Tres razones

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TRES RAZONES

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Días más tarde.



Siete.

Ensanché la torcedura con irritación al detallar la frágil pieza bajo mi posesión, el dibujo que Nastya trazó a sus 17 años, una más de sus interesantes pertenencias con la que me quedaría, aunque preferiría tenerla a ella, sobre todo.

Esto me mantuvo entretenido para no cometer el impulso de romper las cerraduras hasta abandonar la zona. A lo largo de mi vida estuve encerrado en lugares un tanto más grande que esto o mucho más estrechos, por ende, estaba acostumbrado. No obstante, estaba llegando al límite por cierta humana.

Perdía el tiempo en esta pocilga y aun con los soldados qué tomaron la base desde el incidente, seguían siendo insuficiente para detenerme si se me apetecía desobedecer y tomar mi propio camino para ir por lo que quería. Pero no era un tonto como para cometer ese error, y aunque mi humor empeoraba cada vez más, estos días en aislamiento no eran más que una prueba impuesta por el ministro después de escuchar las sospechas qué su hija tenía sobre mí.

Dicha conversación se detuvo después de que mencionará que tenía nueva información sobre la condición de mi mujer y el lugar donde se alojaría, la cual revelaría una vez que estuvieran fuera de estas instalaciones. Ivanova sabía que estaría al tanto de todo lo que tratara de Nastya y no cometerían el error de soltar información como esa después de arrancarle el brazo al último bastardo que se atrevió a tocarla.

Por ende, hasta no conocer su ubicación, permanecería en esta celda sigiloso a la espera de lo que me interesaba saber.

Aunque, quizás estaba a punto de obtenerlo.

Tembló mi comisura con las vibraciones en la escalerilla de la zona C, no hizo falta atender su temperatura al reconocerlo con su chasquido. Aparté la pieza de mi vista, inclinando parte del torso hasta recargar los antebrazos en las rodillas y clavar la mirada en la sangre seca que coloreaba el suelo al pie de la celda como un recordatorio de lo que hacía unos días hice.

El pedazo de mano con el hueso encarnado junto al trozo del brazo cuya piel se mantenía rasgada con un pedazo del hombro seguía fresco en mi memoria. Recordar dicha escena producía éxtasis que me recorría las venas con la caída del hombre que la lastimó. Pese a que la tortura me producía satisfacción, no torturaba o mataba solo para conseguir placer, hasta entonces cada una de mis víctimas fueron las mismas que se creyeron con derecho de arrebatar su vida, tal derecho lo tomaba para arrebatarles la suya demostrando con esto que no me andaba con juegos y cuando se metían con lo mío, cobraba por ello.

Fue una lástima que este último no muriera, habría quedado satisfecho de no ser porque cierto soldado logró salvarlo a tiempo.

El chillido emitido en la reja principal me alzó la mirada, clavándola en el hombre de edad avanzada con vestimenta formal, adentró al pasadizo entre las mazmorras con un envase de café a la malo.

—Veo que todavía permanece en la celda soldado Keith Alekseev.

—¿Dónde más debería estar? —arrastré con asperidad.

—Resulta que creí que usted saldría por sí solo y seguiría con su trabajo como si nada.
Así de descarado creí que sería el mejor de mis soldados, pero veo que obedeció la orden de quedarse aquí o entendió que lo que hizo estuvo mal.

Que creyera lo que quisiera. Mi motivo era solo esa mujer, no había ninguna otra razón por la que decidí mantenerme en esta pocilga reteniéndome fingiendo obedecerle.

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⏰ Última actualización: Sep 17, 2023 ⏰

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