🍂Capítulo 3🍂

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Cuatro meses después...

Sábado. 16 de agosto de 1890.

Apretando la frente contra sus rodillas para que su madre pudiera restregarle la espalda, Wei Ying articuló esta palabra con sus labios exactamente como había visto a su madre pronunciarla e intentó imaginarse cómo debía sonar. Algunas palabras eran fáciles, pues el podía recordar haberlas oído o dicho cuando era un niño. Pero sábado era más difícil. No recordaba haber oído decir esta palabra nunca en su vida. No era que importase mucho que imaginara mal los sonidos. Su madre le pegaba en la boca cada vez que trataba de hablar. Wei Ying no sabía por qué, y hacía ya mucho tiempo que había dejado de preguntárselo. Las reglas que le imponían a eran diferentes de las que seguían todas las demás personas, y había llegado a aceptar que había muchas cosas que no le permitían hacer.

La verdad era que no le importaba. Ya no. Cuando subía al ático a jugar en su rincón secreto, podía hacer todo lo que quería. Además de sus ratones, allí arriba no había nadie que pudiera verlo ni acusarlo de nada. En el ático podía vestirse tan elegantemente como un noble caballero, con las ropas viejas que sacaba de los baúles. Podía hacer reuniones para tomar el té, tal y como lo hacía su madre, y fingir que podía hablar. Algunas veces incluso se ponía a bailar. Y, cuando se aburría de hacer todo esto, podía dibujar con los lápices y los papeles que había sacado a escondidas del estudio de su padre. Se divertía mucho en el ático, y poder hacer allí todas las cosas prohibidas compensaba la pena de no poder hacerlas el resto del tiempo.

Sábado. Ahora la recordaba. Wei Ying volvió a articular silenciosamente esta palabra contra sus rodillas, y se prometió a sí mismo que, la próxima vez que fuese al ático, practicaría su pronunciación frente al espejo. Wei Ying ya había aprendido que sábado era el día anterior al de la iglesia y, como parte de los preparativos, toda la familia tenía que bañarse.

Dado que hacía mucho tiempo que a Wei Ying no le permitían ir a la iglesia, pensaba que no era justo que tuviera que bañarse como todos los demás. A la mañana siguiente, no le permitirían ponerse un traje bonito, tal y como siempre hacían su madre y sus tres hermanos; y, cuando llegaba la hora de ir al oficio religioso, el tenía que quedarse en casa con los sirvientes.

Su madre lo agarró del lóbulo de la oreja y le dio un fuerte tirón. Como una tortuga, Wei Ying escondió la cabeza entre los hombros y apretó los ojos con fuerza. Odiaba aquella parte. La odiaba, la odiaba. Wei Ying había aprendido hacía mucho tiempo a no oponer resistencia. Esto sólo servía para ganarse un bofetón, y, al final, su madre le metía la toallita en la oreja de todos modos.

Pum, pum. Los fuertes golpes que le dio su madre en la cabeza con los nudillos hicieron que Wei Ying abriera los ojos. Sabiendo perfectamente qué esperaba el que hiciera, alzó la cara y soportó con resignación la agobiante experiencia de dejar que se la lavara. Luego, obedeciendo las órdenes que su madre le dio mediante señas, se levantó, chorreando agua, para que ella pudiera restregarle el torso y las piernas. Wei Ying conocía este ritual de memoria, y se volvió hacia uno y otro lado.

De repente, su madre dejó de restregar. Wei Ying la miró detenidamente a través de los oscuros mechones mojados que caían sobre su rostro, preguntándose qué habría pasado. Los ojos Cafes de su madre se habían salido de las órbitas y tenía la boca abierta, como si alguien le hubiese dado un golpe que la hubiera dejado sin aliento. Wei Ying bajó la cabeza para mirarse, esperando ver algo espantoso. Pero le pareció que todo estaba perfectamente bien. Volvió a dirigir la mirada hacia su madre, interrogándola en silencio.

A manera de respuesta, los labios de su madre formaron estas palabras:

-¡Ay, Dios mío! Tu vientre esta hinchado.

Lo que dice tú corazónOù les histoires vivent. Découvrez maintenant