❇️Capítulo 11❇️

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A pesar de todos los esfuerzos que Wangji  y Huang  hacían por impedirlo, Wei Ying  siguió desapareciendo casi todas las tardes de la semana siguiente. Sólo el mismo conocía su destino. Huang  trataba de no quitarle los ojos de encima, pero el muchacho lograba escabullirse de alguna forma misteriosa, los empleados nunca encontraban ningún cerrojo descorrido. Entonces... si no salía de la casa, ¿adónde iba? Esta pregunta intrigaba a todas las personas que residían en la mansión Lan, desde Wangji  y Huang  hasta el mozo de cuadra más joven.

Una tarde, una semana después del día en que Wei Ying  desapareció por primera vez, Huang  llamó a Wangji  para informarle de que finalmente se había resuelto el misterio.

—Logré engañarlo—le dijo a Wangji  con orgullo— Fingí que estaba ocupada en otra cosa. Esperé a que se escabullera y luego lo seguí. Usted nunca adivinaría adónde iba. No lo adivinaría ni en un millón de años.

Wangji  miró a su ama de llaves con expectación. Cuando cayó en la cuenta de que ella no tenía la intención de decir nada más, apretó los dientes.

—Huang , dímelo de una vez, por el amor de Dios. ¿Adónde va?

—¡Al ático! —le informó, sonriendo llena de satisfacción— Subía al puñetero ático.

—¿Cómo? Tú me aseguraste... dijiste que estabas segurísima, ¿recuerdas?... que lo mantenías cerrado con llave. ¿Nunca subiste a echar un vistazo?

—Yo tengo la llave —le recordó ella— No vi la necesidad de echar un vistazo, pues estaba segura de que nadie podía abrirlo.

—¡Pero obviamente estaba abierto!

—Zizhen, otra vez —dijo ella a manera de explicación.

—¿Zizhen?

—Cuando usted reemplazó la caja fuerte de su estudio, le ordené que subiera la vieja al ático

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—Cuando usted reemplazó la caja fuerte de su estudio, le ordené que subiera la vieja al ático. Seguramente olvidó cerrar la puerta con llave. Cuando le pregunté, me aseguró que lo había hecho, y no vi ningún motivo para dudar de su palabra.

Wangji  suspiró.

—Sólo Zizhen podría pensar que ha cerrado una puerta con llave sin haberlo hecho. Debí subir yo mismo a echar un vistazo. —Alzó la vista hacia el rellano del primer piso y frunció el ceño—. ¿El ático? El lugar más sucio y desagradable. —Negó con la cabeza—. ¿Para qué subirá allí?

—No tengo ni idea. Por eso le pedí que viniera, para que lo trajera aquí. Yo iría a buscarle, pero usted sabe cuánto odio los ratones.

Lo que más le preocupaba a Wangji  era que en el ático probablemente hiciese un calor sofocante en aquella época del año, por no mencionar que debía estar oscuro, cubierto de polvo e infestado de arañas. Dado que las viudas negras eran autóctonas de aquella región, éste no era un pensamiento muy reconfortante.

Lo que dice tú corazónWhere stories live. Discover now