.

Su aspecto se aclaró cuando la tierra se dispersó, eran soldados y llevaban un uniforme negro completamente diferente al de los militares que acompañaron a Siete. Llegaron en menos de lo que llegué a pensar, vinieron por nosotros.

Debí sentirme emocionada de verlos finalmente, pero el miedo terminó invadiéndome los músculos, sabía que de todos los sentimientos este último era el que menos debía sentir, pero fue inevitable. Cuando se abría una puerta que me brindaba la salida del laboratorio, siempre golpeaba una ola de desgracia y me apartaba de ella y desbarataba toda esperanza que apenas construía.

No sabía si esta vez debía guardar esperanza, o no, sentía que ocurriría algo y todo colapsaría de nuevo y al abrir los ojos estuviera todavía atrapada en el laboratorio.

Una de mis manos se aferró al marco, hundiendo las uñas en la madera al ver como varias de las luces infrarrojas señalaban el pecho de Siete. El pánico me invadió y un cosquilleo ansioso me recorrió las manos levantándome el arma y apuntando a los soldados cuando por esos segundos ni uno solo apartó el arma de él.

—¡Bajen sus armas!

Una voz femenina se levantó en ondas de ecos, los soldados obedecieron apartando sus cañones de Siete. Alcé la mirada hacia el agujero, una mujer de anchas caderas vistiendo el mismo uniforme negro se adentró al área con el casco cubriéndole mayormente el rostro.

Ella estaba al mando del grupo de soldados, y la firmeza en su caminar me dejó atenta, su chaleco estaba repleto de granadas y llevaba una pantalla plana en sus manos, enderezó la cabeza y dio una mirada a Siete antes de dirigirla a Richard y Seis quienes se acomodaban a metros detrás de él.

—Soy el coronel Ivanova de la fuerza de operaciones especiales— Su voz aguda y endurecida se extendió con fuerza—. De ahora en más están bajo mi protección.

Sentí alivio solo escucharla, pero tuve inquietud al ver que ninguno de ellos llevaba mascaras puestos. A pesar de haber pasado días desde que el gas fue soltado y que el mismo se disminuyó, ¿no debería afectar al menos un poco?, o, ¿acaso no afectaba?

—¿Hay más contaminados? —Richard habló, vi como sus puños se apretaban moviendo sus piernas para dar un paso más cerca de la espalda de Siete.

—Nos dedicamos a exterminar la plaga, caballero—respondió la mujer—. Ahora...

—¿Y apenas vinieron por nosotros por el localizador? — la interrupción de Seis alzó el rostro de la coronel, apenas pude ver la forma alargada de su rostro, piel blanca y mejillas sonrosadas.

Experimento Corazón negro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora